Nadie muere de dolorEl tiempo un cuerpo que ríe y paradójicamente duele…

“Cactuscultural.cl tuvo ocasión de conversar con Francisco Zañartu sobre su novela debut “Nadie muere de dolor”, recientemente aparecida bajo el sello de Editorial Etnika y que será presentada en la SECh (Sociedad de Escritores de Chile) en calle Almirante Simpson N° 07, el próximo viernes 13 de enero, 2017″

Francisco Zañartu, -según él mismo relata-, nace el penúltimo día de la primera quincena de octubre de 1955, hijo de un empleado público y una dueña de casa, por aquel tiempo viven en un departamentito cerca del Bar Las Tejas, en el corazón de Santiago. Su infancia transcurre entre el colegio, la parroquia de la esquina y en ciertos hospitales, en los que pernoctó cada cierto tiempo. Sin ser un muchacho terrible realiza ciertas acciones que preocupan a su familia como tragarse una cuchara, ser hincha de la U., repetir curso, hacerse izquierdista y entrar a estudiar literatura a los 24 años. Durante años trabajo como guionista de diversos programas de televisión y documentales. En 1992 gano la beca para estudiar en San Antonio de los Baños (Cuba) en el Taller de Guiones dictado por Gabriel García Márquez. En los 80 publicó dos poemarios (Carta a Don Hernán Cortés acerca de su pretendida influencia en tierras de la beatlemania y Let it be, Arturo) y desde los 90 también se dedica a la docencia y a ser padre de su hijo Beltrán. Nadie muere de dolor es su primera novela.
Tuve la suerte de conocer a Francisco Zañartu, Pancho, para los amigos por allá, a mediados de los años setenta, cuando este país se encontraba secuestra-do por una dictadura, la actividad cultural se desplomaba, cines y librerías cerraban sus puertas, las revistas dejaban de salir y la actividad literaria se encontraba en abierto repliegue. En esas condiciones un puñado de gente joven entusiastas por la poesía, la prosa y con anhelos democráticos nos congregamos en torno a la UEJ (Unión de Escritores Jóvenes). Cuatro décadas han transcurrido desde entonces y ahora, a propósito de su reciente novela, volvemos a conversar con Pancho sobre el mismo tema; Literatura.

– Cuéntanos un poco Pancho ¿En qué momento aparece la literatura en tu infancia? Influencias, lecturas, ¿alguna anécdota que te marcara decisivamente?

– No fui un niño lector… debo declarar, hidalgamente, que Demian de Herman Hesse lo leí como a los 40. Pero, claramente, ese no fue mi primer libro. Recuerdo haber comprado los Mini libros Quimantú como a los 15 y haberme emocionado en 1ero Medio con “El chiflón del diablo”. Luego, como buen joven militante, creí que mi obligación era manejar todo Marx y Marta Harnecker, un poquito de Trotsky, un si es no es de Proudohn, y una que otra cita del libro Rojo de Mao. Mi amigo Roberto Brodsky recuerda que la primera vez que me vio fue, con 16 años, leyendo en un local partidario el “Que Hacer” de Lenin. Debo reconocer que en esa oportunidad no entendí nada de lo que decía Vladimir Ilich, y que no he intentado leerlo de nuevo, para ver si ahora lo entiendo. Es altamente probable que no.
Luego viene el golpe, la debacle, y comienzan las lecturas clandestinas. Entre gallos y medianoche nos pasamos “La Sangre y la Esperanza” de Nicomedes Guzmán, “Confieso que he vivido” de Neruda y “Hojas de hierba” de Withman. En esos años tuve un atracón de realismo, con textos como “La viuda del conventillo” de Romero, “El Roto” de Edwards y otras “novelas ejemplares de la clase obrera”.
Demás está decir que lloré con el boom literario. Luego entre a estudiar Literatura y se me aparecen Emar, Felisberto, Gombrowicz, Macedonio y otros que siguen rondando por mis sesos y mollera y con los que me pasa lo mismo que con Lenin: “no sé si los entiendo”, pero a estas alturas me da lo mismo. Esa es la gracia de no ser militante.

En qué momento supiste que te gustaría ser un escritor ¿hiciste otras cosas entremedio?

No sé, desde chico me daba por inventar cuentos. De hecho, mi primer gran amigo – Tito Palma – es imaginario y no pocas veces fui catalogado como un mentiroso. Un mitómano que ponía en riesgo la seguridad familiar. Aún recuerdo cuando llegaron a mi casa unos compañeros de curso para que les presta-ra la batería y la guitarra eléctrica que tenía en el tercer piso. Demás está decir que, en mi casa, no había ni batería, ni guitarra eléctrica, ni tercer piso.
El escribir, el ficcionar, me viene después del golpe, cuando, lo que uno quería decir corría riesgo, cuando –como dice Gregory Cohen- “la muerte es una mezquina que te agarra a la vuelta de la esquina.” En esos años descubro que hay otros jóvenes que, como yo, están dejando sus escritos bajo el velador y se empiezan a formar talleres, se arma la UEJ.
La vida me lleva a trabajar en un banco y a vivir los peores años de mi vida. (Ser empleado bancario a los 20 en un país en dictadura es un viaje que no le recomiendo a nadie) Voy con corbata a las reuniones de Simpson 7 y escribo poesía, lleno de rabia. Finalmente – gracias a la ayuda de mi madre y mi her-mano- entro al DEH, donde conozco a algunos de los que son mis amigos hasta hoy y tengo la suerte de tener profesores como Enrique Lihn, Felipe Alliende y Nicanor Parra que remueven la cabeza. El problema es que todavía no se me ordena.
Cursaste la media en el Instituto Nacional, ¿Tuvo eso una influencia determinante en tu formación?
No jamás estudié en el Nacional… mi formación escolar fue bastante más precaria. Si bien estuve en el Luis Campino – versión católica del I Nacional – tuve un periplo colegial que deja bastante que desear. Debo reconocer que entre yo y los colegios existía una incompatibilidad de caracteres, que hasta el día de hoy me cuestiono. El mío es uno de los pocos casos en que NO se le debe echar la culpa a los colegios, o por lo menos, no totalmente. Entre estos colegios se cuenta el Instituto Premilitar General Estanislao del Campo y The Marshall School. Terminé 4to Medio en el Instituto Pascal, donde el único alumno conocido era uno que bailaba en Música Libre.
¿Qué recuerdas y qué rescatas de los tiempos de la UEJ?
Tengo la sensación de que la UEJ, como muchas organizaciones culturales y juveniles, nos salvó la vida. No sé si nos hicieron mejores escritores, aunque muchos de los buenos de nuestra generación fueron de la UEJ. Nos salvó la vida, en el sentido que nos hizo sentirnos parte de una tribu, saber, que a pesar de la soledad que se nos imponía, teníamos un grupo de referencia, con los mismos- o distintos- gustos. Rodrigo Lira, Armando Rubio, Juan José Cabezón, Bárbara Délano, Tote España, Sylvia Gaínza, por nombrar a los que ya no están, personajes muy distintos, pero básicamente confiables, bienaventurados. Como dice Ernesto Cardenal: “Bienaventurado el que no espía a su hermano ni delata a su compañero de colegio”
Como olvidar aquellas largas lecturas en el bar de Simpson 7, donde nos creíamos críticos literarios y establecíamos una suerte de cofradía que funciona hasta hoy.

¿Cómo se produce el paso de la poesía al guión y la narrativa?

Una gran amiga, compañera de curso y escritora, Alexandra Basualto, siempre me comentaba que mis poemas contaban historias, que yo más que poeta era un contador de historias. Luego viene mi trabajo por años como guionista de televisión y se me fue dando la prosa más fácilmente. Además, que debo decir que soy más lector de prosa que de poesía, aunque cada cierto tiempo me vuelvo a maravillar con Tellier, Gonzalo Rojas y Gabriela Mistral.
¿Cómo fue aquella Beca de Guionista en un taller de García Márquez, que rescatarías como aprendizaje de mayor relevancia?
Hace muchos años, mientras escribía Los Venegas, llegó la noticia de que estaban dando unas becas en la Escuela Internacional de Cine y Televisión en San Antonio de los Baños, Cuba. Postulamos varios, pero como quedaba uno sólo por país, yo fui el elegido. La experiencia fue fascinante, la verdad, no sé si después de ello escribí mejores guiones, lo que sí sé es que estar frente a un fabulador de ese tamaño, te abre la cabeza, te da vuelta el hipotálamo, en ese sentido fue fundamental. Estar con peruanos, colombianos o haitianos que están en lo mismo, es de los momentos más geniales por los que he pasado.
Y de tu paso como guionista por la televisión, piensas que eso contribuye a tu formación como escritor ¿qué te gustaría decir al respecto?
Todo sirve… este es un oficio en el que nada sobra. Trabajar en la TV, por ejemplo, te enseña a dialogar, ser redactor publicitario sirve para acortar las oraciones y ser Profesor muestra que cuando uno habla debe tratar de que todos entiendan más o menos lo mismo. Evidentemente si yo fuera bueno para la Química, eso se me notaría en la escritura. Con decirte que me ha servido hasta saber que la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa

Cuéntanos un poco ¿Cómo nace la idea para esta novela, Nadie muere de dolor?

Hace tiempo estoy escribiendo cuentos. Empecé a escribir uno que contara la historia de una chica ñuñoína, de una muchacha de mis años de adolescencia y post-adolescencia. Esta mujer tenía una historia más larga de lo que yo pensaba y de pronto una serie de personajes colaterales empezaron a pedir la palabra, necesitaban dar su opinión. No podía dejarlos callados. ¿Quién era yo para impedir que hablaran, la nana, el papá, la mamá, la profesora? Todos tenían algo que decir, no sólo ellos, sino también a quienes la muchacha se les aparecía como fantasma, los periodistas, la esposa del periodista, el director del diario. Ellos se fueron metiendo, hasta que me di cuenta que se estaba narrando más de una historia y la fui construyendo como novela.
El personaje femenino principal, la protagonista ¿Está basado en alguien real, una historia que tu conociste?
En muchos, es mi historia, la de mis hermanas, amigas y amigos. Es el relato de un joven sesentero/setentero que se cría en el eje Bilbao/Amapolas. Ahí estamos todos, las dueñas de casa que se esconden en casas con enredaderas y miran con deprecio los liceos con números mientras cantan a Nat King Cole, los chicos que encuentran súper buena onda ser de izquierda y se pasean con un libro de Marx en la axila, el militar que va a la casa de su vecino socialista y le dice: “Cualquier problema me avisas”, el almacenero llegado en el Winnipeg y muchos otros. Son todas mis historias y cualquier relación con la realidad NO es mera coincidencia y los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de los culpables. Ese es el mundo en el que yo crecí, por lo tanto, ese personaje soy yo y mis vecinos estudiantes del Liceo Manuel de Salas, el Calasanz, el San Gabriel y el Pre Militar que estaba en Pedro Torres con Irarrázaval.

Preguntarte en tu opinión ¿Consideras necesario regresar sobre el tema de la vida bajo la dictadura, consideras que es un tema de actualidad?

Nunca he sabido que hubiera pasado con mi vida sin golpe de estado. Evidentemente siempre hay que revisar lo que nos pasó durante la dictadura. Una y otra vez. Es un libro que no se ha cerrado y debemos leerlo y re-leerlo las veces que sea necesario. Es absolutamente sicótico querer olvidarse del pasado, es necesario preguntarse ¿en qué momento todo se fue a la mierda? No sé trata de buscar buenos y malos (aunque hubo unos que torturaron y otros que fueron torturados) se trata de releer. Cada vez que uno relee encuentra una nueva interpretación. No sólo se trata de exigir que nunca más, sino que preguntarse, cuál fue la dicotomía de este país, que en los mismos años produjo un Jorge Teillier y un Mamo Contreras. Raro, al decir, lo menos.
Noto que en la novela adquiere una importancia primordial un sector social muy chileno y muy santiaguino –la clase media y especialmente la clase media ñuñoina- ¿Consideras que ellos jugaron un papel especial en esta parte de la historia chilena, la que dice relación con el golpe de estado, el quiebre democrático y la instalación de una dictadura despiadada?
Con Ñuñoa pasa algo muy extraño, es lo más parecido a Chile que existe. Es curioso, pero en las últimas elecciones presidenciales –antes del voto voluntario – los porcentajes de Ñuñoa eran muy similares a los del país. Es un lugar equidistante de La Dehesa y La Legua. Hay muchos que preferirían estar en la cota mil, pero, no lo están. Ese es el mundo que pretendo representar, a partir de ahí ficcionar, con nombres de calles, parques, plazas cuyos nombres no están en el mapa, pero nadie puede negar que existen. Muchos hemos cami-nado, jugado a la pelota, fumado marihuana y pololeado en esos lugares. Es cierto, alguien me podrá decir, con razón, que existen La Legua y La Dehesa, pero no soy parte de ellos, a ambos sitios he ido, por razones políticas y familiares, sin embargo, en ambos me pierdo.
Es claro que esa gente de clase media, ñuñoína, apoyó el golpe, creyó que era el momento de deshacer la reforma agraria – aunque sus únicas tierras eran las del jardín – que Chile se liberaba del comunismo, sin tener idea de lo que se trataba, y tantos etc. que no es del caso mencionar. De hecho, los militares que dieron el golpe y que hicieron el trabajo sucio, eran parte de esa clase media, muchos de ellos vivían en Ñuñoa y nunca fueron a las fiestas de los dueños de fundo, de hecho, cuando niño escuchaba a muchas señoras elegantes referirse a las siúticas como “mujer de milico”.
A partir de esa gente que puso la bandera para el 11 de Setiembre y después votó que no es que yo quiero focalizar, poner el ojo, con todo lo bueno y lo malo, sin dar clases de moral y buenas costumbres. No me gustan ni las víctimas ni los victimarios. Los happy end me parecen un recurso que no vale la pena. Chile es un país igual a Ñuñoa, el país de los que ponen la bandera para conmemorar una atrocidad y para celebrar la vuelta a la democracia. Siempre habrá una bandera chilena Made in China, disponible para flamear en la bella casa ñuñoína.

Reproducimos a continuación parte del prólogo que Gregory Cohen escribió para “Nadie muere de dolor”

Un mágico tablet con superficie de papel reciclado.

Nadie muere de dolor” recuerda al tema “The soft parade” de The Doors. Es un paseo insólito por lugares tan reales como virtuales. Por zonas pícaras, llenas de sorpresas… y sobre todo increíblemente (no es un superlativo, pues lo increíble aquí se vuelve natural, casi ecológico) sensibles. Todo lo que el lector paseante lee, observa, pisa, toca, huele, degusta, imagina, trae un efecto automático e imprevisto, como si estuviéramos deslizándonos sobre una ilimitada superficie de un tablet análogo.
No estamos a salvo de ningún precepto. Dado un antecedente muy claro y lógico, podemos extrapolar su valor y nadie nos garantiza que arribemos a un paraje previsible. Eso es lo embriagante y entretenido de este soft parade: tras una cama, un precipicio, tras una flor, el demonio de Tasmania.

.. en esta novela, los personajes no son los únicos dueños de la seducción, sino también toda la materia textual, tanto la que se muestra como la que se oculta.
Personajes, unidad de tiempo y de acción, van y vienen, generando un tablero interactivo, un juego cómplice con el lector quién además de leer, trajina, husmea, ordena y desordena los cajoncitos más íntimos de Susana, Flavia, Coque…
Por otro lado, los personajes son unos entrometidos. Irrumpen en perfecta armonía con el paseo y sus recovecos. Y sin embargo el hálito esencial de la novela se mantiene estoico; reside en su propuesta estética, es lo que la confirma y le da su sello diferencial.
Una propuesta con movimiento perpetuo. Las décadas de los 40 o de los 60, se intercambian con cualquier década. La temporalidad es una anécdota, pues la fuerza y la energía del tiempo no reside en un mero dato, en una bitácora, reside en el tiempo interno de cada personaje, de cada acción.
Lo mismo con la misa o la reunión de base, el rezo y el informe político. Todo al final se intercambia y se mezcla: aceptación y repulsión son legítimas partes del matrimonio entre esta literatura y su realidad.
En el subsuelo de esta superficie interactiva se encuentra el factor central y poderoso: el narrador. Llamarlo así obedece solo a una causa didáctica… Porque en el fondo es una fuerza silenciosa y avasalladora.

A continuación, un fragmento de la novela

Capitulo XVI

Aquel viernes, a menos de 24 horas de haber llegado a Chile, me dispuse a ir al Cementerio. Flavia se ofreció a acompañarme, sin embargo, luego de agradecer el gesto, rechacé la propuesta, necesitaba ir sola, deseaba enfrentar a mi padre sin intermediarios. Me daba pavor hacerlo, le tenía temor al pasado y, frente al miedo, lo mejor es la ausencia de testigos. Que nadie te vea traspirar o comerte los uñas. Que nadie me vea tiritar la pera. No sé cómo decirle lo que he callado durante años, contarle de Amanda y su pasión por la Geometría, recriminarlo por haberse muerto antes de conocer a la niña, preguntarle si había tenido otra mujer aparte de mamá, le preguntaría qué le pasó cuando leyó mi carta de despedida. Nos debíamos horas de una conversación pendiente.

Era hora de comenzar el viaje. No sé por qué me vine. Nunca he sido particularmente patriota y Chile me trae sólo malos recuerdos. La única razón es porque aquí se encuentran los huesos de mi padre, el cuerpo sin vida del hombre al que tanto amé y no me atreví a mirar.

Al suburbio blanco llega todo tipo de gentes. Vienen de todos los barrios, aunque ahora hay cementerios para aristócratas. Ni muertos somos iguales. Camino por flores y marmolerías y me sorprende la gente que convive con la muerte. Supe – no sé cómo- que existen grupos de jóvenes que en las noches se juntan a beber en los camposantos, hacen el amor sobre las tumbas y huyen de guardias que tratan mantener la paz de los muertos. Pienso lo bello que debe ser estar desnuda entre hombres y mujeres que descansan en paz, extraerles su erotismo y demostrarles que somos todos iguales.

No sé qué hacer. Retraso la llegada y me detengo a observar algunas lápidas. “Robertito: hijo querido vivirás para siempre en nuestro corazón. Tus padres”…. “Aquí yace Juana Ballesteros (1930 – 1999) madre ejemplar, esposa bien amada, maestra de generaciones”… ”Homenaje del Cuerpo de Bomberos de Quilicura a su héroe: Mario Misle”. Cuantos amores, dolores, anhelos y frustraciones hay tras esos nombres. ¿Hace cuánto que no camino por estas flores? Más de treinta años. Cuando niña venía al menos una vez al mes a ver a mi tío Jaime, hermano de mi abuelo que había criado a mi padre. El rito era sagrado, a misa, a tomar Café helado donde la Cindy Soto y al camposanto. Mucha agua ha pasado bajo el puente, cientos de los que están bajo esas lápidas no habían nacido.

Acompañada de mujeres que limpian los nichos y Evangélicos que alababan al Señor Nuestro Dios, reconozco al perro que cuida la tumba vecina. Siempre ha estado ahí. Igual. Las estatuas no cambian, no les crece el pelo ni envejecen. No sudan. No mueren. A su lado, también sin envejecer, están mi tío Jaime, mi tía Chana –a quien le debo el nombre – y mi padre. Han pasado tantos años que no pude distinguir si mi padre se ve más viejo.

Lo saludo y lloro. Derramo todas las lágrimas que he guardado estos años. Ahí están todos mis muertos, mi padre, John Lennon, mi tío Jaime, Salvador Allende, mi tía Chana, los compañeros asesinados por la Dictadura, Jaime Novoa deteniendo a mi padre, el Padre Gerardo profetizando contra la vida sexual de los adolescentes, mi madre con Alzheimer recordando a su perro de la infancia y el Pelado Barros enseñándonos a Amado Nervo. Sobre todo estoy yo, sola, con medio siglo a cuestas, tratando que el caballero que está bajo las flores me haga cariño y me compre un chocolate para pasar la pena. Ya no hay chocolates. Todo se pudrió, algunos antes, otros después. Mi tío Jaime antes que mi padre, mi tía Chana antes que los chocolates y yo, antes que todos.

La mujer que barre los mausoleos se me acerca, me hace cariño en la cabeza y me dice que no me preocupe, que de seguro la persona a quien lloro está con Dios. Le sonrío y callo. No le quiero contar que a mi Dios nunca me ha servido de nada, que es mentira eso de que Dios sabe lo que hace, que si hubiera sabido no me habría dejado ir aquella noche del 72 y no habría dejado morir a mi padre antes que yo volviera. Dios había muerto y al igual que todos se había podrido.

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