Horacio

Por Jorge Aguayo Ibaceta

 Volver a los diecisiete/ después de vivir  un siglo…

Violeta  Parra

Internet es un instrumento de comunicación inapreciable. Hoy en día nadie puede darse el lujo de no tomar en cuenta esta innovación tecnológica. Sobre todo desde hace unos diez años. En los años 70, época en que esta historia comienza, Internet no existía. Al menos para el grueso de la humanidad. Esta invención americana, el Pentágono la tenía reservada para su uso exclusivo.

Gracias a Internet hoy día me entero, con muchos meses de retraso, que el campamento de Chuquicamata, donde yo viví parte de mi adolescencia, ha dejado de existir. No voy a entrar en demasiados detalles, sobre lo que leí o vi en Internet, a propósito de este acontecimiento. Me contentaré sólo con decir que se organizó una fiesta de despedida. Los Pampinos, un grupo folklórico de la zona, mas no estoy seguro si Inti Ilimani o Illapu, animaron esta ceremonia.

A este oficio fúnebre asistieron chuquicamatinos residentes en el mundo entero. Si yo hubiera estado al corriente a lo mejor hubiera ido. Para tratar de colmar, en algo, esta laguna suplementaria de mi memoria, ahora no me queda otra alternativa, que recurrir a los videos y las fotos, que los asistentes sacaron ese día, y que después pusieron en la Red

No me es difícil imaginar, sin embargo, que la fiesta tuvo lugar en la explanada que había  entre el club Chuquicamata y el paradero de buses. Los fuegos artificiales, que lanzaron,  deben haberlos tirado desde lo alto del campamento. Más o menos cerca de la población Bellavista. Y de mi antiguo liceo .

El campamento de Chuquicamata fue construido en medio de unos cerros. Durante mi estadía en él yo viví en el Hundido. Unos bloques de viviendas obreras ubicados en la parte baja.

Curiosamente hasta el día de hoy no sé dónde, en esa época, vivía Horacio Saavedra, el  compañero de liceo en quién pienso ahora. Tampoco sé si su padre trabajaba en Cobrechuqui o no. Lo único que sé ahora de su familia, gracias a Internet de nuevo, es que  una hermana suya es profesora. Y también escritora. Por la fuerza de los acontecimientos. En esa época no tenía idea de su existencia.

Esta ausencia de informaciones se explica, en cierta medida, porque aunque Horacio y yo, éramos alumnos de segundo medio, los dos no estábamos en el mismo curso.

En el liceo los dos habíamos simpatizado, porque ambos formábamos parte de un grupo de  alumnos, que había hecho públicas sus simpatías políticas de izquierda. En nuestro liceo la mayoría de los alumnos eran de derecha. Aunque menos violento que en Santiago, y otras grandes ciudades del país, el enfrentamiento político, en nuestro microcosmos provinciano,  era también sin cuartel.

Mucha agua ha pasado bajo el puente desde entonces. Ahora estamos en pleno siglo veintiuno. Como mi memoria ya flaquea un poco, hay nombres y rostros que he terminado olvidando, con el paso del tiempo. Este no es el caso de Horacio. De él no me olvidaré nunca .

En septiembre de 1973 yo tenía diesiete años. En algunos sitios de Internet, donde hablan de él, dicen que ese año Horacio tenía dieciocho. No obstante lo que dicen yo me obstino en  afirmar que los dos teníamos la misma edad .

En esa época, Horacio era miembro del FER. Esta sigla designaba a los estudiantes simpatizantes del MIR. Ese fue su gran error. Si hubiese, como yo, militado en una izquierda más remolona en este momento yo no tendría, tal vez, ninguna razón para acordarme de él.

Siempre recordaré una concentración, que nuestros compañeros derechistas, organizaron en la plaza del campamento. En principio para apoyar una huelga de mineros en el Teniente. El cortejo de manifestantes iba ya por la avenida Tocopilla, cuando le pregunté a Horacio qué cosa podíamos hacer para impedir la protesta. “Nada”, me respondió Horacio con su hablar lento de nortino.

Esta jornada de protesta fue un punto descollante en la vida de nuestro liceo. El otro fue la ocupación del local del establecimiento. Tal vez no debería evocar esta acción de nuestros adversarios políticos. Esta anécdota tragicómica ocurrió el mismo día del golpe de estado. Es decir el 11 de septiembre de 1973.

A causa del golpe de estado yo tuve que partir del campamento a fines de octubre. Antes de eso fui testigo de la detención de dos miembros de mi familia. También, detalle suplementario importante, como reaparecían en las vitrinas del comercio cosas que poco antes era imposible encontrar. Sobre todo en las carnicerías. El 18 de septiembre, fiesta patriótica por excelencia, tenia que ser celebrada “carnívoramente”. Como es debido.

Antes que los detuvieran, Lucho, el marido boliviano de mi prima Grimilda, le propuso a esta parienta y a su  hijo Fernando, huir del país por un paso cordillerano. Mi sobrino en segundo grado no quiso. Seguramente porque su compañera acababa de tener guagua.

Partir c’est mourir un peu [1], dicen los franceses, y tienen razón. Desde que partí de Chile, hace unos treinta años, nunca he cesado de aplicarme esta máxima. Este nunca podrá ser el caso de Horacio y de mis familiares. En octubre del 73 la Caravana de la Muerte pasó por  Calama y a los tres los fusilaron.

Como decía al principio, Internet es un excelente instrumento de comunicación, de información. O como se quiera definirlo. Desde hace algunos años los nombres y las fotos de Horacio Saavedra y de mis parientes, Fernando Ramírez y Luís Busch, están en la Red.  ¡Qué triste honor! Yo preferiría mil veces que no estuvieran……

[1] Partir es morir un poco

jorge aguayoJorge Osvaldo Aguayo Ibaceta  ( Valparaíso, 1956)  Es traductor y  reside en Francia  desde 1980. Actualmente  vive  en Argenteuil, una ciudad  cercana de París.

En el año 2004 gana  el primer premio en narrativa del Concurso Un Puente en el Arte organizado por la Editorial Novelarte (Córdoba  Argentina) con el cuento «El proceso de Lolita» . Ese mismo año Letras de Chile  publica  su cuento «El baile de los lemnings»  y obtiene una Mención honrosa en el  Primer Concurso  Literario  Internacional   organizado por la ONG «Reencuentro» con el cuento «El día que cerraron Tati«.