por Francisco J. Zañartu

Dentro de unos meses, a través de un proceso constituyente, el país responderá una de las preguntas que todo grupo humano debe hacerse cada cierto tiempo: ¿qué modelo cultural queremos?

Es cierto que un modelo cultural no se construye con la sola redacción de una Constitución, sin embargo, esta puede abrir una discusión sobre las costumbres y hábitos que relacionan a los habitantes de una comunidad. Algunas de las costumbres que se usan en el día a día chileno parecen sacadas de un Manifiesto Surrealista y no de una Carta Magna. ¿Cómo olvidar que cuando Michelle Bachelet juró como Presidenta en su último mandato, la Presidenta del Senado, Isabel Allende, abrió y cerró la sesión en nombre de Dios? Como dato curioso se debe recordar que ambas son agnósticas y que Chile es un estado laico, desde la Constitución del 25.

Lo anterior parece tragicómico, sin embargo, hay “eventos culturales” que no lo son. Hace unos meses un hombre asesinó a su pareja y muchos, incluso la madre de la mujer, justificaron el hecho diciendo que ella tenía un amante. Aquella cultura que ensalza a un hombre con amantes, una Catedral y varias capillas, justifica el femicidio cuando la que tiene un amante es la mujer.

Estos “eventos culturales” deberían promover la siguiente reflexión: ¿qué se entiende por cultura?

El antropólogo E. B. Tylor define la cultura como: “un todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre en cuanto miembro de una sociedad». (“Cultura Primitiva”, 1871)

Generalmente, se cree que la cultura tiene que ver con el arte y sus expresiones doctas. La cultura, para muchos, se representa a través de la acumulación de información, una costosa obra de arte que adorna piezas u oficinas y la gran biblioteca con decimonónicos textos forrados en cuero.

Bronislaw Malinowski (1884 – 1942), define la cultura como la respuesta que da el ser humano a necesidades tales como la alimentación, reproducción, etc., es decir, está unida a las necesidades vitales y conduce a una organización social. Las expectativas del hombre (refugio, alimento, satisfacción sexual, etc.) son parte de la cultura y se resuelven mediante instituciones que la sociedad autogenera.

La nueva Constitución que el país se apresta a discutir, debe dar cuenta de esas relaciones. En este contexto enfrentar temas como si se optará por un estado subsidiario o uno de protección social o si se darán escaños parlamentarios a los pueblos originarios, son parte fundamental del debate cultural.

La relación entre saber y poder, vínculo ampliamente desarrollado en los escritos de Michel Foucault, es sin lugar a duda un lugar común, como lo es también la existencia de una cultura dominante en las relaciones cotidianas. El filósofo Humberto Giannini (1927 – 2014), aclara que la cotidianeidad es lo que ocurre cuando no ocurre nada y plantea que esta será la forma que tendrán los antropólogos del futuro para estudiar la actual sociedad. Un ejemplo de esta cultura cotidiana es el hecho que las mujeres ganen el 30% menos que los hombres por el mismo cargo o las diferencias morales que se establecen entre un “hombre público” y una “mujer pública”.

La discusión constitucional debe revisar aquellos aspectos impuestos por una estructura de poder vertical y autoritaria que, como dijera su ideólogo Jaime Guzmán: “debe procurar que, si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría, porque – valga la metáfora – el margen de alternativas que la cancha imponga de hecho a quienes juegan en ella sea lo suficientemente reducido para ser extremadamente difícil lo contrario”.

Cambiar dicho paradigma por una comunidad multicultural es a lo que se enfrenta Chile.