DubrovnikPor Antonio Rojas Gómez

Dubrovnik, novela, Antonio Ostornol

Editorial Cuarto Propio, 263 páginas

Dubrovnik es una ciudad croata que mira al Mar Adriático. Sin embargo, la historia que se nos narra es chilena, muy chilena de hoy, tanto, que se globaliza con escenarios europeos intercambiados de igual a igual con los nacionales. La protagonista es una profesora de origen modesto, que se casó con un emprendedor buen mozo, quien llegó a consolidar una industria con ramificaciones internacionales y una fortuna considerable. Un hombre de carácter fuerte, machista y dominante al estilo decimonónico, con acendrado sentido del deber, a pesar de lo cual abandonó el hogar familiar por una mujer joven, tras décadas de matrimonio. Es entonces, en medio del dolor y la soledad, cuando su esposa empieza a vivir.

Ella es una mujer que fue muy hermosa, amante del arte, con pretensiones de convertirse en bailarina o actriz, y lo dejó todo por asumir el rol de esposa y madre, tal como la mayoría de las mujeres hasta hace no tanto. Y cuando queda sola, sumida en la depresión, sus hijos –tres mujeres y un hombre- deciden que debe ir a París para reponerse. Un viaje relativamente corto, naturalmente, que se dilata sin embargo por más de cinco años, hasta el momento en que la mujer envía su última carta y se le pierde la pista. Las hijas deciden que su hermano menor debe partir a rastrear su paradero. Y el hermano, que es quien narra la historia, va y empieza a descubrir –y a descubrirnos a los lectores- como es realmente su madre y cuál fue su historia de vida. Un breve párrafo para demostrarlo:

“Mamá decía que estaba cambiando de piel y que se sentía como una culebra: botaba la vieja por inservible, con todas sus mugres, desgracias y felicidades gastadas, e inauguraba una nueva vida, donde todo estaba por nacer”. (Pág. 180)

La señora –no voy a decir su nombre, porque hasta eso se cambió- resulta una persona entrañable, una persona capaz de trocar su desastre matrimonial en una oportunidad para asirse a la vida que se negó por ser fiel a su condición de esposa chilena de mediados del siglo pasado. Pero ya no es esposa, ya sus hijos están mayores, las mujeres casadas, el varón no, pero tiene más de veinte, se maneja solo y todavía estudia, aunque en el juicio familiar es un bueno para nada. Ya no tiene responsabilidades con nadie que no sea ella misma, y las asume, a despecho del paso del tiempo.

El hijo-narrador fue capaz, pese al diagnóstico de sus hermanas, de encontrar la pista de la madre, en París, y esa pista lo condujo a Croacia. La protagonista, que en Chile solía escaparse a su casa de Papudo para paliar su desencanto en la contemplación del mar, iba en demanda de Dubrovnik, al Adriático, pero ya no para aminorar frustraciones, sino para vivir de verdad.

Si lo consigue o no, lo sabrán al leer el libro, que vale la pena. Recibió el premio del Consejo del Libro a la mejor novela publicada en 2012. Y es un premio merecido. Antonio Ostornol es un escritor que goza de reconocimiento por su obra anterior, pero aquí, se supera a sí mismo y alcanza un óptimo nivel creativo.

Publicado en Revista Occidente

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