(acerca de “Destajo”, su más reciente libro de poesía).

Editorial La Trastienda, Santiago de Chile, 2017.

Por Mariano Muñoz- Hidalgo

Hay maneras de la distancia que son un dolor reiterado. Se trata de aquella forma de lejanía consistente en el repliegue hacia dentro de uno mismo, haciendo de nuestro ser social un exoesqueleto, un caparazón a lo Samsa. El personaje así establecido sigue interactuando por nosotros, habla y sonríe en nuestro nombre, y sostiene más o menos precariamente un simulacro de integración con la sociedad. Inmediatamente debajo de la cáscara quebradiza, una carne pálida y palpitante se duele irritadamente con cada latido. Una vulnerabilidad lívida, que anhela huir de toda fricción por lacerante, parapetándose tras un escudo de palabras solemnizadas por un desdén afectado. Éste es el más periférico círculo literario que aprisiona a Carmen Schaub: palabras orgullosas, intermitentemente pagadas de sí mismas, con aspavientos o ínfulas crecedoras siempre delatando el dolor somático de las heridas.

Muda viscosa / sanguinolenta de ojos rojos /cojitranca de cúbito abierto / puta santa.

Abierta en los flancos /el aire me arranca una costilla.

Hay momentos en que nos sentimos impúdicos atisbando el sentido de esos versos desgarrados, porque sabemos que la escritora se desolló componiendo en palabras la pérdida de su coraza. Y ya entrados en la porfía de seguir auscultando indiscretos, vamos más allá de los textos dolidos, procurando infructuosamente saltarnos esas palabras viscosas tan atrayentes:

Deja que esta boca te devuelva el silencio /que esta mano cierta te cubra/ guarde tus sombras / y tu disfraz de hombre.

Porque hay más para encontrar en esta arqueología concéntrica de la sensibilidad de Schaub: el erotismo indelicado y recurrente, el autoerotismo de la poeta que, en este confín interior, ya parece sentirse más a sus anchas consigo misma, distanciada del mundo y sus avatares fatigosos. Aquí el deseo informa cada expresión y se advierte un ritmo creciente de sensualidad desbocada. Confidencio que, como lector masculino, me siento atraído y estimulado de consuno por este despliegue lujurioso de vocablos en despeñadero, libérrimos, indiscretos:

(…) yemas recorriéndola entera /el dedo caprichoso/ dibuja corazones/ entre la comisura de los labios

Advierto en esta vertiente erótica más significado que la sola concupiscencia: hay un regocijo vital y saporífero que impregna los poemas en toda suerte de líquidas humedades, de las cuales la tinta es sólo una. Hay reiteraciones rítmicas que capturan los sentidos orquestando una convocatoria sensual imperiosa e irrefutable, salpimentando de belleza privada un habla ya magistral:

Tu semen / raudo rumoroso / relincha por mis venas / rastrojeando en los abrojos / y la piel restalla en salva / pólvora de boca potra

Y tras el desenfreno irrevocable, sobreviene un ahondamiento todavía mayor: traspasado el carnaval de los sentidos, se precipita en un vórtice de distanciamiento interior al que sólo ella misma se ha conminado, y su repliegue existencial casi nos lleva a perderla de vista. Quedan, como cuasiepitafios, sus textos más reflexivos y oscuramente luminosos, en amalgama contradictoria que desemboca en belleza cruda:

Vivo tantas vidas / y muero / en cada río oscuro / buscando tinta fresca

Admiro el poder de síntesis de esta poesía inmensa: cuando en versos tan breves puede condensarse tanta vida, el lenguaje se vuelve polimorfo, la distancia se torna infinita y el autoexilio se ha consumado:

Cuesta nacer después de haber nacido / tiene que haber un modo menos amargo / de salvarse

Ahora sabemos que bajo la corteza del dolor hay un pulso que se defiende con palabras y sabemos también que, descendiendo más, habrá la napa del deseo, fluyendo atropelladamente en un consorcio de soma y sema, de célula y vocablo fecundándose a horcajadas, alcanzando la musicalidad húmeda de la mejor poesía erótica. Y sabemos, finalmente, que toda la poesía hasta aquí derramada no es sino despojos de sí misma que la poeta fue arrojando desordenadamente y a chorros, alivianándose para recorrer el derrotero ulterior que colmase su propio destierro del mundo externo, su ahora sereno ostracismo voluntarioso, cuajado en versos existenciales de puro tuétano:

Me duelo en esta lujuria de harapos

Tras veinte años de estar leyendo la palabra de Carmen, percibo que su recogimiento es vocación de vida, que sólo advertimos los privilegiados que trasmontamos en su obra el deleite de los primeros parapetos de la tristeza y el ardor. Allí en el fondo, alquitarada de sí misma, la tercera Furia o Parca o Gracia devana su estro, con matices majestuosos de simpleza sabia. Una poesía entrañable.

Soy / la que rescata el nombre de las cosas / a fuerza de morir en tinta.