Por Cristián Montes

Ponencia de Cristián Montes en la charla “Contrautopías: fantasía o realidad”, realizada el martes 12 de abril en el Café Literario Parque Balmaceda, que forma parte del ciclo Literatura e Historia.

Es elocuente la persistencia del imaginario dictatorial en la narrativa chilena de estas primeras dos décadas del siglo XXI. A pesar de los veintiseis años en que se reconquistó la democracia, dicho imaginario parece incluso seguir fortaleciéndose y reactualizándose permanentemente. Tal circunstancia adquiere particular incidencia al tener en cuenta un corpus narrativo publicado entre los años 2000 y 2014, conformado por escritores nacidos entre 1970 y 1990. Se está ante una producción literaria que ha sido definida como “novela de los hijos”, entendiendo por ello una novela escrita por los hijos de quienes fueron víctimas directas de la dictadura, una narrativa donde se articulan de otra manera los temas de la memoria, el duelo y el trauma. Los escritores de “segunda generación”, como también ha sido nombrada (Alejandra Costamagna, Nona Fernández, Álvaro Bisama, entre muchos otros) poseen nítida conciencia de no haber sido, a diferencia de sus padres, protagonistas directos de la historia, pero sienten que sí fueron afectados, aunque de otra manera y con distintas consecuencias que las de sus antecesores generacionales. Son novelas que evidencian una carencia constitutiva en la cual se perciben las huellas de una catástrofe. La percepción generalizada respecto a sus padres es que estos no pudieron cumplir sus expectativas y ello les dejó a los hijos una sensación de orfandad. Según Sergio Rojas, no se estaría por ello “ante la literatura de una generación, sino ante la literatura de los hijos de una generación, y entonces se escribe desde esa condición, la de los hijos, a los que les fue arrebatada la posibilidad de la novela”. Ello incide, tal como señala Lorena Amaro, en que muchos de estos textos “están signados por la culpa, una marca ineludible de su relación con el tiempo histórico y familiar. Esta culpa se debe a haber vivido la época infantil (…) bajo la violencia y crueldad de la dictadura pinochetista y haberse mantenido como niños que eran, ajenos a los giros políticos”.

La producción literaria de estos escritores es susceptible de distribuir en dos grandes grupos. Por un lado, están las novelas que remiten directa y explícitamente al pasado de la dictadura, para ver de qué manera sus huellas siguen determinando el presente de los narradores y los personajes. En otro lado se ubica un con junto de novelas donde el punto de hablada, a pesar de situarse en el futuro, se proyecta, ya sea oblicuamente o de manera directa, a los tiempos de la dictadura militar. Son novelas que al interior del formato genérico de la ciencia ficción, más que proyectarse al futuro continúan remitiendo al pasado. Puede apreciarse así una producción escritural donde las perspectivas semánticas y las visiones de mundo se debaten entre el reenvío al pasado de la dictadura y la remisión a un futuro cuya matriz compositiva es también dicho pasado, lo que deviene en una compleja interrogación sobre el presente desde el cual se escribe.

Si como dice Han Robert Jauss, lo que nos revela una obra depende del tipo de preguntas que realizamos desde nuestro momento histórico y de la habilidad lectora para reconstruir la pregunta a la que dicha obra da respuesta, es factible preguntarse: ¿Por qué esta tendencia a seguir inscrita en el imaginario de la dictadura después de los años transcurridos desde que se conquistó la democracia?  ¿De qué forma se ha renovado el imaginario de la dictadura y qué nuevos ángulos ofrece esta producción narrativa en comparación con la de décadas anteriores? ¿Cómo es reactivada la memoria para que el olvido de lo sucedido no se superponga al acto de recordar?

En consecuencia, con las preguntas realizadas, una investigación exhaustiva de este corpus exige tratar de develar en qué consiste esa especie de cerco significante con el que el ejercicio imaginativo se estrella, quedando atrapado en el imaginario de la dictadura. Una eventual hipótesis al respecto es que dicha persistencia temática tiene íntima ligazón con las formas en que esta textualidad ha procesado la experiencia colectiva del duelo y los efectos del trauma generado por la debacle simbólica que significó el golpe militar y los años de dictadura en Chile. El imaginario de la dictadura alcanza en esta narrativa el status de un imaginario social, aludiendo con ello a un mecanismo a partir del cual un grupo humano elabora una representación de sí mismo, definen sus relaciones con los otros, conservan y modelan el pasado y proyectan sus temores y esperanzas al futuro. El estudio del imaginario social de estas “memorias narrativas”, que según Elizabeth Jelin “pueden encontrar o construir los sentidos del pasado y las heridas de la memoria”, posibilita entender en qué consiste la fidelidad al trauma. Ello podría revelar, en parte, una reticencia o deseo inconsciente de no desprenderse de éste ni del proceso de duelo constante.  Podría afirmarse así que en el imaginario social de esta generación se encuentra activado un sustrato apocalíptico contrautópico, íntimamente ligado al proceso de duelo que la escritura postdictatorial viene desarrollando desde el momento que la democracia fue recuperada.

El término contrautópico se basa en la definición que el filósofo Gianni Vattimo hace del concepto de contrautopía, refiriéndose con ello a un tipo de sensibilidad que se expresa en ciertas expresiones artísticas del siglo XX, que revelan una profunda desilusión antes las expectativas científicas, sociales y políticas que venían desarrollándose desde la época de la revolución industrial.  Novelas como El mundo feliz de Huxley o películas como Blade Runner de Ridley Scott, describen un mundo que ha llegado a la cúspide de sus posibilidades, para después destruirse ye generar desde allí otros registros de existencia; forma de postapocalipsis donde el sujeto, radicalmente desilusionado de las grandes promesas de la modernidad, necesita crear, desde las ruinas, nuevas formas de sobrevivencia. Cabe señalar que la utilización del concepto de contrautopía, no comporta, para los efectos de esta presentación, los condicionantes de tradición europea. Su operatividad proviene, más bien de la constatación de una crisis generalizada y de un tipo de apocalipsis laico que entraña dicho concepto, los que resuenan, con matices culturales, geográficos y temporales distintos, por cierto, con las formas de representación de mundo que se observa en las novelas de los hijos.

El sustrato apocalíptico contrautópico no se vincula, sin embargo, en esta narrativa, a una matriz religiosa donde sea posible una iluminación futura o cierta redención. Lo que se advierte, en cambio, en el modo que tienen los escritores de reconocerse al rememorar el pasado, es un generalizado sentimiento de desesperanza y un apocalipsis sostenido que articula pasado, presente y futuro y se experimenta como una sensación de catástrofe constante. Es un tipo de apocalipsis que se expresa más bien en un tono apocalíptico-contrautópico que no supone directamente la presencia de un evento apocalíptico al modo de una revelación posterior al descalabro generalizado. Según Klaus Sherpe, el tono apocalíptico puede existir fuera de las narrativas redentoras y vivirse como una especie de Apocalipsis sin Apocalipsis, sin una propuesta de verdad última, es decir como un final sin final, como un fin que nunca cesa.

La incorporación del término apocalipsis contrautópico para referirse a estas narrativas de los hijos, funciona como un significante privilegiado que revela una particular percepción de lo ocurrido en tiempos de dictadura, vale decir los crímenes en contra de quienes pensaban distinto, las desapariciones, el miedo generalizado, la crisis de confianza y del sentido de pertenencia, la pulverización de toda utopía y la apabullante inserción en el neoliberalismo triunfante.  Se observa aquí un tipo de sensibilidad vinculada directamente a la experiencia del duelo que se ha venido gestando en tiempos de postdictadura que conduce de manera natural a la oposición freudiana entre duelo y melancolía. En este sentido, así como pueden advertirse características que se asocian a determinadas forma de procesar el duelo, se aprecia igualmente en esta escritura la inscripción de síntomas de melancolía, que se evidencian en la desencantada tonalidad anímica presente en los textos, en la baja autoestima de los narradores y personajes y en una cierta parálisis conductual para liberarse del estado negativo que los afecta.  Lo que se postula en estas páginas es que el trabajo de memoria realizado y el reenvío al presente, revelan finalmente un estado de ánimo y una tonalidad emocional, no solo personal, sino colectiva. En este sentido, y entendiendo que todo texto literario genera determinadas sensaciones y revela un estado de ánimo de un período histórico, es posible plantear que en estas novelas la sensación anímica que queda en la lectura es que en el pasado ocurrió una catástrofe de alguna manera definitiva e irrevocable.

Por tal razón la melancolía puede ser el término adecuado para describir esta atmósfera psicológica, ya que permite entender el sustrato apocalíptico contrautópico que regulas los diversos verosímiles textuales. Son pertinentes aquí algunos postulados de Derrida, en cuanto a las formas en que el sujeto puede asimilar el pasado y el futuro, ya sea como conjuro, es decir negando ambos y potenciando únicamente el presente. y otra forma que Derrida define como “espectralidad del pasado”, esto es, experimentar el duelo acostumbrándose a vivir con los espectros, fluyendo así en la dinámica de la herencia y trasmisión de la misma. Oscilando entre la posibilidad del duelo y el sentimiento melancólico, el tono apocalíptico-contrautópico que se advierte en esta narrativa de los hijos, parece advertir que la experiencia del duelo prolongado hasta hoy puede llegar a ser un proceso interminable. Según Judith Butler, quien reelabora la dualidad freudiana duelo y melancolía, sufrir un duelo implica que el sujeto de la pérdida acepte que algo en su interior ha cambiado para siempre y que algo en él mismo ha desaparecido también para siempre.

En el caso de la narrativa de los hijos la aceptación de la pérdida, en el sentido que la entiende Butler, no es una dimensión que los textos elaboren de manera nítida al nivel del sentido. Por otro lado, si en algunos casos donde el proceso mencionado puede vislumbrarse, apenas, ello no significa, sin embargo, la superación del estado de ánimo generalizado.

Ante este encuadre psicológico narrativo y el sentimiento apocalíptico contrautópico que lo traduce, solo es posible conjeturar sus eventuales causas. Aclarado ello, es advertible en estas novelas una crisis generalizada del sentimiento de comunidad, no solo a nivel de las experiencias concretas descritas, sino también en la dificultad de imaginar formas de comunidades deseadas o deseables. Pareciera que el lazo que une lo individual y lo colectivo hubiese sufrido un tipo de fractura que no logra hasta el día de hoy aquilatarse realmente. Por ello la activación del sustrato apocalíptico contrautópico en el espesor narrativo y el estado de ánimo de desesperanza predominante, deviene núcleo de significación decisivo para intentar develar ese algo difuso, pero denso, que ha determinado el imaginario social y literario de estos últimos años.