Carta a Sor Juana Inés de la Cruz: la opción a una soledad compartida
Por Lilian Elphick
I.-Querida Sor Juana Inés:
Años que piso esta tierra austral, lejana de otras tierras, cercana a inmensos mares y a inmensas montañas. Años ha que me alimento de manzanas venenosas más por imposición que por voluntad propia. Así, he muerto innumerables veces, pero también he resucitado otras tantas. He vuelto a vivir por simple cariño a mí misma, por amor (1) a mí misma. Son años de paradojas, Sor Juana Inés.
Desde que nací me quitaron el don de la palabra, reiterándome que no tenía necesidad alguna de expresarme. También me despojaron de todas las plumas, lapiceras y lápices que había en casa, y escondieron la llave de la puerta de la biblioteca. Como verás, soy iletrada, analfabeta, pero ostento con orgullo mis prestidigitaciones culinarias y el encerado de los pisos de madera. No vayas a pensar que la maldad familiar rodeó mi alma, convirtiéndola en un guiñapo seco y contraído. No. Los dedos de mi mano derecha llevan en forma magistral la aguja y el hilo hacia un paño bordado, y los dedos de mi mano izquierda pueden sumergirse en un tazón de leche sin problema alguno. Mi cintura puede resistir las barbas del corset con elegancia y finura, mi pie tiene la fuerza necesaria para pedalear una máquina de coser, y mis ojos cuando no quieren ver, no ven. Alma ansiosa es la mía.
Después de esta introducción, un poco aburrida quizás, te expongo el asunto de esta carta que, gracias a la piadosa intervención de un joven amigo letrado, te envío.
A mis oídos llegó la palabra «derecho». Yo no conocía esa palabra. Sólo conocía la palabra «mujer» porque eso fue lo que siempre me dijeron que era. Mamá, abuela y bisabuela se encargaron de repetírmela durante mucho tiempo hasta que, finalmente, la aprendí. Mujer era como decir carne o divertimento. Después aprendí la palabra «hombre», pero era tan grande que no pude asimilarla muy bien. Entendí sí que la palabra «hombre» era lo mismo que «ser humano». Intentando pensar – ya que es una actividad muy perturbadora para las mujeres- llegué a la conclusión de que la palabra «derecho» podía ir junto a «ser humano» sin provocar mayores problemas de comprensión. Por intuición más que por raciocinio, agregue una preposición a estas palabras: «de». Uní las piezas con cuidado y el resultado final fue: derecho de el (del) ser humano. Entonces me pregunté: ¿qué es realmente el derecho del ser humano? Varios meses me desveló esta pregunta. Pregunté a otros seres humanos y ellos me contestaron sólo con sonrisas y guiños de ojos. Otros, menos amables, respondieron que esa pregunta a mí no me incumbía. Y mi madre me acusó de no ser mujer. Como es natural, me asusté. Si yo no era mujer ni ser humano, ¿qué es lo que era? ¿Un animal?, ¿una planta?, ¿una piedra? Preferí la primera alternativa. Si no soy mujer, soy animal.
Mi curiosidad pudo más y -después de varios siglos de observación directa- pude responder a la primera pregunta que me había planteado: el derecho del ser humano significa, en primer lugar, llegar a ser humano. En segundo lugar, significa llegar a ser libre para decidir un derecho o varios derechos. Por ejemplo, el ser humano es libre de decidir qué camino tomar y qué largo tendrá ese camino. Si el camino es corto, él podrá optar a una felicidad aparente; si el camino es largo, éste podrá optar a una tranquilidad aparente. Sin embargo, ambos caminos pueden ser peligrosos: el ser humano, a menudo, se auto- exilia de la naturaleza. (2)
También el ser humano tiene el derecho a la sabiduría y a la creación, aunque este derecho es inherente al ser mismo. Gracias a este derecho, mi joven amigo letrado goza del derecho del lenguaje escrito y del lenguaje hablado. El goza de la gramática española, que como muchos seres humanos saben, fue redactada por un ser humano de apellido Nebrija (3). El goza porque cada sonido es el reflejo de la imaginación, cada letra, cada palabra, cada frase, pueden otorgarle el placer de la inmortalidad. Las palabras son susceptibles de quedar estampadas en algo que se llama «libro» y los libros no mueren de muerte natural.
Este gozo también lo comparto, aunque de manera indirecta. Soy yo la que hablo y es él el que escribe. Si he podido emitir sonidos articulados y llenos de significado, yo también tengo un derecho. El derecho del animal al lenguaje hablado y arbitrario de los seres humanos. Íntimamente relacionado con esto, o como consecuencia de esto, puedo concluir que yo tengo derecho al pensamiento de los seres humanos. Pero, ¿es primero el pensamiento o es primero el lenguaje? Si yo grito » ¡Fuego!», ¿tengo derecho a no ser animal y volver a ser mujer?
Mi joven amigo letrado dice que la mujer no tiene derecho a gritar «¡fuego!» porque para eso están los hombres. He cuestionado su aseveración en repetidas oportunidades hasta lograr un re- planteamiento de su parte: La mujer sí tiene derecho a gritar «¡fuego!», como el hombre tiene derecho a gritar lo mismo. El único problema es que al hombre siempre le creerán, en vez que a la mujer – por su naturaleza mentirosa- no. Es así como muchas mujeres se han quemado vivas en sus propios hogares sin que nadie haga nada. O si se prefiere, a muchas mujeres las han «fuegueado» por su naturaleza mentirosa.
¿Cuál es esa naturaleza mentirosa, entonces? La naturaleza inexistente, concluyo. No soy ni mujer ni animal. Soy «otro». Este sentimiento de pérdida de identidad, de no pertenencia, lleva a este «ser otro» a la ajenidad (enajenación, estar fuera de sí). Ante estas conclusiones, mi joven amigo letrado se niega a que le siga dictando. ¿Entenderá cabalmente Sor Juana Inés si ella también pertenece al ámbito del «ser otro»? No contesto a su pregunta. Le arrebato la lapicera y, como un infante que balbucea sus primeras palabras, comienzo a escribir, a escribirte a ti, Sor Juana. Mi joven amigo letrado, ofendido ante este exabrupto, se marcha jurando no volver a ayudarme.
El ser otro, que no es mujer ni animal, puede pensar y puede escribir, pero está solo, nadie lo ayuda ahora. Deberá crear un sistema de comunicación que lo contenga, deberá inventar el derecho a la originalidad para ser una ella y no un ser otro.» Ella» presupone lógicamente ser sujeto y no objeto, aunque el ser humano, centro y medida de todas las cosas (3), no comparta esta idea. Ella, la mujer, es objeto de inspiración, es objeto de sexo, es objeto de poder (función reproductora), es objeto ideal.
II.-
¿Por qué Mary Shelley imaginó a un hombre- monstruo de tres metros de altura, por qué no imaginó a una mujer – monstruo de tres metros de altura? ¿Por qué tú, Sor Juana Inés no escribiste de teología, sino de «otro saber»? ¿Por qué Virginia Wolff re- escribió catorce veces los capítulos de Las Olas? ¿Por qué yo escribo una carta y no un ensayo? Para responder a estas preguntas habría – como ya lo dije- que crear un derecho a un nuevo código que permita «tener» y no sólo «ser». Habría que crear el derecho a una posesión de sí misma: Sor Juana Inés se pertenece a sí misma como yo me pertenezco a mí misma. Ella y yo se tienen, se con – tienen en su propia soledad, se entre – tienen en las capas fenomenológicas de la cebolla.
El escritor está solo. A partir de esta premisa podemos comprender la genialidad de Flaubert, por ejemplo. Su actividad creativa germina cuando cierra la puerta de su escritorio y siente que está solo en el mundo, que es el único ser viviente que posee la magia de la escritura. «Madame Bovary c’est moi».
¿Cómo pudo escribir Wilde este maravilloso y estremecedor párrafo si no hubiera estado solo y encarcelado?:
«Claro está que para un hombre tan moderno como yo, tan enfant de mon siècle, simplemente el contemplar el mundo será ya agradable. Y me estremezco de placer cuando pienso que el día mismo que salga de presidio los laburnos y las lilas florecerán ya en los jardines, y veré cómo el viento convierte en una trémula maravilla el oro palpitante de los unos al par que agita la pálida púrpura de los penachos de las otras, a tal punto que el aire todo será para mí una Arabia….Siempre fui así desde mi infancia. No hay un sólo color oculto en el cáliz de una flor o la curva de una concha marina al que, por cierta sutil afinidad con el alma misma de las cosas, mi naturaleza no responda. Como Gautier, siempre he sido uno de aquellos «pour qui le monde visible existe. «(De Profundis. Oscar Wilde).
La escritora es o se es sola. Fue y es un túmulo de soledades. Su acto de creación se genera de esta aceptación de soledad. La escritora está sola fuera y dentro de su escritorio. Ella abre la puerta para ir a tomar aire y descansar de sus ficciones y se encuentra con que ella misma es una ficción.
Ella jamás podrá aprehender el mundo como lo aprehende el escritor, porque sencillamente ella no tiene mundo (4). Su único mundo es ella misma:
«Yolanda está desnuda y de pie en el baño, absorta en la contemplación de su hombro derecho.
En su hombro derecho crece y se descuelga un poco hacia la espalda algo liviano y blando. Un ala. O más bien un comienzo de ala. O mejor dicho un muñón de ala. Un pequeño miembro atrofiado que ahora ella palpa cuidadosamente, como con recelo.
El resto del cuerpo es tal cual él se lo había imaginado. Orgulloso, estrecho, blanco».
(Las Islas Nuevas. Mª Luisa Bombal).
¿Qué soy yo sino la esencia de la casualidad? ¿Qué eres tú, Sor Juana, sino el azar?
No tendremos que nacer de nuevo para aprender a trasladar nuestra soledad a un derecho auténtico. Escribir «diferente» es una opción de soledad, «escribo para re- inventarme y re- inventar el mundo…»(5). Escribir es crear, es representar un mundo posible.
Nada debo comprobarte a ti, Sor Juana Inés, mas a ti te debo, a ti, a Mary Shelley, a Clarice Lispector, y a mi madre que bebió de mi primera sangre menstrual. A ellas les debo nuestra opción a una soledad compartida.
Eternamente agradecida, me despido
En busca de otro nombre que me nombre.
NOTAS:
(1).- Ocupo uno de las definiciones de «amor» formulada por Sócrates en «El Banquete, o del Amor»: «Primero, el amor es amor de alguna cosa y, en segundo lugar, de una cosa que falta.»
(2) Este concepto de «auto- exilio» lo tomo directamente de Kafka. Para Kafka, el hombre es un buscador de orden, de unidad, en un mundo en perpetua desintegración. El hombre habita un universo cambiante, en perpetua mutación. En este mundo infinito e inacabado, el hombre está en situación de no llegar nunca a nada y de no comprender nada.
El sentimiento de existir en un mundo caótico se intensifica al percibir que no nos pertenecemos, que dependemos de un todo universal que nos posee y penetra. Estamos condenados al destierro de aquello que, paradojalmente, somos. El hombre es el gran exiliado de la naturaleza. Según Kafka, este destierro es el origen del absurdo humano.
(3) ElioAntonio de Nebrija fue un humanista, filólogo y latinista español del siglo XV, autor de la primera gramática española (1492) y del primer diccionario español (1495).
(4).- Protágoras: «el hombre es la medida de todas las cosas, tomando como medida de toda verdad el hombre como individuo.»
(5.- Vale la pena citar a Octavio Paz: «La mujer siempre ha sido para el hombre «lo otro», su contrario y complemento. […] La mujer es un objeto, alternativamente precioso o nocivo, mas siempre diferente. Al convertirla en objeto, en ser aparte, y al someterla a todas las deformaciones que su interés, su vanidad, su angustia y su mismo amor le dictan, el hombre la convierte en instrumento. Medio para obtener el conocimiento y el placer, vía para alcanzar la supervivencia, la mujer es ídolo, madre, hechicera o musa, según nuestra Simone de Beauvoir, pero jamás puede ser ella misma. […] [La mujer] nunca es dueña de sí. Su ser se escinde entre lo que es realmente y la imagen que ella se hace de sí. Una imagen que le ha sido dictada por familia, clase, escuela, amigas, religión y amante. Su feminidad jamás se expresa, porque se manifiesta a través de formas inventadas por el hombre». Octavio Paz: El laberinto de la Soledad. Apéndice: La Dialéctica de la Soledad». Pg.177.
(6).- Rosario Ferré: La cocina de la escritura.
Bibliografía Consultada y Citada:
*La Sartén por el Mango. Encuentro de escritoras latinoamericanas. Ed. Huracán, Puerto Rico,1985. (En este libro está incluido el ensayo de Rosario Ferré, «La cocina de la escritura»).
* Lengua y Estructura. Lidia Contreras. Ed.Universitaria,Stgo, 1979.
* Diccionario de Filosofía. José Ferrater Mora. Ed.Sudamericana,Bs.As, 1951.
* Diálogos. Platón. Espasa-Calpe. Argentina.Bs.As, 1962.
* El laberinto de la Soledad. Octavio Paz. F.C.E.México, 1959.
* Diccionario de Etimología Latín- Español. Raimundo de Miguel; Librería General Victoriano Suárez, Madrid, 1949.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…