Producto de un convenio recíproco de difusión de las literaturas croata y chilena actuales entre la Sociedad de Escritores Croatas y Letras de Chile, con ocasión del viaje de Diego Muñoz Valenzuela a Zagreb en 2009, es que tenemos la oportunidad de conocer autores contemporáneos de esa nacionalidad. En esta ocasión al narrador ZVONIMIR BALOG, a través de unos fragmentos escogidos de su novela Antes de la vida. La traducción es de la profesora e investigadora Željka Lovrenčić, cuyo prolífico trabajo ha sido un motor para el acercamiento de la literatura en ambas lenguas.
ANTES DE LA VIDA (PREDŽIVOT)
(novela)
53
El viejo Bjelobrk (1) por su apariencia, y todavía más por su comportamiento, me impulsó a tejer un enredo. Y lo hice. Decidí poner en la lista de la gente que disfrutaba del “abastecimiento seguro” a un minero inexistente y asignarle a él puntos y bonos. Falsifiqué todos los documentos existentes. De una revista extranjera corté la foto de un prisionero refugiado por el cual fue dictada una orden de prisión. El prisionero era corso, un francés de aspecto triste, igualito a un tal Mitteran, ferroviario que afirmaba que su hijo llegaría a ser rey de Francia. Como llegará a ser rey si Francia es una república, viejo tonto.
Le pedí al notario la huella digital como si me interesara algo relacionado con su horóscopo.
– Cabrón, me meterás al calabazo.
– Por lo menos descansará de su mujer.
– Eres un pícaro, pero lo que dijiste no está lejos de la verdad.
A los documentos del inexistente minero agregué la biografía, aunque no fuese obligatoria, por ella se veía que nuestro minero tenía dos hijos pálidos y desnutridos. Que uno deseaba estudiar ciencias políticas aunque por el momento trabaja como guardia en el cementerio (seguramente para que alguien no robe algún muerto; se supone que la gente, ya lo roba todo) y que el otro quiere ser abogado aunque trabajaba como conserje en una consulta veterinaria de donde lo despidieron por la sospecha de que se robaba el estiércol de los animales con el cual supuestamente abonaba un pedazo de tierra propia.
– ¿Cómo dices que se llama?
– Bjelobrk.
– Bjelobrk! ¡No me digas! ¿Y el nombre? ¿Cuál es su nombre?
– Su nombre es – me detengo por un instante – déjame ver. Su nombre es Félix.
– Pero, ¡¿es posible?! ¡Qué coincidencia!
– ¿Me pregunta usted cómo vive? Pésimo. Mejor dicho… me hice el tonto.
– Simplemente increíble, se llama igual que yo.
Fijó su mirada en la foto del prisionero, y sus ojos por algo se humedecieron. Como el hombre necesita poco para alegrarse, para turbarse, pensé. Y yo mismo me incliné sobre la fotografía como si estuviese extrañado, y mi voz empezó a temblar.
– Sabe usted, si puedo advertirle, él se parece un poco a usted.
– ¿Verdad qué sí? A mí también me parece – estuvo de acuerdo Bjelobrk, aunque la diferencia era como entre el pepino y la mierda. Además, el prisionero era moreno y el referente de la unidad territorial (2) blanco como el pez humano (3). Pero, cuando uno quiere parecerse a alguien, nada puede impedírselo.
El minero inexistente realizó en seguida sus derechos. La condición principal para el éxito, para la felicidad era: no existir.
El inexistente minero impresionó tanto a Bjelobrk que lo quiso conocer a cualquier precio y me pidió que le ayudara cuando para esto llegase el momento.
– Te lo diré a tiempo – dijo satisfecho Bjelobrk, feliz porque conocerá a alguien tan parecido a él.
66
Para empeorar aún más las cosas, el referente para el abastecimiento y las cuestiones sociales, Félix Bjelobrk, apareció de repente en una carroza de desfile a la cual fueron enganchados dos briosos caballos plateados. La escuela de economía a veces ofrecía carros de caballos para los trabajos de la unidad territorial; especialmente si se trataba de terreno sin carretera, inadecuado para los vehículos de motor. El referente vino con la intención de visitar a su tocayo y que llevaba también su mismo apellido, el inexistente minero Félix Bjelobrk. Me encontré en mil problemas.
– ¿Quién sabe si está en casa? – traté de disuadirlo y empecé a sudar inmediatamente. Pensé: me salvaré sólo si miento y digo que en El Pequeño Moscú hay una peligrosa epidemia.
– Y quizá ha terminado en el hospital. Allá ya hace un tiempo que hay una enfermedad rara y contagiosa.
– Colega, usted evidentemente todavía no sabe cómo es la vida – dijo poniendo su mano en mi hombro – y cómo es la gente. Por los amigos hay que arriesgar. Y en cuanto a la enfermedad, todas ellas son dudosas, son de género femenino – triunfalmente, convencido de su gracia, suelta una carcajada.
Todos mis esfuerzos fueron inútiles. Lo único que logré fue enviar a un mensajero para que llevara una carta a la viuda de Bentač, en la cual le avisaba que tendría un visitante. El referente durante el paseo se convirtió en un charlatán y describía todo lo que veía a su paso.
– ¡Qué planta leñosa tan linda!
– No es una planta leñosa sino un haya.
– Dices, haya. Podría ser haya, aunque se parece a una planta leñosa.
– Mira, ¡qué fantásticas cabras!
– Ovejas, ovejas, jefe, no cabras.
– Las cabras tienen barba como los popes rusos y las ovejas tienen lana.
– Dices, ovejas. Podrían ser ovejas, aunque se parecen a las cabras – se justificó. – Pero, ten cuidado, tu comparación no es la mejor. ¿Por qué la cabra va a tener la barba justo como un ruso? Yo diría que se parece más a una barba griega.
El Pequeño Moscú dejó en el referente la impresión de que se trataba de un lugar romántico, pero sólo de afuera y de lejos. Cuando nos acercamos y se vio el material de construcción del que fueron hechas las chozas, cambió sus impresiones, para declarar, al ver mucha basura, que vio más ratas que gente. Pero, cuando entramos en la habitación de la viuda de Bentač y cuando vio a sus once niños, cambió de opinión comprendiendo que hay más gente y que no está lejos el momento cuando las ratas tendrán que ser más cautelosas delante de ella. “En algunas partes del mundo hace mucho que las ratas están en el menú”.
La viuda de Bentač preparaba la masa para el pan, pegándola y extendiéndola en una fuente de madera. A veces agregaba un poco de harina porque le parecía demasiado blanda, otras vertía un poco de agua porque le parecía demasiado espesa. Desde la penumbra la miraban once pares de ojos llenos de un miedo instintivo.
– Aquí estamos – dije – ella es la esposa – mostré la viuda del difunto Bentač.
La mujer sonrió tristemente descubriendo sus peladas encías, falta de calcio y de muchas otras cosas. Sólo en cada extremo de la boca se asomaba un diente. Todos los habitantes de El Pequeño Moscú se quedaban sin dientes muy jóvenes, siendo que la vida los noqueó ya en la primera ronda. La viuda de Bentač se agitaba tratando de liberarse de la masa que no se le quitaba de los dedos. Si la quitaba de una mano, se le quedaba en la otra. Sin esperar a que se librase de la masa, Bjelobrk le ofreció la mano. Dándole la mano, el mismo se llevó una parte de masa. Los niños emocionados y boquiabiertos observaban al desconocido en el cual había la masa para una porción de žganci (4). Se emocionaron como si el drama entrase a su final; esperaban el desenlace. Los dos mayores estaban parados cerca de la puerta de hojalata, hecha de un barril de querosene; temían, quizá, que el extranjero huyera.
– ¿Dónde está el patrón, Señora?
– Eso lo sabe únicamente Dios, quien lo ha llamado – suspiró la viuda de Bentač tratando de secarse los ojos con el brazo lleno de masa. Veo que ustedes son muchos.
– No somos muchos – con voz llorona respondió la Bentač – sino somos demasiados. Demasiados alrededor de la mesa, demasiados pocos cuando hay que trabajar.
– Todavía son niños.
– Y los niños comen.
– Tendrá que tener paciencia.
– Yo la tendría, pero ellos no pueden.
– No sé que decir – se turba el referente. Luego de repente se echa para atrás ante la rata que apareció desde la oscuridad y se paró en el medio de la habitación, fijando su mirada en el recién llegado.
– No se preocupe, es un animal doméstico.
– Ya los he visto en el pueblo, parece que se han reproducido bastante.
– Sí, hay cada vez más animales salvajes mansos y gente cada vez más salvaje.
– De verdad no sé qué decir.
– Y no tiene que hablar. Nosotros estamos callados todo el día.
– Sin embargo, tengo que preguntar por el patrón.
– Entonces pregunte, si es que tiene que hacerlo.
– Pues, él se llama igual que yo…
– ¿Usted también es Bentač?
– ¿Bentač? ¿Cuál Bentač?
Traté de entrometerme para que las cosas no se fueran por mal camino.
– El camarada se llama Bjelobrk.
– Sí, y mi esposo tenía el bigote blanco y…
– ¿Y su nombre es Félix, no es así?
– ¡Cómo se le ocurre! ¡Qué Félix!
– Cómo, ¿no se llama Félix? – el referente se volteó hacia mí buscando una aclaración adicional.- ¿Y ahora, colega, ¿qué significa esto?
– Él era feliz – continuó la viuda.
– Entonces dilo así, buena mujer.
– Fue feliz – continuó La Bentač – cuando era joven, cuando creía en vida. Pero, desde que se tranquilizó completamente, se llama Miroslav (5).
-Usted a pesar de todo logra y bromear – se ríe el referente.
– Yo no hago broma, la vida bromea con nosotros.
– Si no, dígame ¿cuándo regresará a casa?
– Él ya está en casa, en la casa de Dios. Por lo menos tendría que estar, si hay Dios.
– Quiere decir que se encuentra en la iglesia y yo pensé que estaba en la fosa.
– En la fosa, en la fosa, querido hombre – la viuda empieza a llorar.
– Por lo que yo oí, él está de turno esta noche.
– De turno de noche y de día, ahora todo eso es turno nocturno – la viuda levantó el borde de su falda para secarse las lágrimas. Como la alzó un poco demasiado alto, vimos que no llevaba calzones.
Ahora el referente se confunde aún más y empezó a tamborear sobre su brillante maletín negro.
– Salúdelo cuando lo vea.
– No tendré que esperar mucho – la viuda lo miró como interrogándolo, pensando que el hombre no estaba bien de la cabeza -. Sólo que ponga esos bastardos en sus pies y héme a mí junto a él.
– Le traje, aquí están, algunos cigarrillos.
A la Bentač la agarró una risa histérica.
– Váyase, hombre, con el buen Dios y no haga de nosotros, los pobres, los tontos – y empezó a empujarlo con los codos hacia la puerta. – ¿Quién ha visto que los muertos fuman?
Al referente ya nada le fue claro. Al regreso hizo muchas preguntas desagradables. Traté de explicarle que la mujer se había vuelto loca, que ni ella misma sabía lo que hablaba, que la pobreza era dura y cosas parecidas.
– Entonces sería mejor llevarle pan en vez de tabaco, ¿qué opinas?
– Pienso que para ellos sería más útil.
– Escucha, pero si yo entendí bien, él está muerto, por lo menos eso se puede deducir de lo que ella dice.
– No entendió bien, jefe. Quiso decir que él está muerto de cansancio, que no existe diferencia entre la fosa y las excavaciones de la mina.
– No pasó ni una semana y el referente apareció de nuevo. Esta vez, para dejar mejor impresión, trajo de regalo para los niños algo de comida. Todo lo demás fue casi la repetición del primer encuentro. La viuda de Bentač de nuevo amasaba la masa, la conversación se llevó de la misma manera. El referente no logró ver a su tocayo y hombre que llevaba su mismo apellido, ni logró informarse un poco más sobre él. Lo único que ahora dudaba y vacilaba más. Muchas cosas no le eran claras.
– Por Dios, ¿estuve yo ya aquí? ¿Cómo es posible que de nuevo todo sea lo mismo, la misma foto, la misma conversación. Eso con esa masa…
– Es posible – dije. – Para los pobres, todos los días son iguales. Cualquier día que usted venga la encontrará amasando. Ése es su trabajo de cada día: amasar la masa, hornear el pan. Aunque hábilmente cubría la verdad sobre el minero inexistente, las cosas se aclaraban cada vez más. Inconcientemente, al desarrollo del acontecimiento aportó el notario al cual, como a su viejo compañero, Bjelobrk se confió. El notario le afirmó, porque tenía toda la información y conocía cada alma en cada número de cada casa del municipio, que hombre con tal nombre y apellido no existía y nunca había existido. Estuvieron de acuerdo que había sido mi idea y que, por supuesto, tendría que pagar las consecuencias. ¡Consecuencias, consecuencias, como se han multiplicado! De varias partes llegó la opinión de que yo mismo me había encargado de descalificarme. Que no era capaz para mi trabajo, que no era lo suficiente responsable para él. Laúltima acta que registré, fue la decisión de mi destitución. La aprobó el servicio de personal de la unidad territorial y fue basada en la sugerencia de Srećko Bjelobrk, el referente para el “abastecimiento seguro” y los problemas sociales y de Mijo Šebek, antes notario y ahora administrador principal de la Oficina Regional, quien trabajaba como jefe del registro matrimonial.
Traducción: Željka Lovrenčić
Zvonimir Balog nació en Sveti Petar Čvrstec en 1932. Terminó la Escuela de Artes Aplicadas y estudió en la Academia Pedagógica. Ha trabajado en varias profesiones. Fue camarero, decorador de interiores, admistrador, maestro de escuela primaria y editor en varias revistas para jóvenes y para los niños. También trabajó en la televisión. Ha publicado más de 30 libros de poesía, cuentos y novelas para niños y adultos. Sus obras más conocidas para los niños son: Ja magarac (Yo, el burro), Nevidljiva Iva (Iva, la invisible), Bosonogi general (El general descalzo), Zeleni mravi (Las hormigas verdes), Veseli zemljopis (La geografía alegre) etc. Balog es también un conocido guionista y el editor de dos antologías: Zlatna knjige dječje svjetske poezije (El libro de oro de la poesía mundial para la infancia) y Antologija hrvatskoga humorističkog pjesništva (Antología de la poesía humorística croata). Él ocupa una posición única y no convencional en la literatura moderna croata. Su poesía para niños representa una ruptura importante con la tradición narrativa de Croacia. Considera que la libertad es la base de su vida y obra, lo que se refleja en su extraordinario uso del lenguaje. Sus frases inusuales y juegos de palabras obligan al lector a ver las cosas desde una nueva perspectiva. Sus colecciones de ensayos abordan cuestiones tales como la lucha contra la guerra y las diversas manifestaciones de odio y agresión. Zvonimir Balog vive en Zagreb. Ž.L.
(1) De bigote blanco (n. de t.)
(2) En la época de Yugoslavia unidad territorial abarcaba varios municipios. (n. de t.)
(3) Proteus Anguinus. Pescadito endémico que vive en algunas grutas de Eslovenia, Croacia y Bosnia y Herzegovina. (n. de t.)
(4) Plato tradicional de las cocinas eslovena y croata. (n. de t.)
(5) Nombre masculino que significa celebra la paz. (n. de t.)
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.