Por Gabriel Rodríguez

El niño Neftalí vio la luz el 12 de julio de 1904 en la calle San Diego, actual Pablo Neruda, en Parral.

Hijo de José del Carmen Reyes Morales, agricultor que habría de encontrar su trabajo definitivo en Temuco, donde se haría conductor de trenes, y de Rosa Neftalí Basoalto, maestra de escuela, mujer sensible que gustaba de contar historias a sus alumnos y que se fue prematuramente, víctima de la tuberculosis .

Nació con el siglo XX, y balbuceó sus primeras palabras en el fundo Belén, propiedad de su abuelo paterno Don José Ángel Reyes Hermosilla. Rodeado de esa soledad agreste del valle central, en medio de viñedos y arrozales, el niño fue descubriendo el mundo. Un mundo de verde soledad y casas de barro blanqueadas con cal. Un mundo amable y sencillo que respiraba al ritmo de la naturaleza y las estaciones.

Será en el Liceo de esa ciudad, al cual ingresa en 1910, el lugar en el que cultivará sus primeras amistades, algunas de las cuales durarán toda su vida. Será amigo de otros poetas. La tierra, la selva, los ríos ejercerán sobre Neftalí una enorme fascinación. Los viajes con su padre por los ramales, el contacto con el mar, serán los materiales con los que se nutrirá una poesía vinculada profundamente a la naturaleza.

Así podrá cantar:
«Me impregna la humedad del territorio

el vapor del otoño acumulado

en las estatuas de su iglesia de oro

y aún después de muerto ya veréis

cómo recojo aún la primavera,

cómo asumo el rumor de las espigas

y entra el mar por mis ojos enterrados»

NEFTALI SE CONVIERTE EN PABLO NERUDA

Con la adolescencia el poeta comienza a escribir sus primeros poemas y a enviarlos a concursos y publicaciones. En 1919, a los quince años, obtiene el tercer lugar en los Juegos Florales de Maule, usando el seudónimo Kundalini. Ya era corresponsal de la legendaria revista «Claridad» de la Federación de Estudiantes de Chile y había formado un Ateneo con sus compañeros interesados en la literatura. Este seria el primero de una interminable lista de reconocimientos y premios.

Pero no olvida sus raíces en Parral, y junto a su padre visitaban periódicamente a sus familiares en el fundo Belén.

Llegaban a la estación de Ñiquen, pequeño poblado cercano y se dirigían el fundo para disfrutar de las cosechas y cultivar los lazos de familia. Aún vive en Parral, Eva Reyes Araya, prima del poeta y quien nació y vivió en el fundo hasta el año 1965, cuando el último de los Reyes, don Joel Reyes, abandonó definitivamente el lugar.

También vive en la ciudad, Matilde Mora, viuda de Don Ángel Reyes, tío de Neftalí, a cuya casona cercana a la estación de ferrocarriles el poeta llegaba con cierta frecuencia, primero con Delia del Carril y posteriormente con Matilde Urrutia.

Será junto a esta última compañera que Pablo creará sólidos lazos de amistad en la ciudad de Cauquenes, donde Matilde gustaba de visitar a sus parientes. Allí publicará en 1954 la primera edición de cinco de sus Odas Elementales, uno de sus libros favoritos. Los talleres de la imprenta «La Verdad», que todavía existen en la calle Errázuriz 366 en Cauquenes, realizaron el año 2004 una reedición en homenaje al centenario del poeta. La dedicatoria de esta obra decía textualmente: «Dedico esta primera edición de estas Odas Elementales, al pueblo, a la ciudad, al Alcalde Gustavo Cabrera Muñoz, a los campesinos, a las viñas y bosques de Cauquenes y Parral. Julio de 1953».

Por la década del cuarenta, Pablo Neruda visitaba Parral para compartir con sus amigos, dictar conferencias o asistir a reuniones políticas. El profesor Teodoberto Rojas, Director de escuela, y su esposa, Oliva Vera, también maestra, lo acogían en su casa. Oliva Vera lo describe así: «Era muy tranquilo, muy simpático. Su misma voz muy campesina, pese a que algunos critican su manera de recitar…era muy comedor, muy buen comedor. Lo que más le gustaba eran las carnes, las prietas, las longanizas…Él llegaba a mi casa con La Hormiguita, y también después, con Matilde».

Por esos años se forma la Biblioteca Municipal Pablo Neruda, que era atendida por tres profesores voluntarios. En uno de sus viajes el poeta escribió en el libro de visitas: «Mi corazón tiene raíces en Parral. Fruto de estos vinos debe ser mi poesía».

LA MEJOR FIESTA DE PARRAL

El vino de buena cepa, de las mejores parras del Maule, no podía faltar en la mesa del poeta. Y no faltó en sus encuentros con sus amigos en el Club Social donde Matilde cantó las tonadas inspiradas en textos de Neruda, en el Teatro Municipal donde solía dar sus recitales y conferencias. El año 1967, será declarado Hijo Ilustre por el Municipio. Se vivirán dos días de intensas celebraciones que incluyeron una marcha por la calle principal, arcos de triunfo, desfile de huasos, recital, la entrega de una medalla de oro, un almuerzo en la medialuna, un rodeo y un asado en el fundo del alcalde de la época y gestor de la iniciativa Don Enrique Astorga.

El poeta viaja acompañado de una extensa comitiva de amigos, periodistas y escritores que incluían una delegación de la Unión Soviética, la escritora Delia Carranza de Colombia y el poeta Miguel Otero Silva de Venezuela. Se había anunciado también la presencia de Mario Vargas Llosa de Perú, quien finalmente no llegó.

Contradiciendo algunos vaticinios, el pueblo entero de Parral se volcó a las calles para saludar y festejar a su hijo más famoso. Pablo Neruda había recibido el Premio Nacional de Literatura en 1945 y era ya un poeta universalmente reconocido y admirado. Todos los sectores, sin excepción, reconocieron al poeta de la lluvia y la provincia cuyas palabras habían encontrado un eco profundo en la conciencia universal. Será el poeta de lo local y lo universal. No se considerará un pequeño dios, ni gestará una nueva vanguardia, sin embargo, su voz tocará las raíces más profundas del hombre. Ciudadano de Parral, de Temuco y del mundo, el eterno viajero volverá siempre a sus raíces, a los pequeños pueblos de casas blancas, a los mercados y las cocinerías de sus aromas y sabores de infancia. Con razón se ha hablado del «viajero inmóvil» que salió del corazón de Chile a recorrer el mundo con sus palabras. Parral no ha vuelto a celebrar así.

En Linares visitaba a su amigo Pedro Olmos, compañero de aventuras juveniles en los inquietos años veinte en Santiago. En esa época conoció la desdicha de los estudiantes pobres en las tristes pensiones. Fueron años de romances, de anarquismo, de la Canción de la Fiesta, poema con que obtiene el primer lugar en los Juegos Florales organizados por la Federación de Estudiantes. Publica «Crepusculario» en 1923 y al año siguiente los «Veinte poemas de amor».

El reconocimiento y la fama no resuelven sus problemas económicos. Sobrevive de pequeños trabajos y traducciones. No termina su carrera de pedagogía en francés. Su familia no puede prestarle apoyo. Los escritores de fortuna viajaban a París, centro y torbellino de la actividad artística de Europa.

Las penurias económicas lo obligan a alejarse de la patria y a asumir un cargo menor en el lejano oriente. Serán años de intensa soledad que decantarán en una poesía revolucionaria, que, a juicio de muchos, abrirá la puerta a un nuevo lenguaje poético. Así nacen las Residencias. Cuando unos años más tarde llega a España a servir un cargo similar, el mundo cultural y literario lo recibe con honores, reconociendo su creación como un portentoso aporte a la poesía. Será en la España Republicana que su vida y su arte sufrirán un cambio radical: se unirá a Delia del Carril, aristócrata y artista argentina, quien lo acompañará durante casi veinte años, y asumirá la causa de los desvalidos del mundo.

LA RUTA DE LOS POETAS

Las huellas de su relación con Parral y la región, son sólidos y claros. Sin duda hemos avanzado desde hace una década, cuando un miserable latón mal pintado recordaba en el cementerio de Parral que allí descansaba su madre, la mujer delgada y amante de la poesía que lo trajo al mundo.

Tuve el privilegio de publicar el libro «Neftalí el niño de Parral» mencionado por el Presidente Lagos en la celebración del Centenario del poeta. La primera edición se encuentra agotada y, curiosamente, por esas cosas extrañas que nos pasan, no he encontrado apoyo para una nueva impresión. Este texto ha querido dar cuenta especialmente de la relación del poeta con Parral y el Maule.

Nunca terminaremos de conocer la intensa vida de un hombre como Pablo Neruda, y, con seguridad, los chilenos no alcanzamos a dimensionar la grandeza de su obra. Creo que ni la Región ni Parral han estado a la altura del poeta.

Sólo me resta agradecer la oportunidad de participar en este homenaje al hijo errante que sigue viajando por el mundo con su poesía cargada de infancia, de pueblos blancos y lejanos, de ríos transparentes y de esperanza.

Como dice el poeta al regresar de uno de sus tantos viajes:

«Yo soy del Sur, chileno

navegante que volvió

de los mares.

Regresé a trabajar sencillamente

con todos los demás

y para todos.»

Pablo Neruda

La Casa de las Odas

Talca, Primavera de 2004.-

«NEFTALI: EL NIÑO DE PARRAL»

Texto leído en el Teatro Municipal de Parral.
«Yo no tengo memoria

del paisaje ni tiempo,

ni rostros, ni figuras,

sólo polvo impalpable,

la cola del verano

y el cementerio en donde

me llevaron

a ver entre las tumbas

el sueño de mi madre»

(Fragmento del poema «Nacimiento» del libro «Memorial de Isla Negra»)

Permítanme explicar brevemente que mi relación con Parral comienza en la infancia, con las visitas a la abuela materna que vivió hasta su muerte en la calle San Diego, actual Pablo Neruda. Allí ensayé alguna vez escribir poemas con el ritmo del poeta impregnado en el alma. Después las visitas al cementerio eran también para honrar la tumba de la madre del poeta, humilde, desnuda y muda, como casi todo el país en esos años. Entonces un latón pintado por unas manos generosas, pero inexpertas, era el único indicio de que allí descansaba la madre del poeta chileno más importante del siglo XX.

Cuando el FONDART aprobó la idea de investigar y publicar las raíces parralinas de Neruda, no imaginé lo que eso iba a significar. «Neftalí el niño de Parral» comenzó en los testimonios del propio poeta, en los poemas del «Río Invisible», escritos en su adolescencia en Temuco con textos dedicados a su madre Rosa Neftalí. Y luego, en una peregrinación que un periodista denominó «casi religiosa» por los lugares vinculados a su vida en Parral.

Una lluviosa tarde de invierno alcancé a obtener seguramente la última fotografía de los restos de la casa natal del poeta, pocos días antes de que fueran destruidos. Luego pude llegar a los campos de lo que fuera el fundo Belén, lugar donde el poeta vivió seis años al cuidado de sus abuelos. La abandonada estación de Ñiquen resultó reveladora de lo que fue una cultura construida en torno al ferrocarril. Hasta allí llegaba Neftalí adolescente junto a su padre conductor de trenes para pasar unos días en el fundo. Las tierras de Belén conservan aún algo sobrecogedor en su primitivo abandono y aislamiento. Están físicamente tan cerca, y son culturalmente tan distintas de la vida en las grandes urbes. Un día completo por caminos agrestes y poco transitados, de conversación con campesinos amables y de contemplación de un atardecer en la placidez del campo, me hicieron comprender vivencialmente por qué la poesía nerudiana está impregnada por el amor a la tierra, la admiración por el territorio, las entrañas ancladas en lo telúrico. No fue sólo en la selva del sur que el poeta quedó deslumbrado por lo que hoy llamamos la biodiversidad. Fue en Belén que el pequeño Neftalí se sintió parte de una naturaleza asombrosa y esa mirada lo acompañó durante toda la vida.

El peregrinaje por los sitios nerudianos abría puertas hacia claves fundamentales para comprender su poesía. Su cuna y su infancia estaban unidas a la vida rural, a los pequeños pueblos, a las costumbres populares que conocía y amaba. Guiado por pistas difusas logre ubicar a su prima Eva Reyes Araya. Ella vivió en el fundo Belén hasta el año 1965 y siendo menor que el poeta, éste la tuvo en sus brazos cuando era pequeña. Recordó las rencillas propias de los primos, ante las cuales alguien repetía: «Hay que tener cuidado, miren que tiene sangre de Reyes». La voz y la figura de Eva Reyes evoca, en forma inequívoca, al poeta. Los genes de los antepasados comunes navegan por su sangre.

Durante los sucesivos viajes a Parral, una compañera estuvo casi siempre presente, la lluvia, la lluvia del sur que el poeta siguió amando con su carnaval de goteras en Temuco. Esa lluvia me acompañó a las casas del fundo «La Florida» del alcalde Enrique Astorga, el visionario, que junto a todos los regidores nombrarían a Pablo Hijo Ilustre de Parral, el año 1967. Ese evento conmocionó a la ciudad que se volcó a las calles a aplaudir al poeta. Hubo arcos de triunfo, desfile de huasos y rodeo. Una nutrida delegación de artistas y periodistas acompañó al poeta. Un asado en el fundo La Florida fue la culminación de la fiesta. Cuando visité el lugar no pude convencer al actual propietario de la casa para conocerla y obtener una fotografía. Debí regresar en otra oportunidad y gracias a la gentileza de una joven mujer, fue posible fotografiarla.

PARRAL TIENE MUCHO QUE HACER

Mi centro de operaciones fue la biblioteca Neftalí Reyes, llamada a ser algún día un gran Centro Nerudiano. Gran parte de las imágenes del libro provienen de los archivos de esa institución. Así pude visitar y registrar los principales lugares vinculados al poeta: el Club Social, donde se reunía con amigos como Teodoberto Rojas, y su esposa Matilde Urrutia cantaba las tonadas del «Canto General» dedicadas a O`Higgins o los Carrera; la casa de su tío José Ángel Reyes y su esposa Matilde Mora, a quienes visitaba, el Teatro Municipal, donde tantas veces leyó sus poemas. El vate amaba a dos Matildes, una de ellas era esta tía de Parral y la otra, su mujer, que tenía raíces en Cauquenes. En esa casa cercana a la Estación de Ferrocarriles se reunieron los Reyes de Parral y de Temuco para festejar al poeta. Allí derramó lágrimas de emoción, de acuerdo al testimonio de Volodia Teitelboim, al escuchar los sonidos del campo y reencontrarse con las raíces que alimentaban su vida y su poesía. Así lo expresa en el poco conocido poema «Aún» dedicado a su abuelo parralino Ángel Reyes, y elegido por el propio Neruda para una especial «Antología Popular» del año 1972 prologada por el Presidente Allende, pocos meses antes de su muerte:

«Nosotros, los perecederos, tocamos los metales,

el viento, las orillas del océano, las piedras,

sabiendo que seguirán, inmóviles o ardientes,

y yo fui descubriendo, nombrando todas las cosas:

fue mi destino amar y despedirme.

Mi abuelo don José Ángel Reyes vivió

ciento dos años entre Parral y la muerte.

Era un gran caballero campesino

con poca tierra y demasiados hijos.

De cien años de edad lo estoy viendo: nevado

era este viejo, azul era su antigua barba,

y aún entraba en los trenes para verme crecer,

en carro de tercera, de Cauquenes al Sur.

Llegaba el sempiterno don José Ángel, el viejo,

a tomar una copa, la última, conmigo:

su mano de cien años levantaba

el vino que temblaba como una mariposa.

Fueron muchas conversaciones y muchas horas de lecturas. Fui comprendiendo que este libro podía acercar a quienes era imposible separar: al poeta de la tierra y a la tierra que lo vio nacer. Tal vez así lo comprendió el Presidente Lagos cuando citó parte del texto en su discurso en la Estación de Ferrocarriles ese lluvioso 12 de julio de 2004 al celebrar el centenario del poeta.

Debo agregar dos cosas: la primera es que el libro incorporó una breve mención a la única hija del poeta, Malva Marina Trinidad, la «niñita de Madrid» como la llamaba García Lorca. Conocí después la historia completa de la niña gracias a un chileno que encontró su pequeña tumba en la ciudad de Gouda, Holanda el mismo año 2004.

La segunda, es que la internacionalización de nuestra región, pasa ineludiblemente por Neruda, y construir la Ruta de los Poetas que entre todos debemos impulsar con tanto afán como hemos apoyado la ruta del vino.

El libro está agotado hace tiempo, pero es posible visitarlo en internet.

Yo tuve el privilegio de llevar adelante la síntesis, pero el contenido más importante había sido entregado generosamente por los parralinos. El título «Neftalí el niño de Parral» fue una apuesta a sus raíces maternas, bíblicas, campesinas.

A pesar de sus viajes por el mundo y el reconocimiento universal de su obra, Pablo Neruda nunca dejó de ser Ricardo Eliacer Neftalí, el hijo de una maestra amante de la literatura y un agricultor, el niño nacido en Parral y criado en el fundo Belén, el provinciano de voz nasal y ritmo cansino, el degustador de vinos y de comidas populares que quiso cambiar el mundo porque nació poeta.

Parral, Invierno de 2007.

Texto leído en el Centenario del Poeta en la Villa Cultural Huilquilemu.