Odio la palabra microrrelato. Me parece cacofónica, pedregosa y feísima.
Violeta Rojo nació en Caracas, Venezuela, en 1959. Es una referente indiscutida en el análisis teórico del género. Ha publicado Mínima expresión. Una muestra de la minificción en Venezuela, Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 2009; Breve manual (ampliado) para reconocer minicuentos, Caracas: Equinoccio, 2009; La Minificción en Venezuela, Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 2004 (segunda reimpresión 2008); Breve manual para reconocer minicuentos, México: Universidad Autónoma Metropolitana, 1997 y Breve manual para reconocer minicuentos. Caracas: Fundarte/Equinoccio, 1996.
IM: ¿Qué denominación prefieres para el género brevísimo y por qué?
VR: Quisiera que se llamaran “Minis”, pero si nos ponemos a inventar otro nombre creo que nos linchan. Usé minicuento durante mucho tiempo porque pensaba que eran cuentos muy breves. Ahora uso minificción por comodidad (creo que es el término más adecuado a una forma ficcional y des-generada), pero me gustaría más usar minitexto porque muchas veces son textos no ficcionales. Me gusta minificción porque creo que mini-relato o minicuento constriñen a una sola forma. De todas maneras, me sigue pareciendo que la incapacidad de conseguir un nombre para estas formas breves es algo importante, porque demuestra que efectivamente es una forma literaria proteica, cambiante, des-generada e inasible. A mí lo que me gusta de estudiarlo es ver la dificultad de clasificarlo y me horrorizan los intentos de encuadrarlo en compartimientos. Algunas veces es fácil: la tuición es la ficción breve en twitter, pero si la sacas de allí ¿vas a percatarte de que tiene sólo 140 caracteres?
IM: ¿Cómo y desde cuando nació tu pasión por el microrrelato?
VR: Hace 20 años estaba haciendo mi maestría en literatura latinoamericana. En un curso, Carlos Pacheco hacía un análisis de las teorías del cuento y yo le pregunté cómo se podían aplicar esas teorías a esos cuentecitos cortitos que escribían Ednodio Quintero, Jiménez Emán o Monterroso. Pacheco, muy buen profesor, me contestó: “esa debería ser tu investigación este trimestre”. Lo fue, después se convirtió en mi tesis de maestría y en “mi” tema. He tratado de ser infiel, me he dedicado al estudio de la literatura autorreferencial, de la ficcionalización de la historia, de las mujeres en el siglo XIX, he escrito biografías, ahora me dedico a la literatura venezolana del siglo XXI, pero a la larga siempre vuelvo a la minificción.
IM: Como lectora, ¿prefieres las antologías de microrrelatos o los libros de un solo autor?
VR: Para trabajar me gustan las antologías porque me permiten descubrir escritores. Para profundizar en ellos, obviamente, necesito los libros de un solo autor.
IM: Como antóloga ¿qué elementos consideras que debe tener un microrrelato para ser eficaz?
VR: Como antóloga soy una antojóloga como decía Juan Ramón Jiménez. En Mínima expresión escogí textos que mostraban el desarrollo del género en Venezuela durante 100 años. Algunos de ellos porque representaban diversas vertientes, otros porque me gustaban. Ahora estoy haciendo una antología temática y escojo cuentos que me gustan. En realidad no puedo contestar la pregunta porque creo que con la minificción no hay recetas ni eficiencias. Textos muy diferentes funcionan igualmente bien. Deberían ser breves, claro, pero aparte de eso lo maravilloso de la minificción es que es siempre distinta, cambiante, poco apegada a reglas, decálogos y mandamientos. Esa sensación de estar sosteniendo un material inasible es lo que más me gusta. Para dar un ejemplo, pocas autoras son más distintas que Ana María Shua y Lilian Elphick, y las dos son extraordinarias.
IM: ¿Quiénes son en tu opinión los principales referentes del género en tu país?
VR: Los clásicos son José Antonio Ramos Sucre (en los años 20 y considerado un poeta), Ednodio Quintero (que no ha vuelto a escribir minificción desde los 70), Gabriel Jiménez Emán y Armando José Sequera (que siguen escribiendo). Eduardo Liendo tiene un libro muy interesante, Contraespejismo, en el que escribe textos y recopila fragmentos de su propia obra. También Wilfredo Machado, Alejandro Salas (exquisitos prosistas), Alberto Barrera Tyszka (que tiene un libro magnífico llamado Edición de lujo que es mi preferido venezolano y que a él no le debe gustar porque no lo ha querido reeditar). Ahora hay una nueva hornada de jóvenes, entre ellos José Urriola (un prodigio) y en tuicción Lenin Pérez Pérez. ¿Se vale hacer publicidad descarada a mi antología Mínima Expresión y decirle a los lectores que escojan ellos?
IM: Además de la literatura, ¿qué otras cosas te apasionan?
VR: Soy una mamá muy devota, tengo una inteligentísima y preciosa hija de 21 años, un sobrino nieto de 2 años que me encanta y no puedo ver un bebé sin cargarlo y hacerle carantoñas.
El sitio en el que más feliz soy es en un museo, más incluso que en una librería, que ya es decir. Si pudiera pasarme todos los días una hora en un museo la vida sería bellísima.
Me gustan mucho los animales. Me gusta mucho el yoga. Creo que pasear por un bosque europeo es muy placentero. Amo la vida universitaria. Cuido mucho a mis amigos. Me encanta viajar a sitios distintos. Dormir es una delicia.
IM: ¿Un cuento, una película, una canción?
VR: Imposible. Timeo hominem unius libri. Como le temo a la gente de un solo libro, disco, película, ciudad, aquí me extiendo.
Un cuento: A mí lo que más me gustan son las novelas. Mientras más largas mejor. Flaubert, Tolstoi, Austen, Piglia, Roth, Pamuk, Junot Díaz, MacEwan, Sergio Ramírez me hacen disfrutar mucho. De cuentos soy una clásica: Poe, Borges, Cortázar, Shúa, Machado de Assis, Maupassant, Denevi. Quizás mi libro preferido es una serie de cuentos: Las Mil y una noches.
Una película: Soy una cinéfila exagerada. No puedo elegir una sola. He visto muchas veces Moulin Rouge de Luhrman, Amarcord de Fellini, Stranger than Fiction de Forster y The Hours de Daldry, pero me gustan muchas películas y muchos directores. Disfruto todo Kar Wai Wong, todo Wes Anderson, casi todo Allen, el primer Scorsese, todo Malle, todo Truffaut, casi todo Tim Burton, casi todo Amenábar, casi todo Brannagh, casi todo Buñuel, casi todo Kubrick, muchas de Wenders, del Toro, Gondry, Cuarón y Tarantino, casi todo los hermanos Coen, y así puedo seguir por horas.
Una canción: Tampoco puedo escoger, me encantan los tangos, las rancheras, las fulías margariteñas, los boleros, la música de Felipe Pirela, Otilio Galíndez, Henry Martínez y Simón Díaz, no puedo vivir sin The Beatles, Corelli, Bach, y siento una devoción total por Tom Waits.
Una ciudad: Fui muy feliz en Londres; me encanta NY, París es fantástica, lo paso de maravilla en Buenos Aires y en México DF. A la larga, cualquier ciudad con más de 5 millones de habitantes es lo mío. Como todos los caraqueños amo y odio a Caracas con igual ferocidad.
Una frase: No estoy de acuerdo.
Una comida: Otra vez más no hay una, soy una comelona que llega a la glotonería. Me gusta mucho la comida italiana, la española, la árabe, la francesa, la china, la mexicana y la japonesa, pero la comida peruana me parece excepcional.
Un deseo: ¿La paz del mundo? ¿Qué cese el calentamiento global? ¿La cura del cáncer? ¿Democracia en Venezuela? ¿Qué mis amigos me quieran más? No tener deseos a lo Plath, supongo.
Un secreto: Que no lo es porque lo digo cada vez que puedo: odio la palabra microrrelato, me parece cacofónica, pedregosa y feísima.
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En: Internacional Microcuentista.
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El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…