por Omar López

Tendido en la orilla de una siesta dominguera, cuando la tarde acusa arrugas de toda índole atrapada en las fauces ardientes del sol, observo el movimiento de las cortinas azules y los visillos blancos en una danza que respira sensualidad y desconcierto. Es el viento, un viento desnudo y sediento que viene desde la costa y se dirige a la cordillera. Sin pedir permiso ingresa a este dormitorio, se disfraza de cuerpo o de mano, o de boca y de repente, descansa. En ese momento de reposo, las cortinas traslucen la sombra de los fierros y las figuras de la reja y unas parecen cadenas y otras, son lo que son, barrotes. Es decir, intuyo un juego dinámico y a la vez, espeso de libertad y movimiento. Pregunta para ejercitar la ociosidad blanda: ¿A qué lado está la famosa… libertad? ¿Fuera de estos barrotes o dentro?

Lo externo es la realidad tangible y casi siempre cargada de urgencias o apremios inmerecidos. Lo interno, no tiene forma ni peso, sombra ni ruido…pero es la estatura de la vida construida, la identidad en proceso de identificación y lo que muchas veces se traduce, a mi juicio, como “el sentido de la vida”. En medio de estas reflexiones, estaba disfrutando un capítulo más de una película documental sobre la obra y la vida del extraordinario fotógrafo chileno, Sergio Larraín. Precisamente, su historia, los testimonios de gente que lo conoció y compartió parte de su mundo me impactaron tanto como para escribir estas líneas sobre una ventana. De partida, el título de esta película es notable: “El instante eterno” una eficaz y poética manera de saludar el arte y la plasticidad atemporal de la fotografía como rescate de gestos y circunstancias absolutamente ignoradas por la ordinariez de la rutina citadina o por ojos ajenos a la sensibilidad social. Sergio Larraín, ha dejado una herencia de fotografías tan elocuentes y precisas que van desde los pies desnudos de niños callejeros en el Santiago de los 60 hasta los ángulos de una calle cualquiera que transmite soledad o encantamiento. Como dice uno de los entrevistados, entre otros espacios, él retrató la miseria y yo agrego, el abuso, la tristeza y la resignación.

Estos trabajos debieran estar al alcance de todo el mundo y qué bueno que el canal 7 lo esté difundiendo… ¿no se habrán equivocado? Porque este medio, entre teleseries turcas e historias bíblicas acartonadas nos ha pasado una cuenta que no merecemos ni aguantamos. Si un solo canal de televisión fuera destinado a todo el país con una programación de contenidos realmente culturales y entretenidos y donde el debate artístico e intelectual alcance una respetable sintonía, otro gallo, otro gallo cantaría y el espacio sí comenzaría a pintarse con los colores de la humilde libertad de estar en el “aquí y ahora”.

Por lo mismo, aquí finalizo y ahora me despido: ¡Salud por Sergio Larraín y la huella de su luz!

Omar López
Puente Alto, enero 23 de 2022.