Rodrigo Barra ha enviado un relato que pertenece a su libro FABULARIO, para compartirlo con los lectores de nuestro sitio web.

por Rodrigo Barra Villalón

«El hombre debe guardarse de extraer la raíz por él mismo, pues su vida peligraría. Es necesario atar un perro negro a la parte superior de la planta y azuzarlo hasta que surja de la tierra y se yerga. En ese preciso instante, la raíz, con figura humana, proferirá un horrísono grito y el perro caerá muerto al instante. Para sobrevivir, el buscador de mandrágora deberá tomar la precaución de taparse bien los oídos con cera».

De un relato de la época romana

Sonó la alarma y por la ventana reforzada, el sol comenzaba a aparecer entre las montañas, creaba sombras que recordaban grandes árboles ya extintos. El hombre pensó en aquel bosque de su lejana infancia. Se calzó el traje térmico naranja con la provisión de oxígeno y, empuñando sus herramientas, se dirigió a la mina.

Al salir, vio una lluvia de colores jugando entre las cimas para luego esconderse en su impenetrable negrura. Avanzó cansino hacia el follaje y el letargo lo invadió. Su sombra proyectada sobre un camino polvoriento desapareció cuando todo se convirtió en penumbras.

Adormecidos sus músculos, sintió que lo cubría un halo frío y húmedo. Tropezó. Pero logró apoyar su espalda contra una gran roca. Ahí quedó, con la mirada perdida.

«Mi padre me advirtió que esa raíz era peligrosa», se lamentó.

Fue entonces cuando vio venir una mujer núbil abriéndose camino por entre los matorrales.

«Soy la mandrágora» —le dijo ella—. «Sigue mis pasos, puedo enseñarte incluso lugares donde hombre alguno ha llegado».

Miró sus ojos, que parecían noches misteriosas.

Un delicado velo cubría sus piernas tales columnas de mármol. Con una sonrisa, la joven añadió:

«Hombre terreno, largo tiempo te llevo esperando. Vente conmigo a corretear por los senderos y recorrer bosques. Nos bañaremos entre los musgos cuando el sol asome por las montañas. Por las noches, la luna nos regalará lagos de plata en donde satisfaremos nuestros cuerpos. Entrelazados, oiremos la música eterna del viento».

El hombre trató de mover algún músculo, pero no obtuvo respuesta.

En su mente evaluó lo que acababa de escuchar.

«Quiero vivir», murmuró angustiado.

«Serás mi amado y yo tu amante —continuó ella—. Nunca otro hombre podrá siquiera tocarme. El hastío jamás llegará a tu alma, los dioses y musas serán nuestros aliados. Te ofrezco la existencia infinita, mi dulce amado».

Una tenue corriente recorrió la espalda del hombre. «Quiero vivir», repitió en voz baja.

«Los hombres sufren, luchan y matan. Si eliges irte, padecerás el Apocalipsis en carne propia».

«¡Quiero vivir!», gritó desesperado.

En ese instante pudo apartarse del peñasco y el sortilegio se rompió.

Volvió a sentir los latidos de su corazón y se echó a correr por la oscuridad, sabía que en algún lugar su cuerpo lo esperaba.

«Pobre amor mío —habló la mandrágora—, en la penumbra, la vista es vaga y la mente difusa. Permanecerás solo. Solo y sin nada. Quédate amado. ¿Por qué me rehúyes? No me abandones. ¡Detén el paso!».

«Te lo agradezco señora, pero elijo vivir. Lograré fortuna, tendré amores» —contestó a los gritos, sin detenerse—. «Mi carne prefiere enfrentarse a los Cuatro Jinetes que son la Guerra, el Hambre y la Muerte… pero quién monta el caballo blanco, no es otro que la Esperanza».

Buscando su cuerpo, el hombre aminoró su marcha hasta que ella lo detuvo completamente, abrazándolo.

«Todo es mentira, la vida es un soplo. No me abandones, dame la mano…».

El hombre se desprendió de ella y continuó a paso veloz, sin mirar atrás, bajo dos lunas menguantes…

Tras una larga vida, que solo fue un soplo, en el corazón del hombre ya no quedaban amores ni odios. En su lecho de moribundo se adentraba en las brumas de la inconsciencia. Como un relámpago, la figura de la joven se le dibujó entre la niebla, su pelo ondeaba suave, la misma sonrisa de otrora jugaba en sus labios y un velo cubría su cuerpo de nácar.

El hombre extendió un brazo clamando «No me abandones, dame la mano…».

Sus palabras quedaron vibrando en la penumbra y un eco repitió una y mil veces la frase. Luego, el abismo se lo tragó y su mirada quedó clavada en un punto…

Es en ese preciso instante recibe un fuerte empellón en la espalda. ¡Avanza imbécil!

Era un prisionero político más en un planetoide minero tan alejado de la Tierra como la opción de que algo allá cambie.

Durante las cuatro horas de sol, debían extraer mandrágora: un mineral raro y alucinógeno con múltiples usos en la industria aeroespacial. Pasado ese tiempo, volverían a encerrarlos en sus cubículos con ventanas reforzadas donde podían retomar el único libro disponible. Un antiguo texto romano. Al día siguiente la alarma sonará para que repitan la jornada.

Rodrigo Barra Villalón
“Fabulario”
ISBN 978-956-9776-01-4
RPI Nº 309.862