Eduardo Serrano Velásquez

Su campo de estudio se enfoca en los espacios reales y oníricos de la ciudad y ha publicado ensayos en diversos medios. El 2010 obtuvo una mención honrosa en el concurso de poesía “Stella Corvalán”, apareciendo en la publicación del concurso. En el 2015 publica el libro “Mapa de guerra” por “Das Kapital Ediciones”. En el 2017 obtiene el Fondo del Libro en la línea de creación literaria con el proyecto “Aeronáutica”. El año 2019 obtuvo una Mención de Reconocimiento en el concurso de poesía “Aristóteles España” con su libro “Profundidad de campo”.

CINCO POEMAS DEL LIBRO “AERONÁUTICA”

DE ESTE LADO DEL ATLAS

Partículas radioactivas
estallan en el aire gélido
del amanecer,
pegándose a los cuerpos
que engullen delicadas
descargas eléctricas,
mientras atraviesan
la carretera muerta
a gran velocidad.

De este lado del atlas,
intercambiamos destellos
y suaves electroshocks
con la punta de la lengua,
cuando atravesamos
entre los edificios
de ventanas vacías
donde todos
somos anónimos.

De este lado de la posguerra,
con agujas y tinta negra,
nos marcamos las costillas
con una calavera
de ojos elípticos
y una escafandra roja
mientras volamos y disparamos
al mismo tiempo
por las avenidas líquidas.

De este lado de la posguerra
caen las cucarachas muertas
desde los ojos de los edificios
oscuros y silenciosos
y nosotros les prendemos fuego
a los últimos trozos de papel
que quedan en nuestras bibliotecas.

LUCES DE NEÓN

Un poco antes me dijiste
que no viviríamos para siempre,
así que no importaba entrar y salir
una y otra vez del departamento
con la lista del supermercado en la mano,
no importaba si nos levantábamos o no
de la cama y comenzábamos a vestirnos
bajo la luz gris de junio,
si ya habías amenazado mil veces
con tirarte por la ventana del décimo piso.
Así que no importaba salvo porque me lo dijiste
un poco antes de que comenzara a hacerse de día
y te dieran ganas de volcar el kerosene sobre los libros
y encender la llama del soplete,
mientras nos despedíamos abajo, con un beso,
un poco antes como todos los días.
Y claro tal vez ya habíamos inhalado demasiado
el aire radiactivo del invierno
entre cigarros y carteles luminosos,
contagiados de plutonio
entre pasillos y subsuelos,
humedecidos por la lluvia ácida
que golpeaba los techos.
Y tal vez ya habíamos inhalado demasiado
la hoguera de nuestros sueños rotos
trepidando como supernovas
o peces de neón
en el archipiélago de la noche.
Entonces pienso que
nunca más volveré a verte,
Que desde ahora estaremos muertos,
que tal vez tomemos café sobre las ruinas
y más tarde o mañana, probablemente,
nos despidamos abajo, con un beso.
Pero de alguna manera, a esa hora
no quedará nada de nosotros
y toda la ciudad estará destruida,
convirtiéndose en una especie
de samsara radiactivo,
solo para nuestros ojos envenenados.

INFRARROJO

Yo soy el futuro abandonado
de los cuerpos
que se destrozan mutuamente
en la autopista
y chocan a la velocidad de la luz
como una red de océanos vacíos
estallando en el horizonte,
antes de perderse definitivamente
de nuestro observatorio,
un hangar forrado con pieles de leopardo
e instalaciones industriales
donde no se ven caminos trazados,
solo una avalancha de meteoritos
tan infinitamente pequeña
que no se sabe con certeza
cómo trastornan la cartografía
que palpamos como ciegos
en medio de la noche,
y nuestras aeronaves
son lo único que nos queda
para doblar el hiperespacio
con el espectro acústico
de las turbinas
y no ver nada salvo
lo que tocamos
con la punta de los dedos,
descendiendo hacia los orbitales
más internos del átomo
para seguir la microscópica catástrofe
que dibujan nuestros cuerpos,
como si viéramos
momentáneamente en infrarrojo
a un astro de dos millones
de masa de soles colapsando
en nuestro propio
mapa astronómico del dolor.

EL OBRERO ORGÁNICO

Remolcar un mapa
de doscientos años
de la estructura ósea
del paisaje y del cuerpo
para recuperar,
como un obrero orgánico,
la entropía acústica
de los campos,
era, en suma, el proyecto
que nos quitaba el sueño.

Debíamos comenzar
jalando con fuerza
la piel de las llanuras,
montados en nuestras naves
a través de la trama microscópica
y capilar de la noche,
mientras nos alejábamos
de la ciudad y veíamos las luces
como bombillas empañadas
bajo la silueta de las montañas;

y desde más allá incluso
todo el continente
parecía solo un tatuaje
sobre el cuero de un animal
más grande que nosotros,
constructores de avenidas aéreas,
mientras hablábamos en voz alta,
casi gritando
para llenar el silencio
desolador de la tarde;

y nos veíamos
como encerrados
en el laberinto
de una ciudad radioactiva
montado hace doscientos años,
escuchando la maquinaria pesada
que rompe sin piedad el suelo.

Entonces remolcar
los mapas orgánicos
era prácticamente inevitable
para nosotros,
era el proyecto
que nos quitaba el sueño
pero al mismo tiempo
nos llenaba
de feroces pesadillas.

SUPERVIVENCIA

Quemar cucarachas con un soplete
aquí en la cocina del infierno,
cuando el insomnio se pega al rostro
como una garrapata
y afuera las máquinas
gimen escupiendo combustible,
quemar cucarachas con un soplete
es prácticamente una forma de liberación
o si se prefiere un método de supervivencia;
y no solo lo digo
por la precariedad del hecho
de que hay que acabar con la plaga,
sino por la obsesión del trabajo refinado.
Porque quemar cucarachas aquí
en las alcantarillas de la noche,
cuando el veneno resbala de las bocas
y el encendedor cromado refulge
como una luz estroboscópica en el rostro,
todo se ve más claro
envuelto en kerosén
mientras los libros y las paredes
se combustionan junto con la noche
y los restos de las sabandijas sobre el suelo,
porque la noche está caliente
y arde bajo la llama del soplete
aquí en la cocina
o bien el manicomio del infierno.