Es sabido que en el arte nada es al azar. Es sabido, y así debiera ser; y si alguien no lo sabe, pues que no se deje llevar por la corriente del río sin saber nadar. Esto es a propósito de un pequeño homenaje que hice al poeta Ernesto Cardenal el martes 28 de julio en la Sociedad de Escritores de Chile.

La carretera es una historia que viene de lejos y por eso merecía una pequeña explicación, en primer lugar para el poeta y en segundo lugar para la audiencia, público, en su mayoría, desconocido para mí. Hace demasiados años que he estado viviendo fuera del país, por cosas del destino, y porque como bien lo dice Tiresias en Edipo Rey “Nadie escapa a su destino”. Y yo esta vez no quise escapar al mío y conseguí una guitarra y canté para el poeta de Nicaragua, don Ernesto Cardenal su poema que tanto cantamos. Nada es producto del azar, y en el caso mío, menos aún.

Desde muy joven fui músico; me llegó ese arte como un don de la naturaleza y en las clases de música en alguna escuela de Osorno, mi ciudad natal, y con el paso de los años se fue desarrollando más ese arte hasta que un día, no sé cual, comencé a componer canciones; y más tarde, ya siendo estudiante de pedagogía en Castellano en el Pedagógico de la Chile, antes del golpe de estado, le puse música a dos hermosos poemas de Nicolás Guillén. Uno de ellos decía “Soldado aprende a tirar, tú no me vayas a herir, hay mucho que caminar…”, no recuerdo si fue Nilton o Tacho –uno brasileño, el segundo de Nicaragua– los que me sugirieron los poemas. Habrá sido por 1972 o 1973, y lo canté en algunos actos y en una radio, Nacional se llamaba y estaba por Monjitas, entre San Antonio y McIver, la que era del MIR si la memoria no me traiciona. Después vino todo lo que sabemos y que todavía nos duele.

La resistencia a la dictadura comenzó con el cántico, el solitario y el de todos. Y yo, seguí en mi canto tanto en la universidad como en las poblaciones, sindicatos, iglesias, universidades, y más tarde en los actos político-culturales que hacíamos por todo Santiago. En algún año de los setenta, después del golpe, me encontré con Homenaje a los indios americanos de Ernesto Cardenal. Y en esas hojas de ese árbol que nos hablaba de la tragedia de nuestros pueblos originarios encontré una gema, pequeña, luminosa, que hablaba de esperanza y de la búsqueda de la libertad: La carretera. Ésa fue mi lectura de ese entonces, lo sigue siendo hoy. Por cierto, el poema venía con su música y yo sólo fui el medio para que saliera a la luz y nos diera la luz, más bien la iluminación de “un triangulito blanco” para que nos ayudara a salir adelante en esos días tenebrosos.

Es lo que quería explicar la noche del 28 de julio de 2009, en presencia del poeta que me dio tanto, que nos dio tanto con su poema, el que pasó a ser una herramienta de resistencia hace más de treinta años, en plena dictadura. Es un poema que tenía su historia más allá de su palabra y que tomó vuelo propio en esos años. Quería explicar sólo algunas cosas esa noche, pero no fueron explicadas, inexplicablemente para mí. La carretera es un poema que tiene su historia, es un poema-canción que nos dio coraje y alegría de vivir en aquellos años de lucha y lejana esperanza a los que hicimos resistencia a la dictadura dentro de Chile; muchos de nosotros pagamos duras consecuencias por ello. Por mencionar a algunos de los nuestros: Rodrigo Medina Hernández, Detenido-Desaparecido; Jécar Neghme, ejecutado político; Malva Hernández,  perseguida política; y muchos de nosotros expulsados de la universidad en diciembre de 1980, sin tener derecho a volver a estudiar en ninguna universidad chilena por siete años. El paro universitario fue la causa, pero también el efecto, entendimos que la dictadura tenía debilidades, y unos años más tarde las Protestas la harían tambalear.

Como se ve, La carretera no nació de la nada.

Este martes 28 de julio no quise cantar por un capricho, sino para rescatar ese tiempo y darle las gracias al poeta Ernesto Cardenal en su presencia. Para mí era una oportunidad única, y tomé el destino en mis manos. De 1982 que dejé de cantar por razones que yo tampoco sé, y que no vienen al caso  explicar en esta ocasión. El hecho es que el poeta no sabía que su poema La carretera llegó a ser un himno de los estudiantes del Pedagógico, hermosos y valerosos con los ideales bien puestos en la tierra en aquellos días que vivíamos en tanto peligro, –con las universidades y en particular nuestro querido Pedagógico invadido por espías que incluso nos mostraban sus armas y nos acosaban a diario, y no nos dejaban estar en grupos de más de tres estudiantes– que abrían, poco a poco, la carretera que algún día nos conduciría a la libertad. El dogma de que el arte no cambia nada, habrá que replantearlo seguramente.

Lo maravilloso para mí es que los compañeros y compañeras del Pedagógico siguen cantando La carretera después de yo desaparecer de la escena chilena y del canto, y eso no es algo menor; como tampoco es menor el apretón de manos y las gracias que me dio el poeta ameritan estas palabras para que el cántico tome vuelo de nuevo, porque La carretera sigue en construcción y depende de nosotros que lleguemos al final de su símbolo. Y yo, más temprano que tarde, le haré llegar al poeta Ernesto Cardenal su poema en mi voz y ojalá en la voz de mis compañeros de lucha convertida en disco como el venerable poeta me lo pidió en esa noche maravillosa para mí.

Y las palabras que escribí para contarle en pocas palabras la historia de su poema, no se las llevará el viento. No fueron leídas en su totalidad por el Maestro de Ceremonias, de manera inexplicable para mí, tal vez por los tiempos pos-modernos que se viven y el tiempo, tan aleatorio, apremia, quién sabe. Pero aquí van, para que los que no saben de nuestra historia aprendan algo de ella. Como es sabido nada es al azar, y menos en el arte, en el cántico, tampoco en la fogata luminosa que la noche del 28 de julio hubo en la hermosa Casa del Escritor, donde pocos hicimos tanto en los años de la dictadura, en los Ochenta, años de lucha y resistencia renovada. No fue poca cosa ese trabajo hecho en aquel tiempo reciente. Es algo para nunca olvidar.

La Casa del Escritor, es un lugar que nos pertenece aunque estemos lejanos, para reafirmar eso estuve allí, estoy allí, seguiré estándolo.

La carretera (poema de Ernesto Cardenal)

Estamos abriendo una carretera
a Chichén Itzá
todos los del pueblo
para conectar nuestra aldea de Chan Kom
con Chichén Itzá.
Aunque nunca vendrán los turistas
y la carretera no dará dinero.
(«La Carretera de la Luz»
le llamamos los del pueblo).
Todavía faltan muchos kilómetros
pero desde los árboles más altos
de la selva, vemos allá lejos
en el horizonte
      un triangulito blanco:
las ruinas del castillo
         de Chichén Itzá.

Este poema de Ernesto Cardenal fue musicalizado por José O. Paredes Presentado en la Sociedad de Escritores de Chile el martes 28 de julio de 2009 en el recital poético de Ernesto Cardenal. Este poema hecho canción a mediados de los setenta tiene una larga historia: pasó a ser, de alguna manera, un himno de lucha y resistencia en tiempos de la dictadura y es recordado por la mayoría de los que participaron en la resistencia cultural que hicimos en aquellos años, y eso que han pasado más de treinta años. Tomó más relevancia cuando realizamos el primer paro universitario bajo la dictadura en 1980, paro que comenzó en defensa de la profesora Malva Hernández del departamento de Castellano -madre de Rodrigo Medina Hernández un estudiante de Filosofía que hasta hoy es un Detenido-Desaparecido-, el que en pocas semanas tomó cuerpo en los otros departamentos del Pedagógico que se sumaron en la defensa de la profesora Hernández a la que las ‘autoridades’ universitarias querían echar de su cátedra de profesora en nuestro departamento, por ende de la universidad. El poema y su música fue un himno de batalla, y nos ayudó a cambiar más de algunas cosas en aquellos años en que vivíamos en constante peligro en nuestro Pedagógico y en el país. Gracias querido y venerable poeta por el gran poema que nos legó; ha estado vivo en nosotros desde que lo echamos a volar buscando Chichén Itzá, que no era otra cosa que la libertad; con vuestro poema hacíamos nuestra La carretera y todo lo que simbolizaba para nosotros ésta: con él abríamos las grandes alamedas profetizadas por el Presidente Allende el día de su muerte.