Raymond CarverTraversiones de Carlos Trujillo

Hay tareas que uno se da sin que haya de por medio ni obligación ni sentido. Sin embargo, eso no quita que sean tareas satisfactorias y, en muchos casos, aún más satisfactorias que esas otras a las que nos obliga el sólo hecho de vivir o de querer seguir viviendo.

Hace unas semanas se me ocurrió que debería traducir algunos poemas que no están traducidos al castellano o que son difíciles de encontrar en nuestra lengua. Así fue como me puse a traducir a un autor que llegó a mis oídos (pero no pasó de allí) hace más o menos una década, cuando un amigo me preguntaba una y otra vez: “¿no has leído a…?” Para, con total incredulidad, exclamar de inmediato: “¡cómo va ser que no hayas leído a…!” Y a pesar de los esfuerzos de mi amigo para que yo leyera a su adorado narrador en inglés nunca me di la oportunidad de leerlo porque el trabajo cotidiano, ese que nos da el pan y otras cosas, me abrumaba con otras cargas de lectura.

Seis meses atrás, o algo así, recordé las palabras de ese amigo y me puse a escribir unos poemas sobre lo que me contaba ese mismo amigo en noches interminables. Escribí y escribí, pero no recordaba el nombre del narrador, que es también poeta (o al revés). Pero como recordaba algunos datos, los puse en google y apareció el nombre. Así fue como ese primer poema que ya estaba casi completamente escrito, pero al que le faltaban algunos detalles y que como es de imaginar, aún no completaba su título por faltarme el nombre del escritor aludido, terminó llamándose “Lee a Raymond Carver”.

Unos días después me comuniqué con mi amigo Jaime Márquez, chilote y poeta también, le conté este asunto, le mandé mis poemas y mantuvimos un extenso carteo que lo llevó a encontrar una edición de Raymond Carver en castellano en una librería de Temuco. Su interés por el poeta (no sé si ha encontrado algo del cuentista que es lo que me sugería mi otro amigo) fue tanto que creí necesario traducir algunos poemas de Carver para compartirlos con otros lectores.

Hasta ahora he traducido unos veinte poemas. Sin embargo, no me gusta llamar traducciones a eso trabajos sino “traversiones”, puesto que a mi parecer un poema no puede traducirse con exactitud a otra lengua porque siempre va a perder o a ganar algo que no estaba en el poema original. De allí que “traversiones”, esta mezcla de traducción y versión, me parezca más precisa. Comparto con ustedes tres traversiones de poemas de Raymond Carver a las que une el hecho de tratarse de tres autores muy importantes.

 

Raymond Carver (1938-1988)

BALZAC

Pienso en Balzac con su gorro de dormir
después de treinta horas en su escritorio,
el vaho emergiendo de su rostro,
la bata pegándose
a sus muslos velludos cuando
se rasca, detenido
frente a la ventana abierta.
Afuera, en los bulevares,
las manos blancas y regordetas de los acreedores
acarician bigotes y corbatas,
las jovencitas sueñan con Chateaubriand
y pasean con jovencitos
mientras los carruajes vacíos traquetean, oliendo
a cuero y grasa de los ejes.
Como un enorme caballo de tiro, Balzac
bosteza, resopla, se mueve pesadamente
hacia el baño
y, abriéndose la bata,
dispara un gran
chorro de meados dentro del
orinal de principios del siglo
diecinueve. La cortina de encaje atrapa
la brisa. ¡Espera! Una última escena
antes de dormir. Su cerebro hierve mientras
regresa a su escritorio — la pluma,
el frasco de tinta, las hojas desparramadas.

EL RELOJ DE KAFKA

Tengo un trabajo con un pequeño sueldo de 80 coronas, y
unas infinitas ocho a nueve horas de trabajo.
Devoro el tiempo afuera de la oficina como una bestia salvaje.
Algún día espero sentarme en una silla en otro
país mirando por la ventana campos de caña de azúcar
o cementerios mahometanos.
No me quejo tanto del trabajo como de
la pantanosa lentitud del tiempo. ¡Las horas de oficina
no pueden separarse! Siento la presión
de esas ocho o nueve horas, hasta en la última
media hora del día. Es como un viaje en tren
que dura noche y día. Al final estás totalmente
machucado. Ya no piensas en la presión
del motor, ni en las colinas ni
en las llanuras sino que culpas de todo lo que ocurre
sólo a tu reloj. El reloj que tienes continuamente
en la palma de tu mano. Entonces lo sacudes y te lo llevas lentamente
a la oreja con incredulidad.

LAS ONDAS DE RADIO
para Antonio Machado

Esta lluvia ha parado y ha salido la luna.
No entiendo nada de las ondas de radio.
Pero creo que viajan mejor después
de una lluvia, cuando el aire es húmedo.
De todos modos, puedo conectarme
y escuchar Ottawa, si quiero, o Toronto.
Últimamente, me he encontrado en
la noche algo interesado en política canadiense
y en asuntos nacionales. Es cierto. Pero, sobre todo,
lo que buscaba eran sus estaciones de música.
Podría sentarme aquí en la silla
y escuchar, sin tener que hacer nada, o pensar.
No tengo televisor, y he dejado de leer
los diarios. Por la noche encendía la radio.

Cuando vine aquí estaba tratando de escaparme
de todo. Especialmente de la literatura.
Lo que conlleva, y lo que viene después.
Hay en mi alma un deseo de no pensar.
De estar quieto. Junto con este
deseo de ser estricto, sí, y riguroso.
Pero el alma es también una delicada hija de puta,
no siempre confiable. Y lo olvidé.
Escuché cuando dijo: Mejor cantarle a lo que se fue
y no volverá más que a lo que está y mañana
todavía seguirá estando con nosotros. O no.
Y si no, también está bien.
No importaría mucho, dijo, si un hombre cantara.
Esa es la voz que oí.
¿Puedes imaginar a alguien pensando así?
¿Es realmente eso, todo y lo mismo?
¡Qué tontería!
Pero yo tenía en la noche estos pensamientos estúpidos
cuando me sentaba en la silla y escuchaba mi radio.

Entonces, Machado, ¡tu poesía!
Fue un poco como un hombre maduro volviendo
a enamorarse otra vez. Una cosa notable de ver
y también vergonzosa.
Cosas tontas como poner tu fotografía cara arriba.
Y llevé tu libro a la cama conmigo
y dormí con él cerca de mi mano. Una noche pasó un tren
en mis sueños y me desperté.
Y la primera cosa que pensé, con el corazón acelerado
allí en el dormitorio oscuro, fue esto —
Todo está bien, Machado está aquí.
Entonces pude volver a dormirme otra vez.

Hoy llevé tu libro conmigo cuando salí a andar.
“Presta atención!” dijiste,
cuando alguien te pregunte qué hacer con tu vida.
Así que miré a mi alrededor y tomé nota de todo.
Luego me senté con él al sol, en mi sitio
a orillas del río desde donde podía ver las montañas.
Y cerré mis ojos y escuché el sonido
del agua. Después los abrí y empecé a leer
“Los últimos lamentos de Abel Martín”
Esta mañana pensé mucho en ti, Machado.
Y espero, incluso al frente de lo que sé de la muerte,
que recibiste el mensaje que quería.
Pero está bien, incluso si no lo fue. Duerme. Descansa.
Espero que más pronto o más tarde nos encontremos.
Y entonces podré contarte estas cosas en persona.

 

Carlos Trujillo

(Chile, 1950)

Nacido en Castro, Chiloé, se tituló de Profesor de Estado en Castellano en la Universidad de Chile de Temuco. Más tarde se dedicó a la docencia en diversos liceos chilotes, principalmente en el Liceo “Galvarino Riveros” de Castro. En ese periodo fundó el Taller Literario Aumen que también dirigió desde su fundación en 1975, hasta 1980 cuando viajó a Estados Unidos para hacer estudios de post-grado.

Junto al Taller Literario Aumen publicó aproximadamente doce números de la revista “Aumen” y numerosas hojas literarias de poesía y cuento de los integrantes de dicho taller. Organizó el Primer Encuentro de Escritores en Chiloe (agosto de 1978) y el Segundo Encuentro de Escritores en Chiloé (1988), además de numerosas actividades literarias y culturales en ese lapso de 14 años.

En 1989, empujado por Gonzalo Rojas, se va a Estados Unidos a realizar los estudios de doctorado en la Universidad de Pensilvania, Filadelfia. Desde 1991 ejerce la docencia en la Universidad de Villanova, donde ocupó el cargo de Director del Programa Graduado en Estudios Hispánicos por cinco años y durante 22 años dirigió un taller literario en el que participaron estudiantes de pre y post grado, así como profesores y gente de la zona (incluso Nueva Jersey y Nueva York). Igualmente, en 1992 inició un Programa de Verano en Chile, que comenzó realizándose en Concepción y posteriormente fue trasladado a Valparaíso. Fue director de este programa de verano de Estudios Latinoamericanos por aproximadamente doce años, y lo retomará a partir del próximo semestre.

En 1975 resultó ganador del primer premio en el primer concurso nacional de poesía realizado después del golpe de estado y desde entonces su nombre formó parte del pequeño grupo de poetas jóvenes conocidos a nivel nacional.

En 1991, la Fundación Neruda le otorgó el Premio Pablo Neruda por su obra publicada.