Por Miguel de Loyola
Quiero libros sin escuelas y sin clasificar, como la vida….
En Confieso que he vivido, obra póstuma, publicada en España en 1974, el poeta nos entrega una visión pormenorizada de su vida y de su obra, mirada con la sencillez que lo caracterizó en vida como persona. No hay atisbos de vanagloria en estas páginas magníficas, cargadas de metáforas y de imágenes poéticas difíciles de hallar en otro. Por el contrario, la humildad con que nos ofrenda sus pasos por el mundo, merece alabanza. En ningún momento nos dirá lo importante que ha sido su poesía, a pesar de que sabemos que nos está contando la historia de su vida desde una perspectiva en que -dada la magnitud de sus obras publicadas y de los premios y reconocimientos recibidos a la fecha- bien podría haberlo hecho.
Las memorias se abren a los ojos del lector lo mismo que una novela, creando la expectación propia del género por saber qué va a pasar más adelante con el personaje principal. El narrador, que sabemos que es el propio poeta en persona, y que no dejará de ser un sólo instante nuestro conocido poeta venido del sur del mundo, cargado de nostalgias de lluvia, madera y trenes a carbón que irrumpen con sus silbatos en las más recónditas estaciones australes de Chile, nos llevará de la mano a conocer algunos pormenores de sus largos viajes al Oriente, Europa y Asia. También nos hablará de los momentos previos a la gestación de algunas de sus obras. Crepusculario, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Residencia en la Tierra, Alturas de Machu Pichu, Canto General, Los versos del Capitán, Cien sonetos de Amor, Las Odas elementales. De la génesis de algunos poemas puntuales, como “Alberto Rojas Jiménez viene volando”, “El tango del viudo”, etc.
La ‘novela’ está dividida en doce capítulos que, por la belleza de sus títulos, que además resultan una síntesis del contenido de los mismos, me parece bien incluir aquí: El joven provinciano/ Perdido en la ciudad/ Los caminos del mundo/ la soledad luminosa/ España en el corazón/ Salí a buscar caídos/ México florido y espinudo/ La patria en tinieblas / Principio y fin de un destierro/ Navegación con regreso/ La poesía es un oficio / Patria dulce y dura.
Cualquiera de ellos serviría a un escritor para intitular un cuento.
La historia comienza con la niñez del poeta, en su Araucanía natal, bajo las lluvias torrenciales de los largos inviernos del Chile sur, para terminar en Isla Negra, su refugio sagrado frente al mar del océano Pacífico, a pocos días de la muerte del presidente Salvador Allende. En el intertanto, iremos pasando por un variado itinerario de estaciones. Su primera estadía en Santiago, como estudiante universitario pobre, habitante de una pensión en la calle Maruri 513, y donde termina su primer libro, Crepusculario, y cuya calle da origen al nombre de su primer poemario. Refiriéndose a ella dirá: «humilde calle visitada por los más extraordinarios crepúsculos.» De ahí, saltará al Oriente como cónsul de Chile en países exóticos y muy distantes al suelo patrio. Birmania 1927, Ceilán 1928, Batavia 1930, Singapur 1931, etc. Lugares que dejaran una huella indeleble en la universalidad que alcanzará su poesía a partir de Residencia en la tierra, terminada precisamente en ese período en Oriente. Luego, viajamos a Buenos Aires donde ha sido nombrado cónsul (1933). Desde allí el vate chileno saltará otra vez a Europa (1934), a España, cónsul en Barcelona. En 1935 será trasladado al Consulado de Madrid para estar más cerca de sus amigos españoles. 1936, comienzo de la guerra civil española que dará origen posteriormente a su libro España en el Corazón. En 1937 llega a París horrorizado por la muerte de su amigo entrañable, Federico García Lorca. A partir de 1939, es nombrado cónsul para la emigración española y consigue embarcar en el Winnipeg a gran parte de los refugiados. En 1940, cónsul en México, de donde viaja a Cuba, Guatemala y otros. Vuelve finalmente a la patria cansado de los consulados. Al respecto acota: «las guerras frías y calientes mancharon el servicio consular y fueron haciendo de cada cónsul un autómata sin personalidad, que nada puede decidir y cuya labor se aproxima sospechosamente a la de la policía (…) terminé por fatigarme y un día cualquiera renuncié para siempre a mi puesto de cónsul general.» Instalado en Chile, en 1945 sale elegido senador por las provincias del norte, Tarapacá y Antofagasta, para más adelante ser desaforado y condenado al destierro por González Videla. Huye al exilio cruzando los Andes en 1949 hacia París vía Buenos Aires, donde aparece de manera inesperada para el desconcierto de su perseguidor que lo supone en Chile. Lo nombran miembro del Consejo Mundial de la Paz y viaja por primera vez a la Unión Soviética en 1949, Luego a la India por segunda vez. Primera visita a china 1951, regreso a Europa, todavía perseguido por el gobierno chileno, visita por primera vez Italia, Génova, Florencia, Turín, Venecia, Nápoles, y la isla de Capri, donde se anida con Matilde Urrutia. En 1952 termina el destierro y regresa a chile, a su Isla Negra, para despegar después nuevamente a Ceilán, hacer una segunda visita a China, Armenia, Moscú, etc.
Después, en Confieso que he vivido, Neruda se adentra en sus pensamientos relativos a su escritura, insistiendo que la poesía es un oficio antes que cualquier otra invención. Hace algunas reseñas de personas importantes en su vida, tales como Matilde Urrutia, Federico García Lorca, Paul Eluard, Pierre Reverdy, Jerzy Borezjha, Somlyo Georgy, Quasimodo, Vallejo, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, su enemigo literario Perico de Palothes de quien afirma que es un «técnico en sacarle jugo a las coyunturas.» El relato hace un paso fugaz por el Premio Nóbel, y un retorno abrupto a una visión de la política contingente. Exaltación de algunas figuras políticas de izquierda de la época, tales como, Prestes héroe militar y político de Brasil, Vittorio Codovila, Stalin, Fidel Castro. Explicación de su polémica carta enviada a los cubanos. Finalmente, nos habla de la turbulencia política del Chile de fines de los sesenta, su breve candidatura presidencial, el triunfo de Salvador Allende y su nombramiento de Embajador en París. También entrega algunos perfiles de los políticos chilenos más influyentes del momento: Frei, Tomic, Allende.
La mirada del novelista abarca acontecimientos grandes y pequeños, otorgándole a cada uno la misma importancia con un imparcialidad asombrosa. Su primer encuentro con García Lorca en Buenos Aires y su discurso alimón. Sus amistades con los amigos de Federico, los españoles Rafael Alberti, Miguel Hernández, Altolaguirre, Bergamín, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Maruja Mallo. De otros españoles dirá: «A don Antonio Machado lo vi varias veces sentado en su café con su traje negro de notario, muy callado y discreto, dulce y severo como árbol viejo de España. De Juan Ramón Jiménez que «fue el encargado de hacerme conocer la legendaria envidia española (…) perseguía a Lorca, Jorge Guillen y Pedro Salinas» y a él también, pero «nunca respondí ni respondo las agresiones literarias.» Su amistad con César Vallejo (el cholo), a quien conoce en París y de quien afirma que «tenía un hermoso rostro incaico entristecido por cierta indudable majestad.» En la misma ciudad conocerá también al escritor cubano Alejo Carpentier, «uno de los hombres más neutrales que he conocido.» En Francia se jactará de ser «amigo de los dos mejores hombres de su literatura,» Paul Eluard y Aragón. Su amistad con los pintores más famosos de España y Europa. Los grandes recibimientos y ovaciones recibidas por el poeta en Europa inducen al lector a la fantasía de los poetas de entonces. El propio Neruda afirma que los intelectuales de entonces «teníamos los ojos atornillados a Paris.» Su paso por la guerra civil española, la cordillera de los Andes, una flor, la llegada de Mao Tse Tung al poder, el comienzo de la revolución cubana, el stanilismo. También se da tiempo y espacio para hablar de las rencillas literarias de la época, propinándole algunos coscorrones a su enemigo de siempre. Opiniones respecto de la crítica literaria (la cual nos confirma la hipótesis que ésta nunca ha sido ni mejor ni peor que antes), de su desinterés por el campo teórico en lo que a literatura se refiere, su amor por la naturaleza, por los aves y por el mar que lame sin parar las orillas de su casa en Isla Negra.
En suma, la aventura de Confieso que he vivido es total. También nos llevará de la mano por la historia política de chile, ensalzando la figura de Balmaceda y Allende por sobre cualquier otra. Sabrá sindicar a los asesinos del pueblo y recordar a los muertos de Santa María de Iquique, y alabar la figura de Emilio Recabarren. También pasará por su ingreso al Partido Comunista. Por las persecuciones que sufrió por causa de su ideología y la desdicha de ser perseguido y exiliado por un político a quien considera traidor de su pueblo, comprado por la oligarquía. La alegría de recibir el Nóbel y su amor infinito por Matilde, a quien están dedicados la gran mayoría de sus libros.
La aventura de la ‘novela’ es total. Es un adentrarse poco a poco en la vida de un hombre. Del Neruda pobre, capaz de reírse de sí mismo y de su pobreza cuando vagaba con sus amigos por las calles del centro de Santiago emboscado en la capa de ferroviario de su padre, hasta el Neruda Premio Nóbel, recluido en su refugio de Isla Negra, redactando las últimas letras en torno al presidente Allende, pocas horas antes, según explica, asesinado por los enemigos del pueblo.
Recorrer las memorias de Neruda resulta un placer para los amantes de la buena prosa, y también para quienes buscan en la historia otra perspectiva.
Es asombroso descubrir cómo se articulan las ideas y pasiones en torno a la poesía habiendo tanta distancia geográfica -nunca…