Óscar Barrientos Bradasic: esperando el retorno de las oscuras golondrinas

Por Sergio Alejandro Amira

 -Supe que publicaste tu primer libro, Espada y taberna, a los 14 años. Esto para mí es algo sorprendente teniendo en cuenta que muchos de los escritores de «mi generación» (que vendría siendo supongo también la tuya) han publicado bastante más tardíamente, pero también es cierto que ninguno de nosotros hizo de la literatura su leit motiv como tú, ninguno de nosotros estudió Literatura y mucho menos aún tiene doctorados.

O bien nos dedicamos a otras cosas antes de proponernos escribir en serio, o simplemente no teníamos nada que decir antes de llegar a cierta edad (como es mi caso). Publicar un libro a los 14 años puede denotar una gran confianza y seguridad en el oficio, un provocador desparpajo, o ambas. A mí me parecen encomiables cualquiera de las dos alternativas. ¿Qué me puedes contar sobre los procesos que te llevaron a publicar siendo un adolescente tu primer libro y, por supuesto, que me puedes contar del libro en sí que no he tenido aún la fortuna de leer? 

-Creo que implica una gran retrospección, una revisión de la letra impresa y también de lo no dicho. Dos lecturas podrían hacerse al respecto. La primera de ellas, sería afirmar que se trata de un «pecado de juventud», pues esos poemas son primerizos y algunos bastante pretenciosos. No obstante, creo que el segundo cuadro también existe. Esos primeros textos anunciaban preocupaciones que todavía me resultan muy vitales, como el hecho de sentir que el acto de creación literaria tiene constantemente algo de tragedia griega y de oráculo. Por un lado, se asume un destino vinculado a la escritura y constantemente recurrimos a los fantasmas redentores del pasado, nuestros autores, nuestras obras de culto.

Espada y taberna surge en un círculo literario donde confluimos un grupo de autores. Yo era el más joven y neófito. Tenía la cabeza llena de espectros, a la manera del cuadro de Goya. Trataba de escribir todos los días y leía con desparpajo y desorden, de manera especial novelas de aventuras (no he dejado de leerlas). En eso, se propuso armar una colección y fundar una editorial magallánica que bautizamos con el nombre de «Eolírica», por nuestra cercanía climática con el temido dios del viento de la mitología griega. Yo publiqué en esa editorial que no alcanzó a completar una colección. Allí estaba también el libro del poeta magallánico Juan Magal que se llamaba La lira amordazada

Recuerdo en aquel tiempo mi encuentro en la Biblioteca del Colegio con la poesía de Pablo de Rokha. Me deslumbró esa escritura torrencial, revolucionaria y metafísica a la vez. Era la voz aguardentosa del Chile no penetrado por la modernidad, la voz de Raimundo Contreras, el macho anciano, el huaso de Licantén. Nunca olvidaré aquello de «comprendo y admiro a los líderes pero soy el coordinador de la angustia del universo.»

Eran otros tiempos y todos teníamos la necesidad de comunicar algo. De hecho, Chile salía de una dictadura feroz y quien más, quien menos tenía su propia apuesta de los derroteros futuros. Yo era de los ingenuos. Creía que en Chile venían cambios políticos muy progresistas y una economía más justa. Ahora cuando veo en un canal de televisión, a cierto «progresista» (que en su juventud debe haber protestado contra la guerra de Vietnam frente a la embajada de Estados Unidos) afirmar con total desfachatez que «la pobreza y la desigualdad son consecuencia del desarrollo» pienso en ese tiempo, en esa lectura de la realidad.

Posteriormente me fui a estudiar pedagogía en Castellano en la Mesopotamia sureña. Es decir, Valdivia. En cuarto medio lo único que me gustaba era leer libros e ir al cine.

Le tengo un enorme cariño a los años de estudiante en la Universidad Austral de Chile, donde comencé a escribir mis primeros cuentos en el Grupo Mangosta que dirigía nuestro profe Oscar Galindo. Ahí salió un cuento que luego Rafael Cheuquelaf hizo cómic y un texto que todavía aprecio mucho titulado El tirano recitaba a Pushkin donde aparecía como personaje nada menos que el controvertido mariscal Tito.

En general, había buenos profesores y compañeros con los cuales me une aún, una amistad inclaudicable. Se guitarreaba y bebía como cosacos. Con el profesor Iván Carrasco siempre discutíamos amistosamente sobre Borges. Por cierto, en aquellos años hice teatro con Jorge Torres, un gran poeta que escribió uno de mis libros preferidos titulado Poemas renales. Además de sus noches de bolero y su humor punzante.

Luego, hice post grados en Literatura y en Educación, respectivamente. Pero bueno, nada de esos acontecimientos son tan importantes como profesar una pasión por la literatura, no exenta de decepciones, sobre todo en un país como el nuestro donde la fantasía y el derecho a soñar se encuentran en la pieza de los muebles en desuso y las chucherías.  

-¿Por qué razón crees que ocurre esto? He escuchado ya varias teorías y cada quien parece tener una igual de válida que las otras. 

-Porque impera un modelo económico donde se espera que la realidad ridiculice a la fantasía. Desde que comencé a leer, me di cuenta que la literatura es intrínsecamente subversiva, en el sentido de que subvierte cualquier esquema fijo e inamovible, siempre va más allá de todos los sistemas, incluso de los más progresistas y revolucionarios. Si tuviésemos generaciones de estudiantes que leyeran sistemáticamente a Parra, a Díaz Casanueva, a Maquieira, a Pepe Cuevas, etc. ¿Qué pasaría? Es probable que las reformitas educacionales chilensis naufragaran ante la mirada crítica de los alumnos, ya no se les podría seguir engañando con la retahíla que «la educación es lo primero». Quienes detentan el poder saben esto.  

La égloga de los cántaros sucios es un poema dedicado al Río de las Minas que atraviesa Punta Arenas. La Minas, que por lo general tenía un caudal bastante discreto, se desbordó cual Escila furiosa en 1997 o 98, ¿recuerdas ese aluvión? El registro civil fue prácticamente destruido y ni te cuento mi casa. Yo vivía a una cuadra de Cheuquelaf según me contó recientemente y el agua comenzó a entrar por debajo de las puertas, como la mancha voraz, y pronto cubría todo el suelo. Gracias a unos vecinos que tenían un bote y un camión de mudanzas pudimos salvar parte del mobiliario. Y así, de un día para otro nos quedamos sin casa, damnificados.  

Cómo olvidar ese aluvión que se parecía al Apocalipsis de San Juan y el riachuelo insignificante ahora convertido en un torrente desbocado que se llevaba hasta casas. Yo no vivo muy lejos de las calles que mencionas, así que al parecer fuimos vecinos alguna vez. Pero quisiera aludir a dos hechos que motivaron La égloga de los cántaros sucios. Libro que estuvo guardado por muchos años.

En la enseñanza media, nos hicieron confeccionar un folleto turístico en inglés. Como dice Enrique Lihn «los hados me castraron el inglés cuando nací». Yo tomé el modelo de un texto que decía «Londres, ciudad a orillas del río Támesis». Yo puse «Punta Arenas, ciudad a orillas del río de las Minas». La profesora me dijo «¡Cómo se le ocurre publicitar la imagen de nuestra ciudad a los turistas con ese riachuelo ordinario!». Ese fue el comienzo del libro.

Un año después, cuando regresaba del colegio cerca de la plaza Sampaio, veo al río alzándose furioso y destrozando los puentes, ingresando a la ciudad como el kraken que amordazaba a los navíos en los viejos grabados.

La égloga tiene mucho de poesía política. Yo sentía, en ciertas épocas, que el río se llevaba un rumor de sueños rotos hacia el mar. En muchas ciudades, los ríos son depositarios de la historia, receptáculos de los deshechos y también vertedero de sus utopías. En el río de las Minas, se encuentran perros muertos, lavadoras, latas de coca cola Ese río sucio que en otrora se llamó río del Carbón representaba para mí, la estampa de una historia varada, de una sociedad que se abandonó en su propia autocomplacencia. También se fueron arrojando al cauce turbio y anémico, la memoria como un artículo en desuso más.  

Luego incorporé al texto a Bernardo O’Higgins indicando con su dedo al estrecho, Heráclito, el barquero Caronte, etc. También un diálogo burlesco entre el Rhin y el río de las Minas. Imagínate, el río de las sagas germánicas dialogando compasivamente con el río donde vomitan los borrachos.

Un querido amigo, el poeta Tomás Harris escribió unas palabras en la contraportada. Tomás resaltó la idea de inmovilidad que alimenta ese estero degradado, cuando la esencia de un río es el fluir. De ahí la paradoja. Como verás todos, de una u otra manera, fuimos damnificados por el sueño de una historia trunca y todos de cierta forma, hemos aprendido a vivir con eso.

-Has protagonizado un par de videos de Lluvia Ácida en los cuales hemos podido apreciar tus dotes actorales. ¿Que puedes contarme de esta experiencia? 

-Lo veo más bien como gestos colaborativos entre frentes artísticos y culturales que siempre coinciden, de manera especial en regiones. En el caso de Lluvia Ácida comprenderás que sigo sus actividades hace muchos años. En el ámbito específico de la actuación, te mencionaba que durante muchos años hice teatro con el poeta Jorge Torres. De la misma forma he escrito algunas obras dramáticas y las he montado –yo como director– con gente joven. Ha sido una experiencia muy entretenida.

-¿Que me puedes contar del cortometraje inspirado en La eglóga de los cantaros sucios que realizó el Cheuque?  

-Surgió a propósito del lanzamiento del libro en la sede de la Universidad Arcis, cuya presentaciones estuvieron a cargo de Cristián Vila Riquelme y Christian Formoso. Con Rafael llegamos a la conclusión que el referente visual evidenciaría de una forma más elocuente el paso del río degradado que desemboca en el estrecho. Me parece que Rafael desempeñó un trabajo de muy buena factura y captó el sentido alegórico que se desprendía de los poemas.  

-El protagonista de El diccionario de las veletas y otros relatos portuarios y Cuentos para murciélagos tristes, que aparentemente no posee nombre como el viajero del tiempo de H. G. Wells, tiene una firma vocación de parroquiano de bar, pero es altamente promiscuo a la vez: le vemos el bar El Partenón, el clandestino que funcionaba en el subterráneo del sindicato de estibadores, el bar a tres cuadras de la tienda de libros usados donde conoce a su Dulcinea, los cafetines olorosos a tabaco del barrio de la pescadería, el Café Caissa, el bar ubicado frente al paseo peatonal, la fuente de soda frente al hotel Torquemada, etc. En mi época de estudiante universitario solía frecuentar también muchos boliches, mientras más rascas, mejor: el Talagantino que estaba cerca de la Plaza Búlnes, el bar de la tía en la Plaza Brasil, el 777, la Piojera… pero nuestro bar predilecto, al que volvíamos una y otra vez, era la Quinta Ecuador que estaba frente a un estudio donde grababan programas para la tele. Memorable fue aquella vez en que con un par de amigos (poetas ambos) nos tomamos doce litros de chelas mientras agarrábamos pal hueveo y bolseábamos cigarros al Sr. Retamales de Los Venegas, a Pepe Tapia y algún otro actor que no recuerdo. Avanzado el tiempo y convertido en un «joven profesional» cambié esos tugurios por pubs más cuicos donde no hay mística alguna  y mucho menos personajes interesantes. ¿Qué bares que hayas visitado aquí, en el mundo «real» inspiraron aquellos de Puerto Peregrino? Cuéntame un poco sobre la experiencia del parroquiano o contertuliano de bar o café, que parece algo abandonada hoy en día donde el tiempo es plata y la plata no se malgasta.  

-Uf, Teillier dijo una vez que veía con tristeza la desaparición de los bares. Tiene toda la razón, los bares son puntos de reunión y a veces, hasta confesionarios (todo el mundo dice la verdad) En definitiva, los bares de Puerto Peregrino tienen mucho que ver con algunos lugares que recorrí en ciertos momentos como apelando a una ritual de peregrinación. En Magallanes, visitaba asiduamente el Círculo Social Sargento Aldea, un lugar con mesas de madera. Poetas como Marino Muñoz Lagos y Rolando Cárdenas alguna vez se aparecieron por ahí en tiempos pretéritos.

En Punta Arenas, está el Zurich (al lado del río de las Minas), el ya mítico Barrilito, el Saturno y la siempre bien ponderada Sociedad de Empleados. Recuerdo que la primera vez que vino el escritor Guido Eytel a Punta Arenas lo llevamos en procesión por alguno de esos templos.

Recuerdo los bares valdivianos, algunos ya desaparecidos: El Mavis, el Paula, La Bomba y el nunca olvidado Nápoles. Quedaba en una esquina, a metros del Mercado Fluvial. Concurrían estudiantes de humanidades y pescadores. No pocas noches había escenas pendencieras y botellazos.

Para qué decir Salamanca. Tiene alrededor de ciento cincuenta mil habitantes y dos mil quinientos bares, es decir en algunos casos, veinte bares por cuadra. Disfruté mucho la bohemia de esa ciudad maravillosa, donde aún se rescata en las noches infinitas algo de la mística goliardesca. Era habitué en el Bar Jarama, administrado por un señor llamado Pichardo, Alcalde de un pequeño pueblo llamado «El Arco». Se discutía hasta que el sol nos sorprendía con insolencia.

Luego visité algunos bares en lugares muy remotos. Recuerdo un bar de Zagreb donde unos croatas gigantescos entonaban una especie de himno muy gutural. Tampoco olvido un apacible bar en Atenas que estaba lleno de gatos que parecían unos parroquianos más.

En la hermosa ciudad de Puebla (México) ingresé cierta vez a un bar que tenía un cactus muy kitsh en la vitrina y que se llamaba El Comisario. Al calor de los tequilazos, unos hombres salidos de algún cuento de Juan Rulfo cantaban rancheras muy tristes, acerca de amores desafortunados apoyados en un wurlitzer.

Una vez en Coyhaique, invitado a un encuentro de escritores patagónicos, me llevaron a un bar espectacular donde se servían unos caldillos de amanecida para resucitar a cualquiera. Desgraciadamente no retuve el nombre.

Me gusta también el City Bar, donde se deja caer muchas veces el detective Heredia.

Creo, que Puerto Peregrino está construido sobre ese espíritu. Me llama la atención aquellos nombres solemnes como ‘Partenón’ y dentro es un tugurio. A ciertas horas, cuando ya desfilaron algunos litros, pueden aparecer las Señoras del Ejército de Salvación vendiendo su boletín «El grito de guerra», un tipo que hace malabarismo, un fotógrafo. Todo lo irreal se pone cotidiano. Si de repente, uno se da cuenta que Napoleón y Pericles se están tomando un pipeño en la mesa de al lado, lo observa con toda normalidad.  

-En uno de tus cuentos el Capitán Gaspar dice que el mar «es la personificación del espanto». Luego dices que en el Eclesiastés se menciona al mar como el lugar de residencia del espíritu de la maldad. Me pareció interesante la forma en que muestras como aquel insondable reino de agua puede no ser tan romántico y esplendoroso como lo pintan otros marinos. También me hizo pensar en la repugnancia que Lovecraft tenía por el mar (la cual comparto) y cómo coloca la tumba del más notorio de sus Primordiales, Chtulhu, en el fondo del océano. Recordé al Solaris de Lem, por supuesto, ese vasto océano conciente con el cual los humanos trataban vanamente de comunicarse. El mar además cuenta con toda una carga simbólica, es el sitio del origen de la vida en la Tierra, y lo que los antiguos habitantes debían atravesar para explorar otros mundo y bodly go where no man has gone before (como en el slogan de Star Trek). El mar también es lo que puede hacer de un sitio algo único y especial como lo son las Islas Galápagos con su flora y fauna única, Australia que siendo tan grande no deja de ser una isla, y Puerto Peregrino, por supuesto. 

-Lo del Eclesiastés tiene mucho que ver con la moral judaica del Viejo Testamento que veía en el océano, una fuente de desdicha. Diametralmente opuesto a la noción griega que veía el mar como un espacio de plenitud y gozo, de ahí por ejemplo, las nereidas y tritones.

En lo personal, el mar me llega mucho. La novela marinera ha sido una influencia fundamental en todo lo que escrito. Conrad, Marryat y por supuesto, nuestro entrañable Francisco Coloane son un referente obligado en mi escritura. Me costaría vivir en una ciudad que no tenga mar. Afortunadamente vivo a tres cuadras del estrecho y admiro mucho las gestas de Hernando de Magallanes y Drake.

Hay un poema de Rolando Cárdenas que se titula El fantasma del Faro Evangelistas que en fragmento reza así: «La muerte era aquí un presagio violento,/ un material indispensable que respiraba en las sombras/ torciendo el buen rumbo de las embarcaciones,/ alejándolas del soplo blanco del faro/ que desafiaba verticalmente la negra altura/ entre amuralladas y grises paredes de granito.»

Es increíble cuanto del imaginario gótico radica en los relatos de mar, por ejemplo en el relato de Coloane El fantasma del Leonora basado en la existencia del pontón Alejandrina. O la famosa leyenda del Holandés Errante. Quiero decir que la patria oceánica se me revela como la fuente de la dicha y la desesperación a la vez, como la lucha del hombre por doblegar la furia de los elementos.  

-En La ruptura de los tristes espejos aparece la figura del Marqués Erasmo de la Gleba, que se bate en duelo con el poeta Saratoga. ¿Te inspiraste en el Marqués de Cuevas para este cuento? Cuevas es un personaje fabuloso, que además de todas sus hazañas, se batió a duelo en 1958 con el coreógrafo Serge Lifar. Pero aquel duelo fue con espadas y nadie salió gravemente herido. Los contendores incluso de dieron la mano profesándose mutua admiración tras el lance. Una suerte muy distinta corre el Marqués de la Gleba, sellando su destino trágico.  

-La ruptura de los tristes espejos integra varias tentativas por traducir las profundas contradicciones que alimentan a varios personajes. Erasmo de la Gleba es un poeta que tiene una fe inconmensurable en el poder redentor de la palabra y en alguna medida, su vida y su perfil algo edípico se funda en ese pacto férreo con el numen y la revelación de la metáfora. De la Gleba desciende de ese bagaje culterano, erudito, casi monárquico. Su vocación de mujeriego lo precede.

En su contraparte está Aníbal Saratoga, un poeta que manifiesta una desconfianza absoluta en el lenguaje. El descreimiento y en alguna medida, la idea que la figura del escritor no hace otra cosa que confirmar un destino de derrota, alimentan a este personaje que habita muchos de mis relatos.

Tanto la confianza como la precariedad de la palabra tensan la mecánica de ese cuento. Por ello se resuelve en un duelo, donde se confrontan dos ideas diametralmente opuestas en el parque Las Almenas. El Marqués de la Gleba aparentemente se lleva la peor parte del asunto, pero tiendo a creer que la muerte le significa un estado de pasión, es decir ‘paso a otra dimensión’, a ese mundo de las ideas que todo el tiempo está convocando.

Saratoga aún sigue en Puerto Peregrino y de repente me envía algunas cartas relatándome su accidentada suerte.

La idea del duelo la arrastro desde mi devoción por las novelas de Alejandro Dumas y Eugene Sue, donde los personajes suelen asumir ese viejo tópico que el canon literario ha denominado ‘las armas y las letras’.

Pensé mucho en un poeta que admiro profundamente cuando escribí ese cuento, en Vicente Huidobro.

También supe que alguna vez Enrique Lihn y Jorge Teillier se quisieron batir a duelo por una mujer. Ignoro si es del todo cierta esta anécdota.  

-Ciertamente tu narrativa es de factura bastante «poética», aunque no de esa empalagosa poesía que suele atribuirse a Bradbury. ¿Que diferencia puedes establecer entre la escritura de un cuento y de un poema? ¿Existe alguna diferencia, algún estado anímico o algo a la hora de escribir?  

-Escribí un cuento protagonizado por Aníbal Saratoga que se llama El hombre que tenía dos sombras. Allí se plantea el conflicto entre la poesía y la escritura narrativa como dos lenguajes que confluyen y hasta dialogan, pero que en que, de un momento a otro, entran en conflicto y terminan navajas en mano perdidos en un duelo. Una vez alguien dijo que mi poesía era bastante prosaica, de hecho más concreta y contingente, mientras que mis cuentos tenían mucho de imagen poética. Saratoga es un personaje importante en a trilogía de Puerto Peregrino y es un poeta que narra sus historias. El protagonista de “La ira y la abundacia” también es un poeta frustrado. Al final del libro se incluyen sus textos. Te planteo estos aspectos como un ejemplo de concomitancia de estos lenguajes.

-Me ha dicho Cheuquelaf que eres un experto en David Herbert Lawrence (entre otros autores). Eduardo Anguita, un poeta y ensayista que admiro y ha sido de gran influencia para mí, consultado alguna vez sobre cuál es la obra que le hubiese gustado escribir contestó que El amante de Lady Chatterley. ¿Existe alguna obra que te hubiese gustado escribir y por qué?  

Tanto como experto en Lawrence, no lo sé. De partida, para conocer ampliamente la obra de un autor creo que se debería poder leerla en el idioma original y desgraciadamente, no es mi caso.  

-Estoy totalmente de acuerdo con eso. Ahora estoy leyendo La guerra de los mundos original y estoy seguro que me perdería de mucho si la leyese traducida. Hay una indiferencia, una parsimonia tan inglesa por decirlo de alguna manera en la prosa de Wells y en la historia misma. Yo viví dos años en Inglaterra por lo que sé bien que la forma en que actúan los ingleses ante la invasión marciana está muy bien descrita. Mientras los trípodes están destruyendo el countryside, en Londres beben té como si nada.

Tienes toda la razón, Wells tiene mucho de la flemática inglesa en su narrativa. 

-Pero volviendo a D. H. Lawrence… 

Lawrence es un autor que me marcó profundamente, de manera especial en la última fase de vida universitaria. Desde entonces lo he leído minuciosamente y he disfrutado cada una de sus etapas. Por ejemplo su primera novela El pavo real blanco, es una fuente inagotable de simbolismos.

Entre las novelas de gran alcance El arcoiris y su continuación en Mujeres enamoradas representan, a mi modo de ver, un abordaje al problema de la existencia y al desmoronamiento de una sexualidad normada por superestructuras de comportamiento. Pero también, tengo especial predilección por sus novelas breves como El zorro, donde este triángulo amoroso se traduce también en la persistente erosión vital de nuestra civilización cristiana occidental.

Lawrence tuvo una gran cercanía con el mundo de los etruscos, una interesante cultura que la expansión romana terminó eclipsando casi en su totalidad. A esta cultura, le dedica un texto de difícil clasificación entre novela y ensayo, titulado Crepúsculo en Italia.

Sin olvidar que no sólo fue novelista, también escribió poesía, ensayo, dramaturgia y cuento. Tengo mi antología personal con algunos de sus cuentos más representativos como El Oficial prusiano, Un ramo de crisantemos, Una mujer partió a caballo y El escarabajo.

Recomiendo siempre leer su magistral libro de correspondencia, recopilado por Aldous Huxley. En un fragmento de una carta enviada a Katherine Mansfield dice «Ningún viejo mundo se desmorona sin que haya otro más joven empujándolo. En verdad, nosotros nacimos viejos; toda nuestra generación, todos los muertos y todos los soldados, y toda la gente buena, nacieron con los cabellos grises».

Se sabe bien que El amante de Lady Chatterley viene a ser un resumidero de muchas de las preocupaciones que alentaron su obra. Esto se aprecia en la fabulosa diversidad que ofrecen las otras dos versiones: La primera lady Chatterley y la historia de Lady Jane y Juan Tomás. Me gusta la idea que cuando los amantes se encuentran en la espesura, ingresa en el cuerpo de ella el espíritu del bosque domando a la Inglaterra industrial.

Comprenderás que me interesa el trabajo de Lawrence y creo que es un autor axial, multifacético, de variadas aristas.  

-En el relato La cofradía de la tierra plana, vemos con violenta ejemplaridad como se pueden matar las utopías con una bala. En ese cuento aparecen el general Morbius y Bielovia, que tengo entendido ya habían sido mencionados en un libro anterior. Si bien es cierto que Morbius y el feroz sistema capitalista implementado en su nación se asemejan mucho a Pinochet y el Chile de la dictadura, es con otro personaje y otra nación (ambos ficticios) con los cuales le relaciono: el Dr. Victor von Doom (alias Dr. Doom a secas) y Latveria. Morbius, por otro lado, es el nombre de un villano de Spider-Man. ¿Admites influencia de los cómics en tu proceso escritural?  

-En La cofradía de la tierra plana intentaba realizar una crítica al neoliberalismo y al pensamiento único, a través de la literatura fantástica. El personaje del general Morbius tiene algunos nexos con Pinochet y su imposición forzada de un modelo económico que ha sembrado la desigualdad. Pero no sólo eso, también la dictadura como un discurso omnipresente, en este caso, una dictadura de seguridad nacional que no tuvo ningún reparo en eliminar a quienes pensaban diferente.

Desgraciadamente, se ha heredado de ese patético régimen la idea de una especie de «gobierno científico», de un paradigma económico de libre mercado que todos los días nos hipoteca como ciudadanos.

En realidad Bielovia y el general Morbius aparecen en mi primer libro de cuentos titulado La ira y la abundancia que publicó la Editorial Mosquito en 1997.

Me preguntas por el cómic y te diría que tengo una enorme pasión por ese género. Reconozco la influencia. Me parece que es un soporte muy interesante para entender los textos literarios.

Por supuesto, que Morbius tiene mucho del Dr. Doom. Tengo por ahí unos relatos inéditos sobre el sistema político de Bielovia, que algún día saldrán a la luz.  

-El cómic es una forma de narrativa bastante menospreciada en Chile. «Monitos» para niños. Los que hemos leído, los que estamos metidos en el tema sabemos que es mucho más que eso, lo mismo que con la ciencia ficción. Pero existe un estigma al que un autor «serio» podría exponerse si reconoce sus influencias comiqueras. Pero como tú no tienes problemas en admitir tu filia por el género, te pregunto cuáles son tus lecturas predilectas, autores favoritos o personajes. Cheuquelaf es un gran lector de Alan Moore y Neil Gaiman, nombres inevitables a la hora de referirse a cómics como obras de arte…  

-Al igual que Cheuquelaf profeso gran admiración por Neil Gaiman y por Alan Moore. 

-Siguiendo con los cómics, hay un personaje de los X-Men que se llama Saurón y es una especie de licántropo con poderes hipnóticos pero no se transforma en lobo sino en un Pterodáctilo (siempre que haya drenado suficiente energía vital mutante). Tengo entendido que «Terodáctilo» es justamente el apelativo por el cual se te conoce dentro de una selecta cofradía de tipos con apodos avícolas. ¿A qué se debe este apelativo? 

-He trabajado varios años en el Colegio Británico de Punta Arenas y dirigí entre comillas un taller literario llamado «la bandada», que alguna identificación le atribuí a la idea del «pajarístico» de Juan Luis Martínez. Digo entre comillas porque siempre me he sentido muy cercano a ellos, muy hermano de sus preocupaciones estéticas. Yo era, por inercias del destino, el pájaro más viejo y los muchachos me pusieron terodáctilo. No todos los vuelos de ese depredador aéreo de la prehistoria me enorgullecen, pero sí es gratificante saber que la literatura es un factor de constante recambio que une las impresiones del pasado con las comarcas del futuro. 

-Ya que mencionas a Juan Luis Martínez, me gustaría saber tu opinión de poeta sobre su obra e influencia. Especialmente en lo que se refiere a la Nueva Novela.  

-Soy un gran admirador de Juan Luis Martínez. Explora una línea muy cercana a Carrroll, a Duchamp, a Borges, a Jarry, a todos los que alguna vez han querido tentar los límites de la textualidad y la utilización del lenguaje científico como referente de problematización discursiva. Creo que La nueva novela y La poesía chilena son el testimonio de un creador asombroso, profundamente escéptico del carácter comunicativo del lenguaje y a su vez develador de sus insondables misterios. Claro, la mirada de Martínez desarrolla esos aspectos con aguda ironía.

-De niño tuve que aprender por obligación el poema al ovejero de José Grimaldi y tuve el gusto de conocerlo ya que era amigo de mi abuelo. ¿Le conociste en vida, su obra tiene alguna relevancia para la tuya?  

-Conocí a José Grimaldi cuando yo era muy niño. Se trata de un poeta muy vinculado a la versificación popular y naturalmente muy acudido en el imaginario folklórico puntarenense. Grimaldi es un poeta que aborda esencialmente la ruralidad desde una mirada muy estereotípica. La influencia o importancia que le atribuyo a Grimaldi en mi quehacer literario es nula. No me llama la atención, su trabajo no me resulta revelador. Lo veo más como un personaje que adoptó la ciudad que como un poeta propiamente tal. Hay otros poetas magallánicos que me interesan mucho más como Rolando Cárdenas o Marino Muñoz Lagos.

-¿Qué opinión te merece la iniciativa del «maletín literario» y las polémicas derivadas del mismo? 

-Todas las tentativas enfocadas a la difusión del libro, me parecen buenas. Naturalmente hay una buena dosis de populismo en la iniciativa del “maletín literario”. Se podrían potenciar mucho más a las editoriales independientes y a los escritores chilenos.

-¿Qué opinas de las palabras vertidas por Marta Blanco en el Artes & Letras, el suplemento de cultura del diario El Mercurio el Domingo 7 de octubre de 2007 referidas al cómic?, al cual le teme como a la peste negra (sic).

-Discrepo rotundamente de esa opinión. Se trata de formatos. Los cómics son parte de un lenguaje profundamente revelador y alegórico. Muchos hemos llegado a los libros por ese camino y existen cómics que son indiscutidas obras de arte. En general, soy contrario a esa mirada medio culterana de los productos culturales y aspiro a la integración de los lenguajes. A lo que hay que temerle como a “la peste negra” es al elitismo, a una concepción aristocrática y excluyente de la cultura.

-Antes de cerrar esta agradable charla, me gustaría rememorar nuestro reciente e insospechado encuentro en la Feria del Libro del Parque Forestal. Aunque era obvio que nos pudiésemos encontrar allí ya que yo iba a presentar el poemario de un amigo y tú el libro que cierra la trilogía de Puerto Peregrino. ¿Por qué decides «cerrar» este universo?  

-Nada en este universo es absolutamente definitivo. Comencé con el Diccionario de las veletas, luego vino Cuentos para murciélagos tristes y posteriormente Remoto navío con forma de ciudad. Saratoga descubre su certeza en el vientre de la propia precariedad y llegamos a la conclusión que Puerto Peregrino -más que una ciudad- es un barco que navega por los temperamentos de la noche y la alegoría. En todo caso, ya llegará el momento en que aquella ciudad emerja nuevamente desde el fondo de una copa.

-Por último, alguna vez aseguraste que la narrativa chilena no manifiesta un desarrollo amplio del «género de imaginación razonada». ¿Crees que el panorama ha cambiado en algo o efectivamente unas pocas golondrinas no hacen verano? 
 
-Creo esencialmente que la narrativa chilena está demasiado ligada al realismo, salvo excepciones como Juan Emar. En la actualidad, afortunadamente, se ha desarrollado un poco más géneros como la ciencia ficción y la fantasía. Nunca he creído en una idea documental de la literatura. Es de esperar que la antología que realizó Marcelo Novoa se constituya en el primer gatillante de una conciencia cabal en torno a la importancia de estos géneros. El trabajo de Novoa me parece fundamental, ha servido para categorizar el desarrollo de esta narrativa diferente que cruza una parte importante de nuestra tradición literaria. Me gusta el rescate de la obra de Hugo Correa, por ejemplo.

Chile es un país de buenos narradores, autores como Manuel Rojas, Droguett, Bolaño, Díaz Eterovic. Todos ellos me parecen notables.

Es de esperar que siempre vuelvan las oscuras golondrinas a ejercer atentados en el estático balcón de lo real.