Por Diego Saravia
Pregunta.
Soy un muñón que alza una moneda
y la respuesta es la mueca de un payaso.
Gólgota.
Adapto mis hombros a la cruz,
intuyendo los rostros que esconde
el madero.
El mar lava mi costado abierto,
mientras avanzo entre desahuciados
que lamentan la memoria de las piedras.
Alguien se aferra a mi cuerpo
y lucho por no hundirme.
Una tarde.
Los arcos del crepúsculo
cubrían los frutos desmayados
de la higuera,
conservando las sombras
de los niños
que escaparon de la siesta.
Ola.
Para el niño
la primera ola es el mundo.
Escucha el secreto del agua
al romper la marea en sus pies.
Un día se convertirá en un hombre
para quien el mar sólo será el mar,
pero ahora lo sabe todo.
Sabe que la batiente,
ruido y arena,
es la voz de su memoria.
Síntesis.
La muerte de un amigo
es una síntesis
como una pluma en el mar.
Botella.
Puse el mar y la arena en una botella.
El aire fue viento y olas,
un barco navegó
hasta romper el vidrio.
Escapé en él de la playa ardiente,
flotando en la brisa inmóvil,
sin un pedazo de mar ni un puñado de arena
a la vista.
Sonrisa.
En los escombros
encontré la sonrisa de alguien.
Levanté una piedra y vi un abismo,
donde morían y nacían los caminos.
Comenzaba un nuevo temporal.
Alcé la sonrisa
y esperé inmóvil al aguacero.
Todavía la conservo y me pregunto
de quién será algo tan molesto.
Diego Saravia es poeta y economista. Nació en Salta, Argentina, en 1972, pero reside en Santiago de Chile desde hace quince años. Tiene numerosas publicaciones académicas en Economía y en 2017 publicó su libro de poemas Meridiano, en Editorial El Español de Shakespeare.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…