Por Miguel de Loyola
Impresiona el tema de esta novela, y la fina forma de abordarlo. Tan distante a la acostumbrada vulgaridad de cierta narrativa de consumo masivo impuesta por la industria editorial. Se trata de una novela de amor no consumado, de un amor frustrado que pudo llegar a ser pleno si…
Una joven pareja se casa y en la noche de bodas sobreviene el desencuentro definitivo.
¿Se trata sólo de un problema de frigidez por parte de Florence? Esa pareciera ser la interrogante disparada como una bomba a la conciencia del lector. Es una historia donde la sensibilidad juega un papel preponderante, convirtiéndose acaso en la cuestión principal para entender la relación de pareja.
Edward, el novio, es un buen chico, licenciado en historia, condescendiente. Ha tenido una infancia algo triste por causa de cierta enfermedad de la madre (Marjorie), pero un padre emocional y moralmente fuerte que supo sacar adelante la familia (Lionel). Estamos aquí frente a dos jóvenes criados en ambientes bastante normales, bastante felices para los tiempos que corren, sin los clásicos tópicos que caracterizan la novela europea de los últimos 25 años, donde no la faltan drogas, sexo, delincuencia, maldad. No, aquí nos enfrentamos a dos seres extraídos de hogares corrientes, donde ha habido amor, calor de hogar. Una trama psicológica que aborda cuestiones esenciales del yo más íntimo sin agregarle una doble dosis de tragedia.
Florence dirige un cuarteto de cuerdas, toca el violonchelo, su pasión está concentrada totalmente allí, en las notas que descubre y reproduce con su instrumento. Ama a Edward, se siente bien con él, toca para él, pero se resiste a la sensualidad del tacto, al besuqueo, a las caricias cuando no terminan y buscan y siguen buscando algo que ella no se puede explicar, y siente que falta todavía tiempo para avanzar hacia ese más allá.
En tanto Edward Mayhew tampoco destaca por una personalidad abiertamente asexuada, pero desea a Florence con toda su cuerpo y su corazón. Sin embargo, dos o tres palabras mal dichas, o mal puestas, inoportunas, producen el quiebre, como en la vida, como en la realidad, cuando los amantes no saben moverse en medio del sensible tejido que sostiene -con la misma tensión de afinación de un instrumento- la sexualidad individual, esa parcela interior tan íntima, pero tan entera como una copa de cristal que, al romperse, resulta imposible reparar.
La novela focalizada en los años ´60 sorprende como un aviso de peligro descubierto repentinamente.
Ian Mcewan tiene algo importante que decirle no sólo a los jóvenes que hoy gozan impunemente de la liberación de muchos tabúes de tipo sexual, sino a toda la humanidad.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…