Francisco Zañartu, socio de Letras de Chile ha enviado un interesante texto sobre cómo podemos enfrentar los discursos oficiales desde una mirada distinta, en este caso, de la pandemia que vivimos.

por Francisco J. Zañartu

El cineasta y escritor Raúl Ruiz, en su texto Poéticas del cine, Universidad Diego Portales (2013), reitera que cada uno graba sus obsesiones. Buena precisión que se debe tomar en cuenta en tiempos de “pandemia”, cuando las obsesiones se han transformado en unas fieles compañeras. El Ministro Mañalich, por ejemplo, se ha obsesionado con los números y, a diario, nos informa de muertos, infectados, asintomáticos, recuperados, camas y ventiladores. Desde su lugar de bodeguero del economato nacional, da cuenta del inventario país.

La imagen del bodeguero es original de Diamela Eltit.

Dichos datos, en un país obsesionado con el Covid 19, permiten al gobierno legitimar su relato, instalarse como narrador omnisciente y conducir la escritura que varios millones de chilenos realizan en sus cuerpos. Se debe recordar que el cuerpo es un espacio discursivo, donde el texto se deja caer de manera incesante, constante.

El cuerpo como espacio discursivo, también es una cita a Diamela Eltit.

Hay que aprender a leer el cuerpo. Tomar conciencia que la postura, el modo de moverse, las arrugas y canas, la piel, etc., dan pistas de estados físicos y emocionales. Para descifrar lo que representa en nuestro cuerpo, se necesita reconocer el contexto en que está siendo escrito y su co-texto, es decir, su discurso paralelo.

En un encuentro promocionado por la Facultad de Letras de la Universidad Católica, la ensayista y estudiosa italiana Laura Scarabelli propone narrar la pandemia, sacarla del lenguaje oficial, resemantizarla. Ello implica no existir en las obsesiones de las autoridades, sino vivir en las nuestras. Asumir que estamos perturbados y desde allí sacar una voz. Reconocer el foco desde donde se miran los acontecimientos.

Quien manipula el lenguaje maneja el poder y transforma lo inhabitual en habitual. Aún recordamos los martes de Merino, cuando era parte de nuestra cotidianeidad escucharlo tratar a sus opositores de “humanoides” y decir que los obispos preocupados por los Derechos Humanos eran el “Chapulín Colorado y que no contábamos con su astucia.” Hace unos días, el abogado Ricardo Escobar, de grandes cargos en los gobiernos de la Concertación, ocupó una fábula de Esopo para denostar, con un estereotipo machista, a la Presidenta del Colegio Médico.

La ofensa como parte de lo usual.

Hoy, el lenguaje pandémico está siendo manejado por el omnisciente narrador público. Se ha tornado familiar que nos digan lo que tenemos que hacer y reconozcamos a nuestro padre castigador/benefactor. Los funcionarios de gobierno entregan cajas de alimento diciendo que se las manda el Presidente Piñera y algunos pobladores, como denunció Benito Baranda, han debido sufrir la humillación de que dicha caja sea entregada por la esposa del Presidente y el Intendente de la Región Metropolitana, quienes, junto a una veintena de periodistas y cámaras de TV, muestran lo bueno que es nuestro padre. Las cajas van acompañadas de una carta firmada por el Mandatario que habla de Dios y reitera su “buen corazón”.

En ese contexto, parece fundamental tomarse el discurso y generar una literatura okupa.

El concepto de “literatura okupa”, también fue tomado de Diamela Eltit.

La pregunta es cómo se accede (okupa) a este espacio que suplanta el discurso oficial.

La ficción permite cambiar la vereda de lo dicho. Esto implica, necesariamente, correr un riesgo. Escribir es peligroso. Augusto Roa Bastos cuenta, en su obra “Yo el supremo” (1974), de un prisionero al que se le prohibió usar un lápiz y la justicia lo amenazó con la pena de muerte si volvía a escribir.

Es muy probable que algunos, desobedeciendo a la justicia, ya estén escribiendo o filmando ficciones respecto de la pandemia. Este virus se tomó nuestras obsesiones y dentro de un tiempo podremos leer textos (cuerpos) que dan cuenta de él.

En nuestra historia ficcional, hay muchos que han relatado sus obsesiones y, con ello, han alterado la verticalidad del discurso oficial. Blest Gana, Bombal, Lemebel e Isidora Aguirre, entre otros, decidieron no vivir con las obsesiones oficiales, sino relatar o grabar las propias, como sugirió ese gran obseso que fue Raúl Ruiz.