Presentación de libro “Bucear en su alma”, de Juan Mihovilovich

Por P.Z

Lina Meruane habla de Las infantas, una novela en la que actualizando los cuentos infantiles de los hermanos Grimm resignifica el conflictivo paso de la infancia a la adolescencia al tiempo que pone en crisis la forma misma de la novela: “Las infantas son cuentos integrados”, define.

Cuenta Lina Meruane que “Hojas de afeitar”, el cuento incluido en El futuro no es nuestro, salió segundo en un concurso de narrativa erótica. Fue segundo porque no se animaron a darle el primer premio. La dirección de la revista que organizó el concurso creyó que era demasiado arriesgado para su imagen.

Así es la narrativa de Meruane: implacable. Como alguna vez dijo Roberto Bolaño, la prosa de Lina Meruane posee una fuerte potencia literaria que “surge de los martillazos de la conciencia, pero también de lo inasible y del dolor”.

-Trabajo con escenarios de crisis -dice-.  Un cuerpo o una identidad frente a una crisis de transición, el paso de un estado al otro siempre inconcluso. Últimamente, más que la escena de la crisis, es también la escritura en crisis como forma. Mi narrativa se ha ido acelerando, se ha ido intensificando en la propia escritura. Ha ganado un ritmo cada vez más tenso. Habiendo releído Las Infantas para esta publicación veo que ahí ya estaba la crisis que tiene que ver con el paso del momento de la infancia a la adultez de la mujer, por supuesto, cruzado por el inicio sexual.

Las infantas es la primera novela de Meruane, que acaba de editarse por primera vez en la Argentina. Construida con retazos de cuentos infantiles, Lina Meruane narra las peripecias y desventuras de dos infantas que abandonan el palacio antes de que su padre las entregue como prenda en un juego de naipes. Una historia en diez episodios que se va entrecruzando con otros once relatos, para develar la crueldad y la ambivalencia de ese mundo donde todo está por construir: el de la infancia. Fantasías, carencias, deseos y juegos, atravesados de principio a fin por una tensión erótica que se resuelve en contra de todas las convenciones.

-¿Cómo planteaste el trabajo con los cuentos infantiles?

-Quería trabajar con ese referente de la literatura universal, los personajes de la literatura infantil, que son también son como personajes tipo. Representan algo que despierta ciertas resonancias en el lector, en nuestra formación de lectores. Me interesaba despertar esa reminiscencia, pero al mismo tiempo quería resituar a esos personajes en este contexto más nuevo. Los cuentos son los de los hermanos Grimm pero en realidad ya no importa quién es el autor: a esta altura ya son casi de tradición oral. Los cuentos pertenecen a un universo didáctico que nos resitúa en la infancia, pero cuando los recordamos ya no somos esos niños inocentes que éramos cuando nos los contaron por primera vez. El cuento infantil era un cuento didáctico -no solamente para niños: también era para adultos-, y era de una crueldad increíble. Lo que pasa es que lo fueron limpiando y lo convirtieron en estos cuentos infantiles tipo Walt Disney. Yo quise recuperar la estrategia de la coerción, del poder y la civilización. Recuperar lo más cruel y ponerlo en un momento más contemporáneo.

-¿Por qué se fueron lavando los cuentos?

-Me parece que hay una mirada excesivamente paternalista sobre los niños. Como si no tuvieran su propio erotismo, su propia inteligencia, sus propias ideas, su propia libertad. Me interesaba subrayar ese elemento que normalmente se le niega a la infancia, que está pero se le quita. Y no solamente se le quita en la realidad sino también en la representación. No tengo hijos, pero me doy cuenta lo complejo que tiene que ser. Comprendo mucho mejor a mis padres ahora. Los padres olvidan lo que fue ser niño ¿no? Recuerdo que a los nueve años me creía un completo adulto con derecho a decidir sobre mi vida. Mandaba a la mierda a mis papás; pobres, que me veían como una niña. Tenía nueve años: era una niña, pero no era tan niña. Ahora los niños están muy expuestos a todo, son mucho más grandes de lo que uno cree.

 

-Tu infancia fue bajo el gobierno de Pinochet, la mía bajo el gobierno de Videla. ¿Cómo era la infancia en esa época?

-Bueno eso es lo que no está dicho en el libro. Me parece que no necesitaba decirse: es como decía Borges, que no hay camellos en el Corán. Todos los padres en Las infantas, de alguna manera, son la reencarnación de la figura autoritaria del dictador. La violencia que hay en esa familia, la familia chilena, las pugnas internas, todo eso. A nosotros nos tocaron unos padres muy asustados, muy protectores. La idea era que había que construir una familia, que si los padres no eran suficientemente dictadores con los hijos los hijos, iban a salir chuecos y entonces les iba a pasar eso que por algo les estaría pasando a los otros. Ese discurso había impregnado completamente la sociedad, hasta que fui adulta no me di cuenta de lo fuerte que era ese discurso. El discurso público estaba encarnado en las casas. Lo asustados que estaban nuestros padres y lo autoritarios que se volvieron como la única forma de protegernos. Tal cual a lo que dice Foucault sobre el poder, que no solamente es vertical sino que también es horizontal.

-El libro es del ‘98, ¿cómo viviste la experiencia de la reedición?

-Sentí vértigo. No vuelvo a abrir los libros una vez que salieron publicados. Es casi una superstición. Incluso, cuando me invitan a leer imprimo el texto de la computadora para no tener que abrir el libro. Porque una vez impreso, ya salió: ahora hay que dejar que vaya solo. Además, con el paso del tiempo puede que ese libro ya no te identifique demasiado, que te quede viejo. Me gusta separarme de mis libros para que el próximo sea diferente (aunque uno nunca se separa, porque los temas siguen siendo los que uno tiene). Yo no había vuelto a abrir el libro, no me acordaba demasiado en el detalle. Tuve que releerlo: da vértigo. ¿Quién eras tú hace 12 años? Eras otra persona, ni te acuerdas de dónde salieron esos cuentos. Luego te pasa que, como lector desapegado, le ves cosas que ya no te gustan, encuentras que formas que resolviste que te parecen un poco torpes. Tuve una tentación enorme de reescribirlo, pero luego me paré a mí misma porque el libro es lo que es, me representa como escritora a mis 25 años. Lo que hice fue pulir ciertos detalles de la escritura que estaban un poco más torpes. No toqué nada en los cuentos que estaban muy trabajados, pero pulí un poquito los cuentos que sentía más sueltos. Me resultó muy interesante repensar a partir de Las infantas el trabajo actual y descubrí eso que dicen que uno no sabe hasta que lo descubre en sí mismo: que efectivamente estaban sembrados ahí algunos de los temas que luego reaparecen en libros siguientes.

-Varias veces te referiste a Las infantas como “los cuentos”: ¿es una novela o son cuentos?

-En la intención autoral (estoy hablando de cuando tenía veinticinco años) escribí las escenas y las pensé como episodios, como cuentos. Los escribí como cuentos que no estaban ligados.  La costura apareció después cuando se me dio por escribir las escenas de los cuentos infantiles. En realidad, lo que hice fue poner a todos los personajes de los cuentos infantiles en este universo. La idea del cuento infantil surgió cuando comprendí que con los primeros cuentos estaba trabajando con el paso de la infancia a la adolescencia, pero también con los mecanismos de poder que determinan y construyen ese paso para normarlo. La estructura se armó a partir de las escenitas de los cuentos infantiles, que sí tenían continuidad. Apareció entonces la escena secuencial de las infantas, que de alguna manera era un espejo en otro universo de los momentos ocurridos en los otros cuentos. Pero en realidad, la estructura es lo suficientemente suelta para ser novela y  tal vez demasiado apretada para ser libro de cuentos. Alguien me dijo que había un espacio de género intermedio como son los cuentos integrados a los ciclos cuentísticos en los que justamente todos los textos comparten algo de diferentes maneras. Creo que está en ese lugar incomodo, intermedio, crítico: también pone en crisis al propio lector, que no sabe bien dónde ubicarlo. Me divertí muchísimo haciendo este libro, me gustó escribirlo, me gustó haber llegado a esta formulación intermedia. Mirándolo retrospectivamente tiene que ver con mi trabajo actual, con una investigación sobre la forma y el formato de novela y con cómo pensar la expectativa del lector, los pactos de lectura sobre un género. Y ponerlos también en crisis.

 

En: Eterna Cadencia.