Por Pedro Gandolfo
El vínculo entre la poesía y la imagen visual es muy antiguo. Acaso el antecedente más remoto sea la célebre descripción del escudo de Aquiles que se halla en el libro XVIII de La Ilíada, pero su presencia es permanente en la tradición poética occidental y parece revelar una relación entre imagen y palabra profunda y misteriosa que ya se intuye en las máximas según la cual la pintura sería poesía muda y la poesía, una imagen que habla (atribuida a Simónides de Ceos) y el ut pictura poesis (del Arte poética, la Carta a los Pisones, de Horacio).
Un estudioso contemporáneo propone la categoría de «convención icónica», que prevalece en algunos periodos, en virtud de la cual el poeta procura a través de palabras lograr el efecto y la conmoción que el pintor logra a través de las imágenes. Desde la «ecfrasis» de los poetas alejandrinos (descripción mediante palabras de un objeto plástico), la technopaignia (dibujo de objetos a través del empleo de las distintas extensiones del verso), también ya inventada por dichos poetas, pasando por obras como Imagines de Filostrato el Viejo, los cuadros en versos de Edmund Spenser y de Shakespeare (El rapto de Lucrecia), las «galerías» de Giambattista Marino y las Pinturas morales de Pierre Le Moyne, en el siglo XVII, o los pasajes de la poesía de Keats inspirados en pinturas de Tiziano y Poussin, hasta los modernos caligramas de Apollinaire y todo el desarrollo de la poesía visual y concreta el intercambio entre aquellas no ha cesado, aunque los modos, las intenciones y los resultados han sido muy diversos. En Gonzalo Millán (1947-2007) también este parentesco y proximidad han sido una constante. Prueba de ello son Claroscuro (2002), que incluye su mirada poética sobre pinturas de Caravaggio y Zurbarán, y Autorretrato de memoria (2005), en que la poesía se centra sobre imágenes autobiográficas bajo el entendido de que «todo pintor se pinta a sí mismo».
En Gabinete de papel, Millán desarrolla de manera muy libre ese nexo que no se ciñe, por lo mismo, a una fórmula rígida y única. De pronto, el objeto plástico, la imagen visual (con mucha frecuencia pinturas: Morandi, Tiziano, Hooper, Piero di Cosimo, entre otros) es sólo un pretexto a partir del cual su imaginación poética salta hacia otros ámbitos y sugiere otros temas. En otros casos, nos hallamos propiamente ante la descripción de un objeto, pero este puede ser ya una fotografía, un grabado, un recuerdo: la imagen visual pierde a menudo la materialidad de una obra de arte u otra forma similar, que se encuentra allí delante del poeta, y asume otro carácter íntimo y melancólico. En el bellísimo poema «Los cinco sentidos» el poeta, anticipando su existencia más allá de la muerte, a través de una sucesiva y creciente invocación de los sentidos, reconstituye angustiosamente la imagen, no ya de una obra de arte, sino del ser amado.:
«No sé si echaré de menos alguna vez/ el ruido que hace cualquier cosa/ cuando esté sordo más allá del silencio./ ¿Acaso algún día despertaré añorando la música?// ¿Echaré de menos el sabor de la primera/ leche del pecho que se escapa?/¿Echaré de menos el vino servido/ en la copa de mi paladar de hueso?/¿Volverá mi lengua a lamer la sangre/ del cordero?//¿Despertará un día mi nariz perdida/ y olerá otra vez la primavera?/ ¿Podrá mi olfato ciego sentir/ la piel amada?// ¿Será posible besar otra vez/ por un instante y ser besado?/ ¿Podré apretar por un rato un puñado de arena?/ ¿Será posible vencer el adiós con un saludo?// ¿Recordaré la luz del mediodía/ cuando esté más allá de las tinieblas?/ ¿Podrán reconocer mis llorados ojos/ la sonrisa que rubricaba su belleza?».
El estilo de Gonzalo Millán es austero, reflexivo y contenido; combina momentos de severidad y luminosidad con un oficio poético acabado, en un poemario cuya edición, desde toda consideración, se agradece.
Gabinete de papel
Gonzalo Millán
Ediciones UDP, Santiago, 2008, 82 páginas.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…