Poeta, cuentista y novelista nacido en Punta Arenas; es además abogado de profesión y juez rural por elección.
Actualmente reside en Puerto Cisnes, Región de Aysén, donde se desempeña como Juez de letras, Garantía y Familia.
Ha publicado las novelas, “El contagio de la locura” (2006), “Desencierro” (2008), “Grados de referencia” (2011), “Yo mi hermano” (2015).
Otras de sus novelas son “La última condena“, “Sus desnudos pies sobre la nieve” y “El asombro“.
También ha escrito libros de cuentos, “Restos mortales” (2004), “El ventanal de la desolación“, “El clasificador” y “Los números no cuentan“.
Ha sido destacado por parte de la crítica chilena como una de las voces más originales y relevantes de la narrativa chilena de las últimas décadas.
Hoy en nuestro Magazine, le entrevistamos para que nos hable sobre sus obras.
Buenos días Sr Mihovilovich, le agradecemos que nos conceda esta entrevista personal para nuestro Magazine.
– ¿Cuál fue el motivo que le impulsó a escribir?
La vocación viene desde niño. Ya con mi primera lectura de un libro novelado de aventuras y encierros, una epopeya medieval del siglo VIII, “Genoveva de Brabante” cuando tenía unos 8 años, percibí que la literatura ocuparía un rol importante en mi vida. Y así fue. Por esos años leía muchísimas revistas que me proporcionaba un amigo de la escuela primaria. Tenía una biblioteca impresionante y cada fin de semana devoraba historias sobre duendes, reyes, mitos, leyendas, matizadas con las infaltables historietas de vaqueros, policiales y personajes de La Patagonia. Además, y ya rizando los doce años, en nuestro barrio Croata (en ese entonces Yugoeslavo) en la austral Punta Arenas confeccionábamos un pequeño periódico de barrio en una vieja máquina Underwood sobre las vicisitudes de nuestros amigos, sus anécdotas, las actividades semanales, nuestras correrías a la playa, la cacería de pájaros, los primeros escarceos amorosos, los juegos de fútbol, etc. Y cuando en la escuela básica leí ya cuentos de escritores chilenos como Manuel Rojas, Gonzalez Vera, etc., y luego libros como Los Trópicos de Henry Miller a una muy temprana edad, además de muchísima poesía de Neruda, Mistral, Huidobro y Nicanor Parra, supe y sentí que esas inclinaciones iniciales por la literatura serían un día asumidas con seriedad. Creo que al escribir el cuento El vuelo a los 16 años percibí que mi vocación se enrielaba sin vuelta. Que después ingresara a la Universidad, fuera abogado de Derechos Humanos en la época dictatorial y más tarde Juez, fue el complemento de un camino ya claro y que con mi actividad profesional sencillamente se iba consolidando día a día. El Golpe Militar del 73 sirvió para profundizar cuestiones esenciales sobre la dignidad humana, la ausencia de libertad y esa necesidad imperiosa de recuperar un día la democracia. Algo de ello hay en mis libros, solo que siempre de manera implícita, como parte de la búsqueda personal y el entorno del que procedo y al que accedo diariamente.
– Ud. ha publicado varias novelas en Chile, ¿siguen una línea en común entre ellas?
Me parece que sí. Algunos críticos (as) han percibido una línea de continuidad. Por ejemplo, creo que existe una trilogía entre El contagio de la locura, Desencierro y Yo mi hermano. Las tres incursionan claramente en cuestiones que siempre me han obsesionado: vida y muerte, procedencia ancestral, degradación irreversible de la materia, la ilusión de la vida física, los complejos e intrincados procesos mentales, la locura y la cordura, no solo a niveles individuales, sino como productos de una sociedad occidentalizada enferma de ambición, de codicia y corrupción. Entre mis personajes existe esa relación oculta que indaga en los vericuetos familiares, que asocia los vínculos entre los seres humanos, y que profundiza en sus soledades, en sus necesidades y carencias más vitales, especialmente en la ausencia de amor que ha hecho del mundo moderno un caos ordenado tecnológicamente y donde la reflexión ha sido sustituida por la inmediatez de lo pasajero: siempre hay alguien o algo que “piensa” por nosotros. Mis personajes viven el mundo de un encierro físico y mental, que no es otra cosa que la percepción de ese mundo ajeno, insensible y desafectado de la solidaridad, tan necesario y tan lejano. Se ha dicho que mis relatos carecen de esperanza, lo que no es tan cierto: ella existe, sólo que en la continuidad de mis novelas se da siempre entre líneas, en las anécdotas más nimias, en ciertas claves que un lector atento puede descubrir, solo que parto por desmitificar lo burdo y lo aparente para adentrarme, cuando ello es posible, en las causas más profundas que motivan los actos y hechos de la naturaleza humana.
– ¿Qué es lo que quiere transmitir a sus lectores a través de sus novelas?
Un poco se responde en la respuesta anterior, complementada con lo siguiente: un escritor debe ser necesariamente honesto con sus búsquedas personales. En este trayecto que llamamos vida las preguntas que acechan son las clásicas de la filosofía, de la sicología y hasta de la siquiatría o la religión y el esoterismo serio: qué soy, de dónde y para dónde. Pero obviamente, en esa secuencia existe un aprendizaje que constituye la experiencia. Es tener conciencia de esa búsqueda y de ese trayecto lo que siempre me ha obsesionado: intentar saber, necesitar saber, aunque como dice un gran cantante amigo, Eduardo Gatti: “se cada vez menos en cada paso andado”. Sin embargo he ahí la lucha: mientras la respiración y la vitalidad acompañen siento que mi búsqueda es necesariamente la de cualquier otro ser humano que se interrogue seriamente sobre su ser y estar en el mundo, porque sencillamente yo soy el otro, o el otro soy yo. No existe esa disociación falsa o mezquina entre hombres y mujeres. Todos llevamos en nuestras espaldas el peso de existir, matizado con esos instantes de felicidad que hacen que el milagro de estar vivos nos dimensione “otra realidad posible.” El sufrimiento existe, si no lo sabremos nosotros, pero también están las puertas que acceden a otros mundos, muchas veces invisibles, pero que esperan que una mano las abra y los muestre. Procuro ser una parte de esa mano, lo intento al menos, más allá de los fantasmas que rondan siempre toda creación literaria y que muchas veces llevan hacia sitios que racionalmente se ignoran.
– ¿En qué se inspira para escribir sus obras?
En la observación diaria. Soy escritor de 24 horas. Escribo aun cuando no escribo y esto que pareciera una paradoja no lo es tanto. La observación es consustancial a mi vocación y trabajo de escritor, solo que la misma en algún momento del proceso se materializa. Luego, una hoja otoñal que cae, un perro que pasa, un cuadro de Van Gogh, un niño que ríe, una mujer que sufre en silencio, el vuelo de un ave…en fin, cualquier cosa que constituye la vida física, emocional o mental es parte de lo que siempre he postulado, o intentado, al menos: estar atento a la vida que me rodea y de la que soy parte. Luego deviene el misterio creativo, ese que persigue y atosiga hasta que no existe más remedio que sentarse (hoy) frente al ordenador y sacar desde adentro lo que se ha ido acumulando y que el subconsciente trae desde algún recóndito lugar de la memoria. Escribo en un proceso de fluir interior y rescato aquello que deviene desde mi ser más íntimo. Pero no hay recetas transmisibles. Se escribe, al fin de cuentas, porque no hay alternativa. Mi inspiración, si cabe el término, es únicamente producto de esa observación o examen meticuloso, de mis propios procesos internos como aquellos que ya te indiqué: los gestos, las dudas, las esquizofrenias del mundo, los sufrimientos personales o ajenos, la necesidad de trascendencia…en suma, todo lo humano y lo divino que puede avizorarse estando aquí y ahora.
– Tenían el proyecto de rodar en Chile, una película basada en una de sus novelas, ” El contagio de la locura”. Una película de Juan Cristóbal Martínez. Háblenos sobre esa experiencia.
Lo cierto es que la película no se concretó. Realizamos un “teaser” promocional de unos cuatro minutos de duración. Esa filmación se hizo en un par de semanas. De ahí intentamos con el Director Cristóbal Martínez M., conseguir los fondos, ya que sería un filme de cine arte. Acudimos a los Consejos Regionales de la Región del Maule, a empresarios de distinta índole, a organismos del Estado, etc. Hablo de julio y agosto del año 2009. Los compromisos del Estado se esfumaron junto al cambio de gobierno de ese año. Luego vino el terrible terremoto de febrero del año siguiente y el pueblo de Curepto donde yo vivía y se desarrollaría la película, prácticamente desapareció. Como me había endeudado más allá de mi patrimonio decidí no seguir en ese “sueño” que fue hacer la película. Quizás un día se retome, quién sabe…
– Vamos a hablar sobre su última novela, “Yo mi hermano“. Esta novela refleja la desolación interior de un hombre que se aferra a grandes interrogantes existenciales. ¿Cómo definiría esta obra, qué deseaba transmitir?
Se trata de una de mis novelas más sentidas y difíciles, porque incursiona, no sólo como punto de partida en la enfermedad: la esquizofrenia, que nos ha afectado a nuestra familia biológica a partir del sufrimiento de mi hermano menor, sino porque la novela evidencia una visión de mundo que excede lo estrictamente personal. Algo dije más arriba. En la crisis del mundo moderno la esquizofrenia es un mal generalizado, solo que disfrazado de los males de la civilización occidental: ambiciones desmedidas, afán de sometimiento, guerras reales o larvadas, descreimiento absoluto de la esperanza humana, de su sentido de trascendencia, del lugar que el individuo ocupa en un Cosmos infinito y desordenadamente ordenado, etc. A partir de ese hecho puntual en que un hermano enfermo increpa al supuestamente sano, la novela irrumpe en las profundidades sicológicas de ambos y, consecuencialmente, se asume también la voz, a veces grandilocuente pero sensata en su locura, de los otros, de quienes hacen la suma y resta del mundo moderno. He ahí esas interrogantes existenciales que asolan a ese personaje “dual”, a ese individuo que sufre y vive su encierro mental asolado por sus obsesiones personales, pero también por la demencia generalizada. La diferencia entre los cuerdos y los locos, decía Foucault, “es sólo que unos están encerrados y los otros no”. Algo de eso trata de mostrar la novela, pero también cierto esbozo de una realidad mayor, que excede los estrechos límites de los sentidos humanos. Algo existe más allá del vicioso círculo de la dominación de unos sobre otros.
– Ud. también ha escrito libros de cuentos, ¿en qué se diferencian de las novelas?
Si hiciera un resumen de algo más de los 100 cuentos que he escrito creo que podrían sintetizarse en gran medida de lo que ya he dicho. Sin embargo, debo asumir que partí siendo escritor de cuentos, de contar vivencias de personajes marginales que pululaban en mi barrio croata de Punta Arenas, en el extremo sur de Chile. Allí cohabitaban junto a nuestra infancia seres desarraigados: el loquito del barrio, el mendigo reconocido por todos, el “hombre del saco” a quien tanto temíamos, los visitantes a un prostíbulo cercano, los sueños de niño que veía la realidad como a través de un perpetuo espejismo, las andanzas de un grupo o pandilla que formábamos para sortear el tiempo, etc. Esos cuentos fueron esbozando mi “visión de mundo” y luego, casi sin notarlo, pasaron a ser parte indivisible de mis novelas, solo que con un tratamiento lógicamente distinto. Cortázar ya decía que un cuento gana por nocaut y la novela por puntos, estableciendo una diferencia elemental que nunca olvidé. Mis relatos cortos hacen, entonces, parte de pequeñas historias contadas siempre “desde adentro” de los personajes, aunque de vez en cuando el medio los condiciona a ser lo que son, o al menos, a cómo yo los veo. Sigo escribiendo cuentos y de hecho he estructurado una suerte de cuentos novelados que espero se edite este año.
– ¿Tiene algún cuento del que sienta más preferencia por él? ¿Nos hablaría sobre ese cuento?
Hay un cuento que escribí siendo muy joven, alrededor de los veinticuatro años quizás, y que ganó un importante premio nacional: “Nosotros tuvimos la culpa Ruperto”. Relata la historia de un joven de nuestra infancia en el barrio croata por los años 65, un niño mayor que nosotros, pero con una clara debilidad mental, lo que no obstaba a que fuera un atleta excepcional, tanto en el medio fondo como en carreras de fondo, incluido la maratón. Fue el mejor atleta que existiera mucho tiempo en nuestra Punta Arenas, solo que nosotros hacíamos escarnio de su debilidad, una suerte de bullyng o acoso infantil que terminó por consolidar su deficiencia, a pesar de que era unos cinco años mayor que la edad promedio de nuestro grupo. Relatar nuestra “culpa” y descifrar sus códigos físicos y mentales se transformó en una acuciante necesidad personal, hasta que escribí el relato que, paradójicamente, es uno de mis cuentos más extensos. Hasta hoy Ruperto, que tiene otro nombre naturalmente, vive en Punta Arenas y hace unos años cuando visité la ciudad a presentar un libro en la Universidad de Magallanes me encontré con él a la salida de un supermercado: vendía ajos premunido de una bandeja que colgaba de sus hombros con una especie de tirantes. Hablamos de todo un poco como si el tiempo ni el espacio existieran ni para él ni para mí. Hay otros relatos que también son mis preferidos, como El clasificador, Restos Mortales, Los números no cuentan, etc. Pero el que te indico está anidado en mi corazón.
– ¿Cómo consigue conciliar su faceta de escritor y su faceta de juez?
A veces se ha hecho difícil. Sin embargo, vivo quitándole tiempo al tiempo. No soy escritor que materialice su obra a diario, no obstante el alcance de la observación permanente que te hice antes. Más bien soy escritor que materializa lo que reflexiona, siente y padece, “en rachas”, en determinados períodos en que me abstraigo totalmente del mundo judicial y me enclaustro a escribir ininterrumpidamente en mis tiempos de vacaciones, generalmente. O bien, tomo algunos días y me dedico íntegramente a lo que me persigue y obsesiona. Otra forma de hacerlo regularmente cuando esa presión creativa aflora, es por las noches, hasta altas horas de la madrugada, cosa que estoy haciendo por estos días, lo que sumado a una licencia médica por 30 días al tener un accidente que pudo ser fatal, me ayudó a terminar una novela. Por otra parte conciliar la labor de juez con la de escritor es parte consustancial de mi propia naturaleza: ambas profesiones se yuxtaponen y se necesitan al mismo tiempo. Puedo hacerlo desde la óptica de mi función jurisdiccional: lo que acontece en un tribunal no es para reírse generalmente, más allá del anecdotario doméstico que sí puede ser ocasionalmente humorístico, así que los dramas que me toca conocer en los ámbitos de familia o penales han ido nutriendo gran parte de mi obra. Sin estar en este mundo de abogados y de jueces habría sido difícil sino imposible escribir El contagio de la locura o Yo mi hermano, por ejemplo. Sin perjuicio de que Grados de referencia y Desencierro tienen un algo componente de temáticas vinculadas al mundo de las leyes y de la justicia, o a la necesidad de ella. Nací siendo escritor y la vida me situó, por esas casualidades que nunca son tales, en el mundo de la abogacía, las leyes y un sentido de justicia que se anida en lo más profundo de mi ser. Todo ello cohabita y es parte de mi personalidad y trato de acomodar todos sus pro y contra para desarrollar una u otra labor, con responsabilidad y profesionalismo. Literatura y derecho van, en mi caso y seguramente en el de otros, necesariamente, de la mano.
– ¿Tiene en mente publicar una futura obra? ¿Nos podría dar un adelanto?
He terminado, producto del accidente que te relaté, un libro algo suigeneris: está escrito en tono de relatos novelados. Es decir, el personaje central interactúa con otros que van hilando historias y se entrecruzan en distintas épocas de su vida. La idea central, sin embargo, está dada por la visión de mundo del personaje: espejismos y gusanos hacen parte de la vida material. Todo se degrada, desde un minúsculo insecto, una piedra o un árbol o planta, hasta la inconmensurable de la vía láctea. Lo material subyace en la energía que da vida y que es lo que realmente cuenta: una energía espiritual, la divinidad, la naturaleza misma o el misterio de la creación. En ese nacimiento, desarrollo y muerte del personaje la vida se presenta como ese trayecto que ya reseñé: un paso de un estado a otro, de una a otra dimensión, aunque aparezca siempre como datos sumergidos en la narración, como señuelos o pistas que el lector debe descubrir, así como intenta descubrirlas el propio autor al expresarlas.
Señor Mihovilovich ha sido muy amable en concedernos esta interesante entrevista, desde nuestro Magazine le deseamos que siga cosechando muchos éxitos profesionales y animamos a nuestros lectores a leer y seguir sus obras.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…