Diego Muñoz Valenzuela (Constitución, Chile, 1956)
Ha publicado los volúmenes de cuentos Nada ha terminado, Lugares secretos, Ángeles y verdugos, Déjalo ser y De monstruos y bellezas; y las novelas Todo el amor en sus ojos, Flores para un cyborg y Las criaturas del cyborg.
Ha sido incluido en antologías y muestras literarias publicadas en Chile y el extranjero. Cuentos suyos han sido traducidos al croata, francés, italiano, inglés y mapudungun. Distinguido en diversos certámenes literarios, entre ellos el Premio Consejo Nacional del Libro en 1994 y 1996. Flores para un cyborg fue publicado por EDA Libros en España (2008) y Lugares secretos en Croacia por ZNANJE en 2009.
Más detalles en:
http://www.diegomunozvalenzuela.blogspot.com/
Demonios vagos 1
Era un demonio tan pequeño como horrible. Lo encontré vagabundeando entre mis libros, de modo que me sentí autorizado para atraparlo y meterlo en un frasco. Emitió un espantoso hedor a azufre: saltó, bramó, expelió fuego por su pequeña y perversa boca. Me divertí contemplándolo: era un demonio muy temible, solo que demasiado pequeño. Enfureció hasta el paroxismo cuando le anuncié que iba a convertirlo en amuleto. Estrellaba su menudo cuerpo escarlata contra las paredes transparentes con empecinamiento notable. Terminó por quedar extenuado. Después de varias semanas, luce más tranquilo. Quizás resignado. Insiste mediante señas en que desatornille la tapa del frasco, pero no. Desconfío de él. Suelto, no hay demonio manso. Eso decía mi abuela.
Demonios vagos 2
Aseveró que había escapado de una pintura de Hieronymus Bosch. Le creí de inmediato: tenía toda la pinta; era flaco, esperpéntico, cubierto de escamas, verdoso, nariz afilada y ojos saltones, uñas filosas como sables y lengua bífida. Le pregunté por qué había abandonado el inframundo. “Pero si aquí estamos, cabrón”, replicó estupefacto. Inquirí por la existencia de otros como él y lo exhorté a convocarlos. Así inicié el circo de monstruos. Los demás han ido llegando solos. Bien dicen: “cría fama y échate a dormir”.
El tercer ojo
El tipo tenía tres ojos. El tercero estaba al medio, sobre la nariz; me observaba fijamente con él. Me traspasaba con aquel tercer ojo. Pude sentirlo revisando cada rincón de mi cerebro. Logró intimidarme algunos segundos. Allí iba a encontrar material desagradable. Sonreí. Al poco rato, salió arrancando a perderse. No he vuelto a encontrarlo. Debe estar muy lejos de aquí.
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Microcuentos leídos en el III Encuentro Chileno de Minificción “Sea breve, por favor”. Valparaíso, junio del 2011.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…