Relación Autobiográfica, de Ursula Suárez

Por Miguel de Loyola

Uno de los aspectos interesantes a destacar en esta Relación autobiográfica, es la conciencia femenina impresa en su discurso. Ursula Suárez (1666-1749), monja clarisa por voluntad propia desde los doce años, vierte en sus escritos las impresiones más importantes de su existencia. Aunque bien podría cuestionarse su grado de veracidad. Se trata de un discurso que surge desde una perspectiva de autocensura.

Escribir, es  una penitencia impuesta por su confesor, quien le entrega papel, pluma y tinta para llevar a cabo dicha penitencia. De manera que bien pudo ella  torcer su verdad a modo de no ser cuestionada, juzgada o condenada como hereje por su confesor. O bien, para ser o no ser reconocida como santa. Sin embargo, la fuerza y vitalidad de su lenguaje, el que en ocasiones adquiere un nivel de comunicación rayano en lo poético, induce a pensar a este lector que se trata efectivamente de una revelación tendiente confesar lo consciente y hasta lo onírico del sí mismo de Ursula Suárez en cuanto persona real y concreta, constituyéndose así su discurso en una proyección de la conciencia de la mujer de la época, sino de todas, al menos de un segmento importante de la sociedad colonial.

A cierta edad, durante la colonia, las mujeres de sociedad podían optar por dos alternativas: el matrimonio, o el monjío. Podemos supones hoy y con bastante acierto, que la vida conventual en esa época, terminaba por ser la mejor alternativa para el desarrollo intelectual de la mujer. Y fue en los conventos “donde se produjo efectivamente una forma propia de cultura femenina “ (Jean Franco). “El monjío, planteado en semejantes ambiente, llegaba a constituirse en una estupenda salida para una mujer de carácter, puesto que le brindaba la posibilidad de colaborar en la construcción de  un mundo femenino liberado de una parte de esa esclavitud “ (Mario Ferreccio). El matrimonio, en cambio, no ofrecía otro matiz distinto a la convención propia de la época, y de acuerdo a cada clase social. Así, la mujer de convento se transformaba en una mujer más libre pensadora, pese al asedio de los confesores destinados por orden de la Iglesia a controlar vía confesional la conciencia de los hombres y particularmente, hacia el interior de los conventos, la femenina. Con todo, en esta Relación Autobiográfica, se observa con sorpresa y creciente entusiasmo como a pesar de la censura, lo femenino emerge y es capaz de seducir por la riqueza de su lenguaje a los propios confesores, al punto que puede llegar a plantearse la tesis: la penitencia impuesta a doña Ursula, al cabo se transformó en una entretención para el confesor y también para la propia penitente, a pesar de sus quejas por tener que escribir  “mandada por su confesor y padre espiritual”, pero cuya escritura, puede verse, excede en mucho ese mandato, convirtiéndola en una escritora propiamente tal. “No sé como escribirle, padre mío, levánteme ésta penitencia y déme otra cualquiera” (p. 154). Tal confidencia resulta a la luz del contexto general, el clásico tópico de falsa modestia, al que doña Ursula recurrirá con mucha frecuencia durante todo su relato.

Los modelos culturales femeninos de Ursula Suárez, están bastante claros en el texto. En un primer lugar, está la influencia de su abuela paterna, doña María del Campo Lantadilla, de quien declara que fue uno de los seres que más la amó en este vida. Luego, la de su madre, doña María de escobar. También la de su tía Marina Escobar, hermana de su madre, doña Josefina Lillo de la barrera, maestra y tía abuela suya, doña Beatriz de la Barrera, su nonagenaria abuela y sobre quien Ursula también hace mención. Además, están todas las sirvientas y amas que tuvo durante su infancia en su casa, las cuales no fueron pocas: “De edad de onse meses empesé a enfermar y lo atribuyó mi madre que la ama me dio leche preñada, y se lamentaba desta desgracia y alquiló otra ama, y tras esta otras 8, con que tuve dies amas; así salí yo de mala” (p. 91). “De manera que el mundo de Ursula Suárez fue un mundo de mujeres donde los hombres, incluido su padre, eran poco menos que un telón de fondo” M. Ferreccio.

Por otra parte, una vez en el convento, sabemos que leyó, admiró y posiblemente adoptó para sí los modelos culturales femeninos de las relaciones autobiográficas de otras monjas. Ursula menciona a dos: el de María de la Antigua, y el de Marina de Escobar.

Así, la conciencia femenina de Ursula Suárez viene a ser el resumen de las mujeres pertenecientes a su familia, mujeres con temperamento fuerte y mucho ingenio, al que cabe agregar el ingrediente místico de las vidas de monjas que leyó y a las cuales terminó por imitar. Estas características de su persona le dieron mucho prestigio entre las demás monjas del convento, y también en las de afuera. Una prueba importante es que las demás monjas le pedían a ella que las confesara. “todas querían confesarse; generalmente yo estaba en un rincón, disponiéndome para mi confesión, y no sé qué les tentó a una tres o cuatro de desirme sus pecados, para que les dijese la forma de confesarlos. Yo de principio empesé a repugnarlo, diciéndole si estaban locas” (p.188)

También sabemos que ocupó todos los puestos de privilegio dentro de la jerarquía de un convento: fue Provisora por un año en 1685, Definidora en 1687, Vicaria (1710-1713), Abadesa (1721-1725).

Un ejemplo que podría darnos un perfil bastante claro de su personalidad, podría ser esa ocasión en que había necesidad de escribirle al obispo sobre un problema determinado. La superiora del convento hizo la carta pensando que las monjas la firmarían sin leerla. Todas accedieron, menos doña Ursula Suárez, quien comenzó primero a leerla atentamente despertando el desconcierto de la abadesa. “Primero he de leerla, que no he de firmar a siegas” (p.160). Esa fue su respuesta a la Abadesa, cuando ésta la increpó por su actitud. La leyó completa y finalmente la dejó sin firmar.

Ahora bien, volviendo a retomar el tema en un sentido más amplio, me parece oportuno destacar lo siguiente: Adriana Valdés distingue tres grandes grupos temáticos en los escritos de mujeres durante la Conquista y la Colonia: 1) Los vinculados a la conquista y a la guerra, 2) El relato de convento, y, 3) los de literatura de la época. Dentro del marco de estudio de las Letras Coloniales, elm relato conventual resulta ser uno de los más problemáticos. Pertenecen, según Rolena Adormo, a la contracara de los valores aceptados: “ no pueden identificarse con lo <cultural> ni con la <razón>. Su domino, en consecuencia, está más próximo a la “naturaleza, la pasión, lo femenino, lo doméstico y lo místico.”  

Asunción Lavrin subraya que en los escritos conventuales es común encontrar hechos “sobrenaturales, experiencias asimilables a la mística, éxtasis”, solían también profetizar, anunciar muertes, hacer milagros de alcance doméstico, ver al demonio y hacer viajes espirituales a países remotos.” Estas apreciaciones resultan mur acertadas y es precisamente lo que revela la conciencia discursiva de Ursula Suárez en su Relación Autobiográfica. Ella sin duda profetiza, primero que va a ser mojna, a pesar de la persistente oposición de su madre, anuncia la muerte de su padre, ve al demonio en un espejo, hace un viaje a China, también tiene experiencias místicas, todos los diálogos con Dios que relata en su discurso. En consecuencia, todas cuestiones atribuibles a la “conciencia femenina” de su época. Recordemos que en los textos masculinos, como en el caso de Primer Nueva Corononica y Buen Gobierno de Guamán Poma, por ejemplo, todos estos temas están vedados. Se trata de un texto que, visto ahora desde esta perspectiva, pasa sin duda por un tamiz de desfeminización. Sea por la necesidad de reivindicar ante los conquistadores lo masculino, signado entonces como <cobardía> ante los hechos de la conquista.

Cabe preguntarse hoy cuántos cuadernos fueron en verdad los que escribió Ursula Suárez. Es probable que los que han llegado a nuestras manos no hayan sido todos. De hecho, se sabe de la existencia de otra versión quemada por uno de sus confesores, y la cual Ursula tuvo que volver a escribir. ¿Cuántas veces pudo haberlos reescrito en el transcurso de su larga vida? Sin duda, es una incognita que no podemos despejar. Pero sobre la base de la duda se puede formular la siguiente hipçotesis: Ursula Suárez reescribió sus manuscritos todas las veces que su confesor se lo exigió. Recordemos que éste era un instrumento del aparato del poder, y su nombre “podía ejercer también las más mezquinas tiranías personales.” Y es evidente que estas confesiones resultaron siempre “entretenidas” a los hombres por cuanto revelaban lo que denominamos <conciencia femenina>, cuestiçon oscura y ciertamente vedada por los cánones culturales de la época.  

Por otra parte, como bien  lo explica Adriana Valdés “en el plano puramente textual…el papel del confesor tenía relación con establecer cuál de todos los sentidos el verdadero; es decir, el aceptado por la autoridad, y cuáles eran legítimos y erróneos”. Uniendo así el interés de la autoridad patriarcal, la unidad de sentido y el de la “certidumbre de origen”, cuestión ciertamente teologal. Las revelaciones tenían que provenir de Dios y no del Demonio, planteándose así el confesor, como juez de esta procedencia. Asunto sumamente difícil y delicado en a cuanto a lo religioso y a lo propiamente mundano, como es, en definitiva esto de la “conciencia femenina.”

Recordemos también que la posición per4sonal de Ursula como mujer versus “masculino”, resulta bastante fuerte: “todos mis pecados fueron engañar a los hombres por vengar a las mujeres por las que ellos han burlado, y desde antes de cambiar los dientes empesé a vengar a las mujeres con grande empeño.” Esta confesión tomada al pie de la letra, si bien no la delata como hereje ante su confesor, la descubre como una conciencia vengadora de las mujeres que, a su juicio, eran engañadas a menudo por los hombres. Frente a esta denuncia, su confesor no podía más que deleitar su propia ficción, por cuanto él, en un sentido inverso, aceptaba la castración.

Ursula Suárez en sus confesiones pone de manifiesto su horror al matrimonio “¿yo había de consentir que con un hombre me acostasen? Primero he de ahorcarme, o con una daga degollarme, o el pecho atravesarme y advirtiendo que era pecado esto y podía irme al infierno, empesé a llorar y afligirme de nuevo” (p.124). “Yo no lloraba sino por la muerte, porque se me ponía en la cabeza que todas las que se casaban estaban muertas, y destos eran mis penas. Y mientras las dansas, daba y cavaba con que era muerta aquella desposada, y le tenía mucha lástima, mirándola yo como cosa separada de las demás muchachas que no eran casadas , y con tanto estremo como miramos a los muertos, que ya de nosotros son separados estos; y esto tenía en mi mente, sin que de ello me divirtiese. Y también atendía que la veía viva, entonses me desían: “Muerta está; y como yo pensaba que esta no era habla, desía: ¿Hay tontera que se me pone en la cabeza?, y anda como los demás volvían a desirme: “Muerta está”; yo las estaba mirando de alto abajo y desía edn mi interior: ¡Ay! Muerta está y la veo andar con las demás; y siempre me desían: “Muerta está”, y pareciéndome tontera esta, me divertía de ella, aunque en el corazón sentía pena, sucediéndome esto en todos los casamientos” (p.126). Estos comentarios de Ursula dan una idea bastante exacta de los prejuicios que afectaban su conciencia, impidiéndole ver la realidad de manera más racional.

Cabe preguntarse: ¿Cómo era Ursula Suárez? Rodrigo Cánovas en su estudio sobre esta Relación Autobiográfica explica: según su madre “invencionera y ardilosa” (IV,144); según su maestra: “adelantada, altiva, que a todos avasalla” (IV,151); según su confesor: “embustera, trasista, astusiera” (II,117) y “desde niña presuntuosa y soberbia”(III,129) Cabe preguntarse si eran estas las características propias de la mujer de la época? Posiblemente no. Aunque no se trata de hacer aquí un perfil de esta naturaleza. Mi interés va más bien en otro sentido, hacia lo que he denominado “conciencia femenina”, la que surge con cierta claridad cuando intentamos penetrar esta conciencia buscando el verdadero sentido de su penitencia, el cual no es otro, a mi juicio, que el relacionado con el “pecado.”

Quizá cabe afirmar que las monjas de la Colonia eran sometidas y obedientes sólo en apariencia. Baste recordar el episodio subversivo de las monjas del monasterio de las Clarisas de la Cañada, descrito por el padre Guérnica. Este episodio, nos da una idea del coraje y de su poder de autonomía. La ventajas que tenían en relación a los hombres, estaba en su relación mística con Dios. La racionalidad “masculina” no permitía a los hombres establecer una relación tan íntima como ellas. De manera que esa “fantasía” femenina, a que me he referido al comienzo de este ensayo, pasaba mucho más allá de la lógica racional no sólo de los confesores, sino de los hombres de la Colonia en general. Estos creían en ellas, se endevotaban, testaban a su favor, etc. En consecuencia, la tradición patriarcal les concedía ventajas muy especiales. Esa era la gran puerta de escape de la “conciencia femenina” de la época, revelada a todas luces en el discurso de Ursula Suárez, y la censura, la gran censura, contrariamente, apuntaba a cerrar dichos espacios interiores, creando así sentimientos de culpa, dudas, e inseguridades. Recordemos que Ursula se sentía muy a menudo angustiada por la idea del pecado. Lo que no ocurría del mismo modo al interior de la conciencia “masculina.,”   puesto que contaba con la autoridad suficiente como para absolver dichos pecados, lo que en modo alguno podía hacer una mujer.

Veamos ahora cuáles eran estos pecados de Ursula. De momento, se puede decir que todo, ya que al serle impuesta la penitencia de escribir su vida por parte de la autoridad, su conciencia aparece íntegramente cuestionada. Ella se acusa con mucha frecuencia de ser perversa: “soy tan perversa que no cumplí con puntualidad la orden de vuestra paternidad, he sido la suma de la maldad (…) como he sido tan mala, de ninguna cosa aprovechaba y todas las ocasiones de mérito malograba” (p.156), “siguiendo mi mala inclinación que desde niña tenía, de querer engañar “ (p.158) “¿Qué quieres que haga, Dios de mi alma si soy tan mala?” (p.165), “En otra ocasión, día de la comunión, que aunque tan mala, todos los domingos comulgaba” (176), “era incapaz en medio de mi maldad” (p.190). Estas y otras expresiones del mismo tenor pueden atribuirse a que en aquel entonces las mujeres cargaban una conciencia culposa cualquiera fueran sus actos.

Una conciencia culposa generada por quienes detentaban con el poder de gobernar las almas. Es decir, los hombres.

Sin embargo,   a pesar de la censura, lo propiamente femenino seguía existiendo y desarrollándose en su interior, y de ahí entonces esa impresión, que ahora bien podría analizarse desde una perspectiva literaria como la de Lo real Maravilloso. Su idea particular y ciertamente metafórica de convertirse no sólo en Santa, sino en “santa disparatada”, “santa muy alegre.”  Ursula Suárez confiesa que el Señor la autoriza como “santa comediante” de su reino. Desde una perspectiva intertextual, su imaginación me lleva directamente al Quijote. Aunque tomado este discurso al pie de la letra, termina por convencerme que se trata efectivamente de la “fantasía femenina” reprimida desde sus orígenes, y la que gracias a Ursula Suárez, podemos rastrearla hoy desde el comienzo de nuestra cultura americana. El texto tomado en este sentido y en otros, da para  mucho. Y queda muy en claro que se trata de un discurso revelador de la “conciencia femenina” en oposición a la masculina, asunto todavía no resuelto en nuestros días que se sigue discutiendo el problema. La Relación Autogiográfica, resulta una fuente viva para ahondar hoy en el problema, y también para contrastarla con nuestra literatura actual. Pienso, por ejemplo, que un parangón con La casa de los espíritus de Isabel Allende, puede resultar un trabajo interesante de enfrentar.

Notas;

Cánovas, Rodrigo, Ursula Suárez ( Monja chilena, 1666-1749): La autobiografía como penitencia.

Valdés, Adriana. El epacio literario de la mujer en la Colonia.

Ferreccio, Mario. Prólogo y edición crítica.

P.J. Guérniva: Historia del monasterio de las Clarisas de nuestra señora de la Victoria, 1944