Praderas Amarillas, de Lilian Elphick

por Diego Muñoz Valenzuela

Cuentos, Simplemente Editores, Santiago de Chile, 2019, 132 pp

La asimilación de este libro requiere que el lector se deje llevar, reprimiendo la intención de comprender a cabalidad todo cuanto el texto nos va entregando, que pertenece al registro emocional y sensorial, más que a una trama lógica secuencial. No puede pretenderse concebir un texto narrativo como si se tratara de una estructura unívoca, una suerte de dilema comprimido, problema a resolver o incógnita a despejar. No existe manual para guiar al lector en esta tarea: debe emprender el camino con sus propios recursos, donde cuentan sobre todo la empatía y la imaginación para rellenar los espacios que el autor deliberadamente ha dejado libres como parte de su proceso creativo.

De otra parte, ¿quién podría presumir de que alcanza la comprensión plena de un texto, cuando ni siquiera quien lo ha producido puede aseverar tal cosa? Sería como pretender que existe algo que pudiéramos denominar la objetividad absoluta, alcanzable y cognoscible a través de la lectura. La verdad es que un texto cualquiera, en este caso un relato, viene a ser el resultado de un complejo proceso creativo, subjetivo, personal, que -a su vez- será leído por múltiples lectores. Para cada uno de ellos el significado será diferente, porque dependerá de sus historias pasadas -la dimensión biológica existencial, única por definición- y posiblemente muy diferente a lo que el autor haya podido imaginar, pensar o intuir.

Lo anterior vale para un texto, independientemente de su estructura, complejidad o facilidad, intención, tipo de lenguaje o cualquier otra variable. Es absurdo esperar un resultado único y repetible para toda persona. Dicho esto, la actitud correcta es -me parece- dejarse arrastrar por la corriente narrativa y ver qué te pasa, qué sientes, cómo te involucras con lo narrado, qué ecos resuenan en tu interior y adónde te conducen. Esto implica desechar la actitud de leer como para resolver un puzle o un problema de ingenio. Esta es la forma que recomiendo para leer PRADERAS AMARILLAS de Lilian Elphick; pero es, al mismo tiempo, la forma que sugiero para la lectura de cualquier texto de ficción.

En consecuencia con lo expresado, lo que puedo referir es mi experiencia de lectura de este volumen de relatos, donde lo primero que destaco es la estética del lenguaje, que contiene una voluptuosidad general, envolvente y fascinante. Lo humano, el cuerpo, las sensaciones, el placer, el deseo, la sangre, la ira, el abandono son protagonistas esenciales, por sobre los seres objeto de la historia, cuyas emociones y sentimientos sí forman parte del núcleo esencial. Se trata de una forma de cuento donde importan más las sensaciones que las secuencias factuales, es decir, una trama dominante en el sentido clásico.

La vida en sociedad es lo nuestro, pero pueden convertirnos en auténticos monstruos, o en seres desolados y abandonados que buscan remedos o reflejos pobres de aquello que podría llamarse amor. ¿Objeto imposible, negado a la soledad infinita del yo? ¿Irrealizable concepto importado de la filosofía, la biología, la sicología o la literatura? ¿Sustancia inasible, vedada para el ser humano?

En Praderas amarillas recorremos el territorio del cuerpo, el deseo, la desesperada búsqueda de un escape a la muerte o al tedio que emana del sinsentido de la vida. Las praderas amarillas, donde habita la manada, es el vestigio de una existencia primigenia, libre, salvaje, donde predominan las emociones más básicas y por ende la libertad, un ideal extraviado. Una y otra vez surge esta referencia al paraíso perdido en los relatos que conforman el volumen.

La sensualidad que transmite el texto resulta estremecedora, inquietante y evoca de forma vívida el erotismo al que suele referirse. Al mismo tiempo, la textura de la prosa en poética y va construyendo la sensación de un sueño envolvente y dulcificante que nos va seduciendo. Hay que dejarse llevar por esta corriente sensual y poética para descubrir las emociones escondidas que nos habitan: el tedio ante la inercia de la vida rutinaria, el rechazo a los roles sociales preestablecidos, el ardor de la piel como antídotos a la crisis existencial. “La muerte puede volver en cualquier instante y arrebatarnos el tesoro que poseemos”, dice la autora.

La pradera amarilla es una suerte de paraíso: un espacio abierto donde la libertad todavía es posible, quizás solo porque allí no operan convenciones sociales complejas y rígidas. De este modo la existencia puede enfocarse en su sentido natural: dejarse llevar por el ser, el impulso atávico y primigenio: la caza, el placer, la sobrevivencia, el dolor, la crianza de los hijos, la muerte, el ciclo infinito.

El hombre es el lobo del hombre. El amor muestra sus dos caras: la adoración y el intenso deseo hacia el otro, y simultáneamente la perversidad de la posesión, una pretensión imposible que genera daños a ambos: celos, infidelidad, abandono, desesperación, autodestrucción, incluso muerte, un actor habitual de estas historias.

En todas estas historias se advierte la búsqueda del amor como una idealidad inalcanzable. La existencia personal puede verse como soledad absoluta, encapsulamiento inevitable: he aquí el obstáculo esencial que marca la imposibilidad del amor. La pradera amarilla -sitio paradisiaco para correr en libertad- representa metafóricamente esta condición vedada.

La dualidad sueño-realidad es un elemento omnipresente en este volumen de relatos. Los hechos sustantivos ocurren en la mente de las personas, o en esa difuminada realidad onírica que va dibujando el discurso, donde la materialidad objetiva no siempre está presente. Así lo mágico se hace posible y verosímil: hechos extraños e inexplicables forman parte nuclear de varias de estas historias, que así se ubican en una dimensión de interregno entre lo real-material y lo fantástico.

En estos ambientes oníricos, surgen identidades difusas y fragmentarias, desprovistas de la unidad que provee un sistema de memoria sistemático. Así el discurso opera libremente como elemento básico de la existencia, y directamente ligado al cuerpo, sus placeres y sus padecimientos.

De esta manera, Lilian Elphick envuelve al lector en este mundo extrañado -en el sentido de perturbado-, volcándonos a un cuento donde raramente manda la trama, sino que más bien imperan las sensaciones y emociones, auténticos protagonistas.

Celebro este nuevo volumen de relatos por la novedad y la interesante evolución de la autora, también anotando que extrañaba su ejercicio de pluma en estas extensiones mayores. Los invito a disfrutar de esta singular explosión de belleza formal donde la existencia humana cobra el máximo vigor y nos hace vislumbrar su profundo sentido -o sinsentido-, aquel que cada lector dilucidará.

DIEGO MUÑOZ VALENZUELA