Ay, amor tú eres mi religión.

Tú eres luz, tú eres mi sol.

Abre el corazón, abre el corazón.

Maná.

Y ahí está mi mano sobre su corazoncito palpitante que detendrá su cadencia enloquecido y el mío que se detendrá cuando mis dedos lo saeten, lo hieran, lo claven, lo desangren hasta que su sangre se torne espesa/coagulada y desee tocarla como acaricio el plumaje del quetzal, vistoso, suave y obscuro.

Bella mía, que tus lágrimas – antes que mi boca devore tus vísceras – permitan bajar desde el cielo la lluvia y germinen las semillas mientras el sonido de los atabales, las sonajas, las flautas, las trompetas me sumerjan en el baile, la danza frenética con mi piel pintada con tu sangre tu sangre que huele a pétalos,  a plumas,  a arcilla. Tu corazón que extraigo con mis dedos mis manos mis brazos, con mi cuerpo. Y tú estarás conmigo cuando cosechemos los frutos de tus lágrimas, tu sangre, tu muerte – niña mía.