por Omar López, poeta y gato

He sentido siempre a la montaña como un mar endurecido. Mirar de lejos a nuestra cordillera y con una de las cimas nevadas como pidiendo permiso para presentar su frio. Sobre estos enormes cerros algunas nubes imitando olas, de corona blanca, espesa pluma y silencio antiguo. Bello paisaje para combatir el miedo o para dialogar con la naturaleza desde nuestro fondo solitario. Desde nuestra segunda ventana ubicada corazón adentro, porque muchas veces esta ventana ha permanecido con las cortinas corridas, latiendo en la penumbra del recuerdo, aletargado en un dolor anónimo, en un eco de nostalgia, en una gota de engaño nunca diluido.

Mientras contemplaba la pintura de este día llamé a una amiga, Pilar. Amistad de muchos años, muchos recuerdos de horas e instantes compartidos en un lejano Chile de Unidad Popular e ímpetus revolucionarios. Hace casi dos años que no sabía nada de ella y a veces es bueno o saludable seguir los impulsos frescos, espontáneos de la conversación con uno mismo. Fue un grato y emocionado rencuentro con esa voz, porque inmediatamente comienza a girar la máquina del tiempo sobre el mapa de un territorio alguna vez explorado y compartido. La disciplina partidaria, los trabajos voluntarios, las campañas de finanzas, la convicción absoluta de un mundo por nacer cuando otros preparaban el abismo. Siempre he admirado a las personas que viven solas, especialmente si es mujer y mucho más delicadamente, si son amigas. Tengo claro que la mujer es mucho más autónoma, libre, inteligente y decidida que nosotros, enfrentados a estas circunstancias. Entonces, no es que compadezca o dramatice dicha condición de aislamiento o rutina individual; lo que admiro y respeto es esa construcción de soledad. Es esa fortificación innata en el ser femenino que convierte la soledad en vida creativa, productiva, sabia y generosa.

En momentos tan inciertos y amenazantes como los de estos días, cultivar y redescubrir las antiguas amistades es otro personal desafío. Como dice nuestro Pablo Neruda, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos” y es este sentido que estimo necesario volver a vernos y tocarnos en la distancia para constatar cuánto hemos cambiado, cuánto hemos crecido y cómo es nuestro nuevo idioma, cuánto nos queda de ignorancia, cómo hemos mordido la desgracia y cuáles son nuestros proyectos o nuestros ritos pendientes dentro de los próximos cinco siglos.

Es increíble que la imaginación, como el universo, se alimente de infinito.