Por Patricio Tapia

El 19 de abril de 1998 murió Octavio Paz, uno de los autores mayores de la literatura mexicana e hispanoamericana del siglo XX. Esta semana se realizó en Santiago un homenaje que contó con la participación del estudioso de su obra Armando González Torres. También recuerdan aquí al escritor dos chilenos cercanos a su persona y a su obra: el poeta Gonzalo Rojas y el académico Roberto Hozven.

La llamada «República de las letras» no siempre tiene una forma republicana. Durante buena parte del siglo XX -e indudablemente en su segunda mitad-, la república literaria mexicana contó con un Príncipe -según otros, un Rey Sol- en la persona de Octavio Paz. Poeta, ensayista y hombre de letras -recibió el Premio Nobel en 1990-, fue un intelectual de múltiples intereses, entre los que se incluía el poder.

Tres dimensiones

Alguna vez, rememorando a Paz, quien podría considerarse su «delfín» (al menos en lo que a revistas se refiere), Enrique Krauze, mencionó que aquél tenía la manía de hacer listas de «tres» cosas o aspectos en sus argumentaciones. Quizá bajo ese influjo es que el poeta y ensayista Armando González Torres (Ciudad de México, 1964) destaca tres dimensiones suyas: como escritor, como pensador y como figura pública. Después de todo, Paz aspiró a ser una suerte de guía cultural de su país, creando grupos y fundando revistas, sin escabullir relacionarse con círculos dirigentes ni tampoco el debate. Es justamente el itinerario de controversias de Paz el que siguió González Torres en su libro Las guerras culturales de Octavio Paz (2002), con el cual ganó el Premio Nacional de Ensayo Alfonso Reyes.

Armando González Torres estuvo en Chile participando en un homenaje al Nobel mexicano, organizado por el Instituto de Letras de la Universidad Católica, el Fondo de Cultura Económica y la Embajada de México, el cual contempló conferencias, clases magistrales y encuentros.

-¿Por qué decidió ocuparse de la figura pública de Paz más que de su vida y obra?

-Porque yo creo que Paz es influyente en tres dimensiones. La primera, como un creador de excepción, un poeta en donde podemos ver un desfile de la tradición de la poesía de Occidente. Luego, como un pensador de primer orden, tal vez sin muchas intuiciones originales, pero con un gran talento para divulgar y poner en circulación una serie de asuntos que suelen expropiar los especialistas, dándole una dimensión universal al pensamiento en español. Y, en tercer lugar, Paz es también profundamente influyente como una figura pública para varias generaciones de escritores mexicanos y también hispanoamericanos. Sobre todo después de 1968, Paz es un punto de referencia fundamental, un interlocutor, a veces afable, a veces acervo, en la vida pública. Y precisamente por esa dimensión me pareció atractivo ocuparme de esa faceta que ha sido relativamente menos frecuentada, que es la de su formación y ascenso como intelectual público.

-Parece que él no le hacía honor a su apellido, considerando la cantidad de disputas en que participó.

-Paz fue desde joven un protagonista polémico de la vida mexicana. Aunque durante muchos años formó parte del Servicio Exterior mexicano, fue un hombre con una exposición pública importante, que no se ajustaba completamente a las ortodoxias de la diplomacia y que, particularmente después de 1968, tuvo una participación muy provocativa, a veces muy saludable, en la arena política mexicana e internacional. Son muy famosas sus disputas, y realmente podría extraerse de esta biografía polémica todo un arte de la reyerta intelectual de alto vuelo.

-¿Cómo explica su trayectoria desde joven socialista al liberal con, según algunos, una marcada escoración a la derecha?

-Efectivamente, Paz fue un joven, como muchos en su época, que tuvo esta fascinación por la idea del cambio revolucionario. Aunque nunca fue militante en ningún partido de izquierda, estuvo muy cerca de todos los movimientos progresistas de su época. Sin embargo, desde 1940, más o menos, comienza un alejamiento gradual, un desencanto en aspectos muy concretos, como la política exterior soviética, un asombro y frustración con las revelaciones sobre la barbarie y represión en los países socialistas. Todo ello va culminando en un deslinde gradual de la izquierda, aunque, irónicamente, él nunca dejó de concebirse a sí mismo como un socialista democrático. Por lo demás, esta distancia con la izquierda no le impidió tomar decisiones muy congruentes, como la renuncia al Servicio Exterior mexicano en 1968 como protesta por la represión al movimiento estudiantil.

-¿Qué faceta de su obra encuentra más lograda: la de poeta o la de ensayista?

-Creo que Paz es un autor integral para el que muy a menudo la poesía, como ya han dicho otros estudiosos de su obra, era un laboratorio de sus ideas. Él concibe la actividad del poeta como una actividad total y restituye la idea, de índole romántica, del poeta como vidente, alguien que es capaz de ver tanto la realidad de los hechos como esa otra realidad, no menos importante, que es la simbólica y mítica. A mí, en particular, me parece que es un poeta muy influyente por la variedad de registros y de tonos que cultiva, por la ambición y apertura de sus empresas poéticas. Pero también me parece uno de los grandes ensayistas de la lengua española, tanto por la seducción de su estilo como por la soltura con que se mueve en los más distintos campos y la capacidad de influir -algo totalmente atípico en nuestros días- en muy diversas disciplinas.

-Ha dado razones de por qué Paz es un buen escritor. ¿Podría convercernos de que era una buena persona?

-Yo no traté a Paz. Para mí eso es algo importante, porque no hay ese sesgo subjetivo que puede surgir del trato, especialmente ante una personalidad tan imponente como la suya. A pesar de que mi libro es admirativo, pero también muy crítico, la sensación que me dejó la frecuentación de Paz a través de su obra es la de un hombre congruente, valiente, vanidoso, pero generoso, y, en fin, creo que después de haberlo escrito, mi impresión personal es incluso más positiva, y mi admiración, ya no sólo de una obra monumental, sino también de ese individuo capaz de tomar algunas posiciones, muchas veces erradas, pero siempre basadas en su perpectiva personal y moral, es todavía mayor.

-¿Cómo evalúa su legado?

-Yo creo que es un legado muy vivo. Por señalar un ejemplo, Paz sigue estando vigente y sigue siendo objeto de interés en varios dominios de la academia, debido seguramente a que su actividad omnívora le permitió desenvolverse e influir en muy distintas áreas, de suerte que su obra puede interesar al crítico literario, al historiador, al sociólogo. Por lo demás, considero que todavía hace falta, a diez años de su muerte, una lectura más crítica y tal vez un parricidio saludable de muchas nociones que han sido asimiladas de manera inercial. Pienso en sus trabajos en torno a la identidad mexicana e hispanoamericana o pienso en su caracterización de la poesía moderna, que es muy rica, pero que también puede ser muy inflexible y excluyente.

 
Octavio aquí y ahora

Gonzalo Rojas
Premio Cervantes Premio Nacional de Literatura

De functus adhuc loquitur; decían los romanos: todavía nos habla el muerto, y, en el caso de Paz, uno debiera callarse. Leerlo, releerlo. Lo demás es foto pobre: (tan lúcido que era, tan mexicano mágico, tan entero). Nostalgia aparte, permítanme leerles esta imagen movida sobre el que hace apenas un año salió de esto, y aún respira con nosotros. Yo también me estoy yendo.

Todavía me parece estar ahí en el Palacio de Bellas Artes de México aquel mediodía de abril del año 1998, cuando me fue dado decir esas palabras ante el túmulo de Octavio Paz, después de las de Enrique Krauze, y previas a las del Presidente Zedillo. No hubiera soñado ese privilegio en un minuto tan aciago para las letras de nuestra América, y para la lengua toda.

Alguna vez habré escrito que él es un precursor de lo distinto al cierre del siglo que se iba con nosotros; un fundador estricto. Un pensador de esta lengua que tanto amamos. Eso es, y más, un poeta necesario, lo mismo en nuestra España que en nuestra América.

Volviendo al episodio del túmulo, dije allí lo mío espontáneo y parco, como me correspondía, sin patetismo ni asfixia. Horas antes alcancé a verlo en esa caja mortuoria en el Palacio Alvarado en un brevísimo velatorio, y literalmente hablé con él. ¿Y esto era el Mundo, Octavio?

Tanto en la capilla fúnebre como en la ceremonia oficial le dije lo mismo de lo mismo en la vibración de lo efímero, frente a lo imperecedero (de su obra). -«De veras, hermano mío, somos un parpadeo en la historia».

¿Cuándo lo conocí? Leyéndolo en pie como toda mi generación y releyéndolo en El Arco y la Lira y El Laberinto de la Soledad, y creo haber sido el primero en escribir en mi país, casi con vaticinio, sobre sus admirables ejercicios, del 50 adelante.

Pero el primer conocimiento de su palabra data de 1942, en aquel ensayo suyo «Poesía de Soledad y Poesía de Comunión», en el que ya germina el humanista y el pensador. Más tarde lo encontré en su México en abril de 1959, a mi regreso de mi primer viaje a China. Lo muy singular es que en la misma semana pude dialogar con las dos estrellas mayores del México contemporáneo: Alfonso Reyes, en su domicilio de Benjamín Hill, y este Paz en la Secretaría de Relaciones. Lo que me fascinó desde el principio fue la destreza de Octavio para hilar y deshilar pensamiento, su dominio dialéctico y esa especie de disponibilidad para oír al otro y entrar mágicamente en lo Otro, lo que no impedía la sana intransigencia que de repente me recordó la de Breton. No es que habláramos de surrealismo aquella vez, pero el azar objetivo funcionó con encanto.

 
Los dones de su herencia

Roberto Hozven
Instituto de Letras, Universidad Católica

A diez años de la muerte de Octavio Paz, entre los muchos dones de su herencia intelectual hay tres que han sido -creo- los más relevantes para nosotros los latinoamericanos.

Primero que todo, nos enseñó que es posible conversar nuestras diferencias. Su diálogo con sus semejantes, amigos y adversarios por igual, lo culmina dentro de otro contexto más vasto y trascendente. El diálogo diurno y nocturno del hombre con sus creencias, deseos y miedos teniendo como horizonte reflexivo el universo y como interés práctico la plaza pública. En cada ensayo de Octavio Paz laten estas dos alas de su pasión crítica: la reflexión excéntrica, plural, ajena a cualquier sectarismo que, al mismo tiempo, interpela e incursiona con pasión en las agitaciones y convulsiones de nuestra época. Este espíritu preside en las revistas Plural y Vuelta, esos dos foros internacionalistas y reflexivos del espíritu paciano.

También le debemos su reflexión ecuánime sobre las tensiones de nuestro siglo, de este y del otro lado del Pacífico y del Atlántico. Reflexión que es histórica cuando analiza los eventos en su devenir, tal como se transmutan en actos políticos circunstanciados; pero también es ética cuando abre espacio a una actitud moral que busca en los acontecimientos la fraternidad y la justicia entre los hombres. Esta voluntad ética alimenta su combate contra «el reino de la máscara y el imperio de la mentira institucionalizada», las que desenmascara, en Latinoamérica, a través de su crítica antropológica, histórica y psicoanalítica de nuestros regímenes patrimonialistas (cuando las autoridades manejan el país como si fuera su casa). Esta actitud moral lo hizo renunciar a su cómoda embajada en India por su inconformidad con el gobierno mexicano: la matanza de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968.

Finalmente, enfatizo su palabra justa: escribió en una «prosa de agua potable». Renovador en lengua española -desde Quevedo- de un lenguaje que ve dos veces: al mundo que expresa, y a la lengua por la que lo transforma.

En: Revista de Libros de El Mercurio