Por Juan Manuel Montes
Mirada fija hacia el vacío
¿Vivirás mañana? Vivir hoy, Postumo, ya es tarde:
el que sabe, es quien vivió ayer.
(Marcial, libro V, 58)
Hay un gato que predice la muerte. El extraño felino vive en una residencia para mayores en Kentucky, estas cosas siempre suceden en algún lugar de Estados Unidos, ahí el gato vaticina quién morirá acostándose en la misma cama, hasta que el afortunado se queda dormido y muere. Los escépticos dicen que puede oler las células necróticas del cuerpo, otros, los más esotéricos, aducen que la mascota puede ver el paso lento de la muerte al dirigirse a las habitaciones. Más allá de toda teoría, lo cierto es que el gato existe y se llama Oscar y aún nadie explicar satisfactoriamente su relación con lo mortuorio.
Yo, por mi parte, ahora escribo esto y tampoco logro develar el misterio. De repente mi gato se me acurruca. Siento una fuerte puntada en el pecho y con profundo temor pienso: ¿Y si este no fuese mi verdadero gato? ¿Acaso todos los gatos comparten la misma habilidad de conectarse con la muerte?
Respiro, tiemblo, intento tranquilizarme y el dolor se va, aunque el gato se queda. Mañana debo levantarme temprano, pero tengo mucho miedo de quedarme dormido.
En peligro de adopción
Aún hoy en día, Rumpelstinski, busca un niño humano. A pesar de que puede convertir la paja en oro y que habita en un exquisito palacio, nadie quiere darle un niño. No por él, ni nada por el estilo, sino porque Rumpelstinki comparte su palacio con un fornido y agraciado ogro que tiene muy buenos modales y usa ropa de diseñadores. Todos en el reino saben que los ogros son mal vistos, sobre todo por su fama de andar comiendo niños y esas cosas.
Por ello, el pobre Rumpelstinki, sigue peregrinando por los juzgados en busca de un niño. Mientras los padres prefieren abandonar a sus hijos en el medio del bosque que dárselos a esos monstruos.
Reencuentro
Él atravesaba a pie las mismas cuadras de siempre. Habían pronosticado lluvias y quizá granizo.
Ella volvía de un trámite que le había llevado toda la mañana. Estaba enojada con el tiempo perdido. Hubo un trueno y dos relámpagos. El granizo cayó en seco sobre la calle como si se rompiera un collar de perlas.
Ella se refugió debajo del alero de una ventana. Él llegó hasta allí cubriéndose la cabeza con su maletín.
Ella, lentamente, se sacó el pelo de la cara, mientras que él bajó el portafolio. Se miraron dándose cuenta. Sintieron que el recuerdo les apretó muy fuerte todos los órganos vitales. Por unos instantes no volvieron a respirar. Detrás de ellos el granizo se aletargó y rebotó amortiguado hasta detenerse a medio camino entre el cielo y la tierra. Él la miró a través de los años, se sorprendió de que ella hubiera cambiado, de que hubiera envejeciendo tanto como él. Ella lo reconoció por la forma de sus ojos y por el lunar en su mejilla.
Ninguno supo cómo reaccionar, se quedaron tan estáticos como el granizo.
Desde el fondo del cielo cayó una gota de lluvia. Una sola gota se abrió camino a través del granizo y al deshacerse contra el suelo, reventó la burbuja temporal en donde todo se había petrificado. Rápidamente los dos bajaron la vista y siguieron de largo.
Se susurraron adiós y escaparon debajo la lluvia, quizás para ocultar sus lágrimas.
Prevenir el abandono
Todos los fines de semana el pequeño Hansel deja un rastro de granitos de uva en grapa desde la taberna hasta su casa. Gracias a eso, su tambaleante padre, puede encontrar el camino de regreso.
El baile nupcial
El loco Juan alimenta a las palomas de la misma manera que su madre alimentaba a las gallinas. Mueve primero su mano derecha en un cuenco dejando caer unas pocas miguitas y repite la escena con su mano izquierda, invitándolas a bailar un minué. De entre todas las que lo rodean, elige una, se saca el sombrero y caen más miguitas. La paloma retrocede, pero él, galante, se le acerca y le extiende la mano. La paloma se voltea y toma un pedacito de pan, encantado de ser correspondido, le sonríe.
Ahora, la pareja baila haciendo círculos dentro de una ronda alada, gris y blanca. El baile continúa hasta que se le acaban las miguitas. Luego su paloma lo observa, espera más pan, pero él le muestra las manos vacías. Ella espera, ladea la cabeza, espera, espera… y sale volando.
El loco Juan piensa, quizá así es el amor.
Juan Manuel Montes
Escritor, profesor de Grado universitario en Lengua y Literatura por la U.N. Cuyo. Miembro de Triple-C (La Cofradía del Cuento Corto) y de “La trampa: escritores independientes”. Ha publicado en 2008 La soledad de los héroes, y en 2012 Relatos desde Liliput; sus textos aparecen en diversas antologías como: Con la literatura no se juega (2012), Brevedades (2013), El mundo de papel (2014), Antología Trinacional de minificción “Borrando fronteras” (2014), Minimalismos (2015), ¡Basta! Cien hombres en contra de la violencia de género (2016).
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…