Por Gustavo Leyton

El cofre de Osuna

 

—Busca el cofre, Mohamed — suplica Hamid, tendido en la cama hospitalaria. Minutos después, fallece con una sonrisa en el rostro.

A un costado de la habitación gélida, el traumatólogo, un androide plateado con cerebro positrónico, aguarda con discreción. Mohamed Chafni se levanta de la silla plástica y observa por última vez el rostro apacible de su abuelo. Del velador de aluminio, a un costado de la cama, sustrae una libreta con tapas desteñidas. En el pasillo aséptico, da indicaciones al médico para la extracción de los órganos del anciano. Con desconsuelo, se retira de la clínica. Conduce su automóvil volador en Guadalquivir, la carretera luminiscente sobre el lecho de un río extinto.

En esa tarde monótona, transcurren a su alrededor los trenes de levitación magnética, pantallas holográficas de publicidad y miles de edificios de hormigón que bullen en una incesante actividad industrial. Los datos climáticos del vidrio frontal señalan que el día mantendrá los nimbos sulfúreos y relámpagos, tal como es la costumbre en Sevilla. Chafni presiona la opción de piloto automático en la pulsera interactiva de su brazo derecho. Echa un vistazo a la libreta, sentado en su butaca de poliuretano.

La libreta, diminuta, grapada y con papel enmohecido, contiene descripciones específicas para encontrar un cofre en Osuna, una localidad abandonada desde hace varias décadas. Mohamed sospechó que en ese lugar olvidado encontraría una clave, quizás una respuesta decisiva para sus sospechas. Sabe que Tartessos prescribe la pena de muerte para el que ose escarbar en el pasado.

Mohamed, bioquímico atezado y en la treintena, trabaja para Tartessos, un ordenador central que desde las ruinas de una fábrica, vigila y controla a la sociedad sevillana en sus actividades cotidianas. Junto a millares de científicos, se encarga de la producción de comprimidos suministrados a los facinerosos y potenciales amenazas sociales. Las píldoras suprimen de la memoria la totalidad de los recuerdos.

Chafni vive en un rascacielos puntiagudo de 120 pisos, en el área de investigación farmacéutica de Tartessos. Su habitación exigua tiene todo lo necesario para él: una cama con temperatura autorregulada y un proyector holográfico de películas. Sólo puede pernoctar por cuatro horas al día.

En unas escasas páginas, Hamid detalla -con escritura tensa- que Osuna se sitúa a unos noventa kilómetros al este de Sevilla. La ciudad fue abandonada luego de sufrir los embates de las lluvias ácidas y una grave sequía. De la suerte de sus habitantes, jamás se supo. En la tapa frontal de la libreta, hay un papel autoadhesivo con el número del móvil virtual de un tal Zakarya Dhimal.

 

En el anochecer del día siguiente, trata con Zakarya, chico de rasgos orientales que reside en uno de los barrios más miserables de Sevilla. Sin mediar palabras, el muchacho reconoce a Mohamed y traslada el vehículo al interior de su taller sombrío, situado al lado de su choza, en una callejuela olvidada. En unos minutos, el muchacho adultera el registro de la patente y anula los chips de rastreo.

—Encontrar la verdad puede corromperte — advierte Zakarya, quien prefiere despedirse con frialdad y volver a las sombras de su taller.

La ruta, asfáltica y desolada, escurre bajo una humareda densa y grisácea. Mohamed advierte miles de factorías destruidas a lo largo de su recorrido. Media hora después, su arribo a Osuna es inminente.

Desciende su automóvil en un terreno baldío. Mohamed se equipa con un traje resistente a la radiación, guantes térmicos, casco con visor de realidad aumentada, mascarilla, botas de polietileno y una segueta. Abre la escotilla del vehículo y sale en búsqueda del cofre. En el cielo se aprecia el tenue movimiento de las nubes lóbregas.

Al abrir la compuerta, la información del visor señala una alta cantidad de ácido sulfúrico en la atmósfera. Chafni recorre las edificaciones carcomidas de mármol y piedra caliza. Procura no pisar los esqueletos de garzas y petirrojos, esparcidos a lo largo de las calles polvorientas. Consulta la libreta una vez más. Debe buscar una residencia con el número 70, en la calle San Pedro. Mohamed se orienta a través de las señaléticas cubiertas de un material cetrino y los datos entregados por el visor. Llega a una vivienda deteriorada de una planta, con el guarismo localizado sobre la puerta. El par de ventanales y la puerta principal del domicilio se encuentran sellados con tabiques de escayola.

Con sus botas, patea y hace añicos la puerta tapiada. El hogar sólo cuenta con tres dormitorios sin puerta y un vestíbulo angosto. Dentro, hay una lobreguez que inquieta a Mohamed. De acuerdo a las acotaciones de la libreta, debe ir a la habitación más pequeña, ubicada a su izquierda. En una de las paredes de argamasa, halla un espacio señalado con una cruz. Chafni descarga un golpe con la segueta en el punto señalado y abre un boquete considerable. En el resquicio, descubre el cofre, intacto.

El cofre es de tamaño moderado y rectangular. Forjado en cedro, ostenta serigrafías con paisajes silvestres en sus costados. No tiene cerradura. Con osadía, Mohamed abre tapa abovedada. El interior, recubierto con un tapiz carmesí, contiene libros de Federico García Lorca, decenas de fotos de un joven irreconocible en el parque del Alamillo y un sobre gris con una carta en papel satinado, escrita por Hamid.

Subyugado por la carta, echa un vistazo al último párrafo. Hamid narra un escenario hipotético donde Mohamed se toparía con un trío de polizontes, quienes lo esperarían en el vestíbulo de aquella casa desmantelada.

 

Resonancias de Sewell

 

Froilán Cárdenas está sentado en una cama de latón, con la espalda apoyada en la cabecera. Termina de leer una novela encuadernada en tapa dura y la deposita sobre un velador de madera. Siente el aire pesado en el cuarto, descorre las cortinas y abre las ventanas. Al notar que el tiempo despeja en Quinahue, resuelve marcharse esa tarde. Sale de su casa campestre con un bolso de cuero,marcha por huertos descuidados y aguarda al costado de una ruta arcillosa. Un autobús repleto de campesinos lo recoge. Después de una hora de viaje, llega al terminal de Rancagua. La ciudad posee calles pedregosas y aspecto pueblerino. Va a la búsqueda de su tío Rufino, un hombre surcado por las arrugas.

Rufino está desempleado, así que Froilán no tiene problemas para encontrarlo en su casa modesta, emplazada en un barrio de la periferia. Su tío le cede una habitación que sólo posee un sillón roído en su interior. En los días posteriores, el muchacho obtiene un trabajo mal pagado de cartero. Rufino dice que la situación va a mejorar, pero Cárdenas no le cree. Piensa en su regreso al campo. En una noche lóbrega, decide ir a un bar céntrico de mala muerte y tomar una botella de vino tinto en la barra. Advierte que un hombre bajo entra al local, se sienta a su lado y pide un tequila reposado.

Cuando Froilán se apresta a salir, el hombre pide que se quede a conversar con él. El individuo se presenta como Herminio y lo invita a departir unos tragos. El joven titubea, pero al final acepta. En medio de una conversación sobre las peleas de boxeo, Herminio le consulta por la disponibilidad de laborar en el yacimiento de cobre “El Teniente” y residir en Sewell, la ciudad enclavada en las montañas que cobija a los mineros. Cárdenas responde que no tiene problemas, pero prefiere tomarse la propuesta con calma.

Una semana después, Froilán decide abandonar el empleo de cartero. En la mesa del comedor descuidado, Rufino fuma unos cigarrillos. Cárdenas prepara su bolso para largarse al mediodía. Está convencido de que el trabajo en la mina es una buena ocasión para surgir. El hombre observa a su sobrino -espigado y tostado por el sol- firme en su resolución. Quiere advertirle sobre la dureza de esa ocupación y de los trabajadores incontables que renuncian en Sewell. A pesar de eso, opta por morigerar sus palabras.

—Escríbeme. Si no te acomodas, puedes devolverte —señala, y se levanta de la mesa para entregarle un gabán pardo, extraído de una estantería rústica del comedor.

 

El muchacho recibe el abrigo, agradece el gesto con un abrazo afectuoso y se marcha del hogar. Siente frío mientras camina por veredas en que las madres con chalecos oscuros transitan acompañadas de sus hijas pequeñas. Luego, cruza unas calles asfaltadas y de tierra, donde los automóviles son conducidos con premura. Debe toparse con Herminio.

Froilán arriba a la estación de tren, atiborrada de personas desastradas. En un banco solitario del andén, Herminio está esperándolo. El sujeto le otorga un pase de trabajo y se esfuma entre la multitud.Cárdenassube a la locomotora y mira con atención el paisaje bucólico a través de la ventanilla. Los arrieros y sus mujeres miran el paso cansino de la máquina desde unas chozas de adobe.Las plantaciones de trigo dan paso a los terrenos toscos y agrestes. Cuando el tren asciende la cordillera de los Andes, la temperatura mengua con estrépito. Se pone el gabán. En una ladera nevada de la montaña,avista a Sewell bajo un cielo de color púrpura.

En las jornadas sucesivas, Froilán explora las construcciones escalonadasde cuatro o cinco pisos, uniformes y pintadas de color pastel. Las calles son inexistentes. Hay una escalera central que le permite alcanzar los distintos puntos de la ciudad y ascender a la mina “El Teniente”. En ciertas ocasiones, se distrae con los hombres curtidos en una cancha de palitroque y deambula frente a las parroquias, los clubes sociales y el hospital.Cárdenas vive en una habitación alquilada, situada en un edificio azul, austero y condicionado para solteros. Su cuarto posee un lecho duro y una ventana en forma de guillotina, con vista hacia los macizos escarpados.

Durante un atardecer invernal, Froilán asiste por primera vez al teatro de la localidad, donde se proyectan películas con frecuencia. La edificación tiene tono damasco, está ubicada en una explanada de concreto y posee bancas donde el gentío se reúne para entablar conversaciones animadas. En la entrada hay un cartel que anuncia el largometraje “Cita en los cielos”, estelarizado por Lon McCallister y Jeanne Crain. Cárdenas compra unos chicles masticables a un vendedor ambulante, paga el boleto y se sienta en una butaca postrera. Advierte que un montón de hombres rubicundos y bien vestidos se colocan en la platea. La sala está atiborrada. Una jovencita de tez clara y pelo rizado se sitúa justo delante de él.

Cárdenas quiere entablar una conversación con ella; no obstante, prefiere poner atención a la película en blanco y negro. El idilio romántico en plena guerra mundial consigue su interés.Cuando el filme concluye, La chiquilla no está. Froilán se retira por la escalera, acompañado de la luz tenue de los faroles.

 

Froilán puede notar a unas parejas abrazadas en los descansillos y al par de serenos acercándose a ellos para amedrentarlos. Llega a su habitación, se acuesta en la cama gélida y duerme con la chaqueta puesta. Madruga a las seis de la mañana para subir sin apuro por la escalera central. En el periplo, Cárdenas se topa con centenares de mineros. Al recalar a “El Teniente”, el frío recrudece.

Los jefes se acercan a los recién llegados para dar instrucciones precisas. Deben cargar vagones de mineral con calcinado. Froilán recibe guantes de lona y una pala. Echa una mirada al agujero excavado en la superficie montañosa. Junto a una cuadrilla de obreros, baja a las entrañas de la tierraen un ascensor sostenido por piolas. Al recorrer un pasaje umbroso y saltar charcos de lodo, el grupo escucha una explosión distante.

Una columna de humo avanza con celeridad por el túnel y los mineros intentan escapar hacia los pasillos infinitos. Froilán trata de orientarse con el eco de las voces.Corre, impregnado de polvo y humedad. Tiene dificultades para respirar. Pierde la orientación y cae desorientado. El vaho no le permite ver nada. Cierra los ojos.

 

Gustavo Andrés Leyton Herrera (Chillán, Chile. 3 de mayo de 1986). Escritor, con estudios de Licenciatura en Historia y Periodismo en la Universidad de Concepción. Algunos de sus reconocimientos son: Primer lugar, Concurso “Andalucía en el siglo XXII” del Centro Cultural Andaluz (Viña del Mar, Chile. Abril de 2015); Finalista, I Certamen Mundial Excelencia Literaria MP Literary Edition (Seattle, Estados Unidos. Junio de 2015); Tercer Lugar, Concurso Literario “Una región con cuento”, Cámara Chilena de la Construcción (CCHC) (Rancagua, Noviembre de 2015); Mención Honrosa, “IV Concurso Microcuentos Lebu en Palabras” (Lebu, Febrero de 2016); Mención Honrosa, Concurso “Relatos Populares II” (Santiago, Marzo de 2016).