El juego del paraíso

Por Luisa Eguiluz

ROSAS Y ALMIRANTE BARROSO, 1981. Una llovizna tenaz cae sobre Santiago. La esquina es hoy sólo un espacio abierto en el lodo, donde se ven un carretón de feria tapado con un plástico verde y un perro que dormita a su costado.

Miro los muros interiores de la casa derruida, los desvaídos colores de su pasado: los cremas del salón, los rosas o celestes de los dormitorios, los pálidos verdes en los baños. Más allá, en lo que fuera el último patio, el azul oscuro de la vieja cocina desde donde se traía y se enfriaba la sopa bajo la vigilancia de la tía Altamira.

Altamira, parece que aún me mira desde lo alto, como si estuviera ahí con sus tacones, con el vestido negro enfundando su talle grueso.

Evoco sus frases de entrada a mi pieza de los doce años. Las perillas de los armarios querían ocultar cosas inexistentes ante esos ojos, esas cejas encaramadas sobre la nariz aguileña:

-Muéstrame lo que escribías.

-Tienes descosida la basta del vestido ¿Qué esperas para arreglarla?

-¿Dónde estuviste después de almuerzo? Te busqué por toda la casa.

-No saludaste a Monseñor como debe hacerlo una señorita. (El Monseñor en referencia era su propio hermano, o mi tío, si lograra verlo de ese modo).

Todo eso terminó después del crimen. Lo fui elaborando sola -huérfana como era en realidad- metida en la penumbra del pequeño cuarto bajo la escalera. Porque decidí de pronto odiar cualquier tiranía.

Allí en el cuarto, las escobas permanecían con sus mangos forrados en fundas tejidas por la propia Altamira, para no lesionar la pintura de las paredes mientras se apoyan al tomar la pala y preparar el recogido de las motas de polvo que se juntan cada día. Todo estaba previsto por Altamira.

Salvo mis planes.

Quizá para detenerlos o para apresurarlos llegaste, Monseñor, y besé tu anillo, impresionada una vez más ante tu estatura y tu mano enorme. Desde acá abajo, cuando el Paraíso, ese semicírculo que corona el juego del luche que había dibujado cuidadosamente con tiza de colores sobre las baldosas, estaba tan cerca para mi salto de subida, pusiste en él tus grandes pies y borraste su trazado.

Poco a poco desde entonces, mis sueños dejaron de tener colores, aunque trataba de revivirlos: ni el amarillo de los retamos, ni el rojo sangre que gotea de los cuerpos de los santos del devocionario logran entrar en ellos.

Pero al menos el rojo regresaría pronto. Era cosa de esperar el momento preciso, la situación justa en que ella se asoleara en el balcón, dándole la espalda al carcomido barandal mientras bordaba parsimoniosamente la tela en su bastidor redondo y yo me aproximara, tal vez para espantarle una mentida abeja.

Nadie creyó después en mi atropellada e incoherente confesión. Lo único que podría contradecir el accidente duró un momento: la expresión de terror y sorpresa en los ojos de la muerta. Pero allí estuvo la mano de alguno para cerrárselos prontamente.

Hoy, tantos años después, con la ropa y los pies empapados he recorrido cada lugar donde se encontraba el segundo patio. Me devuelvo muchas veces sobre mis pasos, calculando distancias que no parecen ser las de antes. Estoy buscando ahora el centro mismo de este patio, donde te plantaste, Monseñor, con tus pies enormes bajo el borde de tu sotana.

Me arrodillo en el barro, y meto las manos y entierro las uñas para buscar las baldosas grises con ribetes rosados en que dibujé hace tantos años el Paraíso que coronaba mi juego. Eso, al menos, debería conservarse intacto.

***

Del libro Ceremonias Interrumpidas, Premio del Consejo del Libro y la Lectura a las mejores obras publicadas en 2005.

Luisa Eguiluz Baeza nació en Santiago de Chile. Es profesora de Castellano por la Universidad de Chile. Realizó además, los estudios completos Filosofía y de Postgrado en Literatura en la misma universidad Participó en los talleres literarios de Miguel Arteche (poesía), Pía Barros (narrativa) y José Donoso (cuento y posteriormente, novela). Actualmente se desempeña como docente en la Universidad Diego Portales.Entre sus libros publicados destacan: De diciembre a enero (poemas), 1983; Los caballeros negros (novela), 1991, Automóvil en la ruta, (poesía),1998. Antologada en numerosas publicaciones: Antológia personal de la poesía chilena contemporánea por Miguel Arteche, Luoghi di parole, Roma, Aletti, 2002. Palabra de mujer; Símpson 7; Atenea; Revolución y cultura, revista de Casa de las Américas de Cuba; L’immaginazione, Lecce, Italia,2003.