Reflexiones a la carta

Por Sonia Cienfuegos Becerra 

La ventana, la mirada, la vida a recuadros, los barrotes, los maceteros con flores colorinches, las violetas de Persia rojísimas – bellas violetas de Persia -la mínima caja musical de plástico resuena en sus raíces y las alegra. Brotan rojas como sangre nueva. Los cerros del norte, ciertos techos, rejas-rejas, púas de fierro y electricidad, la atmósfera (las pequeñas nubes alejándose) la tornan definitivamente de color celeste.

Tantas aves viajando entre los árboles, sin miedo, moviendo sus alas (coreografía insuperable).

La ventana de la casa de enfrente, sus barrotes verticales. El run-run de la máquina allá afuera construyendo pasarelas para los peatones que bajan desde el cerro (haitianos que hablan fuerte, que ríen y caminan ingrávidos).

Las cajas cerradas, la casa cerrada, la mínima/escasa superficie para replegarse, la imagen de esa pequeña niña vestida de blanco con un chape sobre el lado izquierdo de su cabeza.

Los seres que vuelan en romerías cortas, tan curiosos y vitales.

(Son como ideas locas, volando y volando).

Nadie osaría enterrar sus patas. Devendrían seres estáticos – una piedra más sobre el polvo y la arcilla – como tantos otros.

El miedo – el miedo que sobrevuela las cabezas de la multitud.

Los pardos le gritan 24 horas que el infierno vendrá si no son buenitos. Siguen sus proclamas, su codicia explotadora, su perversidad cruzada (santificada eres), los adoquines sobre el pecho los domingo sorbiendo la hostia que no los libra ni librará de su maldad pero los beatificará, los hará estatuas con ofrendas florales callejeras o guardadas en vitrinas de algún lugar del territorio, pegará placas recordatorias sobre muros, calles y plazas que llevarán sus nombres entre lágrimas y sangre petrificadas de pobrecitos y pobrecitas compatriotas a quienes la ganancia escandalosa de sus especulaciones (entre asonadas y latrocinios) y sus monedas de oro, nunca les chorrearán.