Carlos Iturra

Para leer antes de tocar fondo, microcuentos y cuentos breves por Carlos Iturra; 127 pp., Editorial Catalonia, 2007.

 Habré dicho esto unas mil veces, hasta el límite de la exasperación, pero advierto que no me cansaré de predicar. Cualquier esfuerzo por detenerme resultará vano.

El cuento es un arte mayor, aun cuando –en nuestra época, en nuestro país, en nuestro mundo- no goce del reconocimiento que merece, sea cual sea la forma en que lo midamos según el signo de los tiempos: cantidad de libros de cuentos publicados, tiraje, ventas, comentarios.

La novela arrasa. Y no logro entenderlo, pues el cuento se adapta mucho más que la novela para ser leído en una época intensa en actividades, plagada de urgencias (aunque éstas sean en su mayoría inútiles o falsas).

Con cierta vergüenza ajena recuerdo la ocasión –casi tres décadas atrás, cuando me iniciaba en estas lides- en que un consumado escritor –acaso existe tal categoría- palmoteándome vivamente el hombro se sintió en el deber de aconsejarme: “Dedícate a la novela, hazme caso. Yo aprendí a dominar la escritura del cuento. Ahora me dedico a la novela. Ahí está el arte mayor, el auténtico desafío”.

Por cierto no tomé en cuenta su generosa admonición. He escrito varias novelas, pero no ha sido precisamente bajo el influjo de su consejo. Sigo convencido de que el cuento tiene un sello narrativo especial, único, que lo hace rebelde a los meros procedimientos técnicos o a los métodos propios de una academia. Que inclusive es resistente a la experiencia, cuando ésta pretende erigirse en probada receta, invariante al paso del tiempo.

El cuento es definitivamente un arte mayor, donde muchos –a decir verdad, la mayoría- fracasan. Los éxitos verdaderos son pocos y casi siempre magros en glamour, demasiado austeros, para mi gusto. El fracaso generalizado probablemente se deba a que la tendencia a la expansión traiciona, y se sucumbe al deseo de explicar o describir con exagerada devoción. Cuando la clave más bien reside en decir poco y dejarle trabajo al lector, si seguimos la orientación de maestros del género. En el cuento cada pieza es fundamental, no puede haber redundancia, ni retórica, ni explicaciones, ni desvaríos.

¡Y en el microcuento, qué decir! La depuración debe ser extrema. No hay espacio para disgresiones. Se trata del acto más intenso de narrar: mucho significado condensado en unas pocas palabras. Un excelente ejercicio para un escritor: poner en el centro la concisión del lenguaje, sorprender  con muy pocos elementos, sin caer en recargamientos barrocos. Aquí se trata de convocar a un lector inteligente y activo a recorrer la historia en forma creativa; de alguna forma se la historia reescribe al leerla.

Este ámbito de la minificción, el Pulgarcito de la narrativa, es terreno propicio para que la pluma de Carlos Iturra nos deleite con historias breves o brevísimas que recorren un espectro muy amplio de realidades y fantasías que se confunden y entremezclan con habilidad.

“Para leer antes de tocar fondo” es un libro que se lee con mucha facilidad, pues se trata de una prosa cuidadosamente labrada y bruñida, con el oficio que por definición el género requiere. La gracia está en que este ejercicio literario no se hace pesado al lector, sino que abre paso a una lectura  rápida, facilitada por la bien concebida estructura y la calidad del texto.

Mas debo advertirles que bajo la lectura ágil y entretenida, subyacen bien urdidas trampas del autor. Debajo de la superficie de cada minihistoria se esconden agudas y vigentes problemáticas que dan trabajo –consciente o inconsciente- al lector de estas páginas. En muchas minificciones de este libro el  lector es llevado al límite, tal como el propio Iturra explica en su micro-prólogo. Hay que estar preparados para entrar en un laberinto intenso en sorpresas, del cual no es posible salir indemne del todo.

Encontramos en este libro referencias u homenajes a piezas literarias clásicas –entre las cuales por cierto se cuenta  el inefable Dinosaurio de Monterroso-, así como historias referidas al mundo de los cuentos de hadas, al imaginario del horror, los avatares del mundo de las letras, o la simple vida en la urbe moderna, en sus múltiples dimensiones de amor, humor y tragedia.

Abundan la sabia ironía y el humor negro en las brevísimas historias de Carlos Iturra, ya sea que aborden  los desvaríos de escritores, políticos, sacerdotes, policías, mendigos. Toda intención o vocación es puesta en duda y el altruismo queda fuera de escena. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia.

 Para muestra dos rozagantes botones:

  Justicia forense

Había una vez un siquiatra medio loco –solamente medio loco. En vez de encarcelarlo en el manicomio hubo que internarlo en la cárcel, debido a su mitad cuerda; pero gracias a su mitad loca, él creía manicomio la cárcel.

 La police

 Un policía es puesto a perseguir y exterminar cierta clase de enemigos del Pueblo; a medida que va conociéndolos, en su faena de exterminarlos, empieza a darse cuenta que es uno de ellos.

Algunos textos nos remiten a una matriz: una derivación de Borges con un sabor muy personal, que constituye -de una parte- evidente y merecido homenaje, como las referencias a bibliotecas infinitas o milagros secretos. De otra parte resulta en el ejercicio de una forma de escritura que -a través de un proceso de construcción de verosimilitud abundante en referencias históricas- permite poner sobre el mesón reflexiones de notable profundidad. ¿Cuál es la razón de la existencia, de la memoria, de la literatura? Tales son los dilemas que un lector avezado deberá plantearse tras leer historias de inofensiva apariencia.

El microcuento es un arma cargada de futuro, no sólo porque el arte de la brevedad se aviene con la premura del tiempo que conlleva la vida moderna (lamentablemente habría que agregar, pues cuesta sustraerse a esta vertiginosidad) sino porque encarna desafíos creativos y técnicos verdaderamente elevados. La construcción de cada una de estas piezas demanda un trabajo acucioso, a menos que se opte por el facilismo en cualquiera de sus formas. Carlos Iturra siempre aborda el desafío del microcuento en el mejor terreno literario, sin escatimar recursos, pero sin abrumar al lector con ellos. Sus textos se leen con facilidad, entretienen y sorprenden, aunque se constata que frecuentemente dejan una sensación de inquietud, además de la necesidad de releerlos para develar significados más profundos. Me refiero a la sensación de que me han contado una historia que simboliza muchas otras cosas no explicitadas. De esa manera se expresa el oficio literario del autor.

Me precio de conocer bien la producción de minificciones en nuestro país, donde hemos tenido precursores notables como Vicente Huidobro y Alfonso Alcalde. Varias generaciones la han abordado, pero probablemente ninguna con tanta intensidad como los narradores del 80, que la han ido situando en una situación de mayor notoriedad en la escena literaria. Por cierto, nuevos adeptos se van sumando a la tendencia, que tiene vigor para rato. Tengo la intuición de que el microcuento logrará una aceptación mucho mayor –tal vez inimaginable para nosotros en estos momentos- y que Carlos Iturra figurará, sin duda, entre los cultores más notables de la vertiente chilena.

Bien por Carlos Iturra que irrumpe con estos textos para leer antes de tocar fondo, que llenarán de gozo e inquietudes a los lectores, arrancándolos de la cotidianidad para entretenerlos, y devolviéndolos a ella en condiciones de reprocesarla con una nueva mirada más aguda. Y bien por la Editorial Catalonia que incluye en su catálogo a este género peso pluma, tan digno de respeto por su potencia de futuro y su valor literario intrínseco.

 Diciembre 2007

Diego Muñoz Valenzuela