Muros
Confianza en muchos, pero ya no en uno
César Vallejo
De cuando en cuando vagabundeo
escribiendo graffitis por las noches.
Quiero violar la blanca fisonomía de los muros,
la urgente monotonía del silencio
que me dejaron aquellos / los ausentes,
esos puros muros
donde ya ni los perros se detienen a mear.
En esa esquina
La muerte está sentada a los pies de mi cama
Óscar Hahn
La muerte estuvo sentada en esa esquina desde antes que yo naciera.
Silenciosa aguardaba resultados con un ojo rojo
y el otro colorado de puro cansancio.
Cuando vio que mi madre no estaba dispuesta a entregarme tan fácil
echó un par de ojeadas más
y se durmió.
Luego se conformó con un gato blanco.
La muerte ha estado sentada toda mi vida en aquella esquina.
A veces cabecea y murmura cosas raras,
otras, bosteza y se estira como queriendo despertar,
más tarde se hunde en la oscuridad de su rincón torcido,
satisfecha de oírme llorar.
Cuando mi padre se despidió
la muerte me besó en los labios.
Años después me miró muy hondo
desde los ojos amarillos de mi madre
y pude verla sonreír con ella.
Comadres de viaje / me dije,
qué bueno, mi vieja no va tan sola.
En noches como ésta vuelvo a verla,
atisbando desde la esquina / en su sillita pintada
y con el sombrero bien calado sobre los ojos negros.
No es hora / le digo afectuosa,
todavía no puedo viajar, pero no te preocupes:
aquel domingo
cuando por fin decidas abandonar tu esquina
y acompañarme hasta la puerta,
tendré mi maleta lista,
también un bolso de mano
por si hay encargos
de última hora.
Si muerte fuera
De manera que soñé capitanes y ataúdes de colores deliciosos…
Alejandra Pizarnik
Si la palabra MUERTE abrigara un hombre bajo el poncho,
manso de actitudes / dulce de palabras / bello
como los caquis en otoño / que me endulzara la boca
con su áspero sabor a macho en celo;
si MUERTE fuera un muchacho fuerte y juguetón
como un cachorro sin destetar,
que mordiera mis tobillos y me robara la ropa interior,
los zapatos y las medias;
si ese MUERTE que tal vez ya me observa
-centinela del siglo que asoma sus encías inmaduras-
mostrara un rostro de barba negra y cariciosa,
un resuello de varón maduro
y sienes clareando en la penumbra;
entonces sí me gustaría encontrármelo de frente
aunque fuera en un callejón oscuro,
o en la mitad de un verano bajo los árboles de mi casa
en un domingo cualquiera
de ésos que nadie halla motivos para recordar.
Me abrazaría entonces al mentado muerte convencida
de que es mi último caballero andante,
el olvidado príncipe azul o un valiente filibustero
que viene a rescatarme / a seducirme
a llevarme consigo
para que por fin juguemos
un último juego
de esperanza
Canción para Caperucitas
No le digan a los carniceros / que en cada vaca hay un cisne.
Hernán Rivera Letelier
Muchacha,
huye del cuchillo
cuando aún sea posible, cada seductor
es un larvado carnicero.
No permitas que sus dedos terroristas
se cobijen en tu espalda,
sólo quieren arrancarte las plumas.
No dejes que su boca besadora
deslumbre de algas tus pezones
o derrame aromáticas especias
sobre tu vientre acurrucado.
Jamás cultives en tu Monte de Venus
perfumados verdores de perejil
de albahaca ni tomillo
que sólo despertarás sus apetitos.
Arranca de tu jardín todo asomo de laurel
y oculta el oloroso diente del ajo campesino;
no vaya a ser que hierva la avaricia
en el fondo oscuro de la olla
y el seductor no pueda contenerse
e introduzca en el agua alborotada
el bello cuerpo implume
que entonces ya serás.
Conjeturas
Cada uno de nosotros eleva su propio volantín en este descampado
Jorge Montealegre
No están solos los que observan su país
en calladas conjeturas
recorren las grietas del baldío
que tiñe la ciudad mancha encarnada
hacia los cerros
revisan la corteza la epidermis el hueso oculto y frío
al fondo de las quebradas
las uñas carcomidas por el abandono
algo parecido a la hiel
se funde con la multitud cargada de pesares y deudas
a fuego lento hierve la mordedura
Basural
Es imprudente tocar campanas durante una tormenta
Gonzalo Millán
Quedémonos en silencio
que duerme la ciudad.
No habrás olvidado las noches en el vacío pavoroso
vanamente estrelladas,
el ciego retumbar de la nada en nuestros tímpanos
la calle muerta,
ni un perro / ni una rata / ni siquiera
un hombre o una mujer
buceando en la basura.
El miedo roía los intestinos
con más eficacia que el hambre.
Última primavera
Sé que un día de éstos / acabaré en la boca de alguna flor
Blanca Varela
Cegadora y arbitraria entró como un torbellino
para destriparme, la primavera.
Me succionó la médula,
forcejeó con mis aprensiones hasta metérseme dentro
y tuve que verla en su verdor inexcusable,
tuve que olerla hasta la náusea,
y ella hubo de arrebatarme
hasta mis nubes más ocultas.
Quedé con el corazón en descampado, desprovisto
de telarañas y puñales / calato en su calabozo.
Engañosa luminosa
me humilla con su mascarita de flores
y sus pajaritos recién brotados,
pero el memorioso que llevo dentro no cesa de gritarme
que no le crea / que se irá de un día para otro
con su risueña costumbre de madreselva.
Y luego tendré que construirme pabellones y huesos
y costillares y verjas de feroz apariencia
para guardarme y protegerme
de sus besitos pintados.
El angelito
Bienaventurado / el que en un altar hizo su nido / y voló bajo
Alfonso Alcalde
La madre sombreaba por los cuartos
con su silencio encorsetado
los ojos apenas vivos para mirar
la carrera final de su angelito.
Blancos faldones, alas plateadas,
de pie / con la rigidez de las muñecas antiguas
el niño muerto me miraba.
El padre pegaba monedas en su frente
sin secarse el sudor ni aflojar la pena.
Alguien cortó un cardenal rojo del jardín
y se lo puso al finadito en la boca
pero él ya no podía agarrarlo con sus dientes.
Quise tocar sus pies / mi madre me detuvo.
Entonces supe que el niño ya no estaba
con su cuerpo de niño, ni sus gritos
ni sus risas, ni sus llantos.
En su lugar habíase instalado un ángel de veras
para consolar a padres y hermanitos.
En su honor sollozaban las lloronas
vestidas de negro riguroso / en el patio
los tíos martillaban unas tablas
para armar un cajoncito blanco.
Cuando comenzó la fiesta mamá dijo
que mejor volviéramos a casa.
Al día siguiente desde mi ventana
vi marchar al padre con su bultito
como si llevara un quintal de harina
atormentándole los hombros.
Detrás / la comitiva a paso lento
como si todos fueran
abandonando el pueblo.
La dama
Esta dama sin cara ni camisa / alta de cuello, suave de cintura /
tiene todo el temblor de la hermosura
Miguel Arteche
He visto a la dama delgada como ninguna
sonreírme resucitada.
Advierto sus mejillas maduras
la escucho deshilar sonidos y palabras / sé que teje
la máscara perfecta para ocultar sus intenciones.
Ella no es de este mundo,
tampoco de otro que yo conozca.
Parece habitar fuera del tiempo concentrada
en alguna idea que no logro adivinar.
Su voz resuena como un clavecín
aserrando el pie secreto
de la silla que llevo conmigo.
Envuelta en su capa de noche
por la avenida difunta avanza la dama
con su vestido de nieve
y su cabellera tiznada.
Pero nadie evita que me estremezca:
su belleza
no alcanza a cubrir la calavera.
El poeta
Quedé solo en medio de un bosque. / El bosque ya no me reconocía.
Hermanos y amigos partieron / hacia los cuatro brazos del horizonte.
Crónica del forastero. Jorge Teillier
¿Adónde van, adónde van?, gritaba el poeta.
No me dejen aquí, que me muero de frío.
Y nosotras desde lejos
veíamos cómo trataba de seguirnos
pero no tuvimos conmiseración.
¿Qué podíamos hacer con un poeta a cuestas?
¿Para qué sirve un poeta? dijo alguien.
¿Podrá cortar la leña, podar los árboles,
hará la comida, tal vez,
lavará los platos, vigilará a los hijos,
cuidará los animales, acaso?
preguntamos a coro.
Desde el puente lo mirábamos
pequeñito caminando por la llanura
con su bolsón lleno de libros y de lápices.
Pero traíamos el corazón aterrizado
firme sobre los pies pegados al suelo
y no logramos vislumbrar
ningún uso posible para tal personaje.
Dimos la vuelta y regresamos despreocupadas
a nuestras casas cantando.
***
Alejandra Basualto. Nació en Rancagua, Chile, el 1 de diciembre de 1944. Se formó en los talleres literarios de Miguel Arteche, José Donoso, Alfonso Calderón y Pía Barros. Es Licenciada en Literatura y Egresada de Doctorado en Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Chile. Cultiva tanto la poesía como la narrativa, especialmente el género cuento. Su labor como directora de talleres literarios la ha llevado a conducir talleres en ambos géneros en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, y otros talleres de escritura creativa en varias universidades e institutos privados, como Balmaceda 1215. También lleva a cabo esta labor en el Instituto Cultural del BancoEstado y en su taller particular La Trastienda, desde 1988. Desde 1991 dirige la Editorial La Trastienda, donde ejerce como editora y diseñadora. Es directora de la Corporación Letras de Chile.
Libros publicados:
Los ecos del sol, poesía, 1970, Offser Service, Santiago.
El agua que me cerca, poesía, 1984, Taller Nueve, Santiago.
La mujer de yeso, cuento, 1988, Ed. Documentas, Santiago
Territorio Exclusivo, cuentos, 1991, Ed. La Trastienda, Santiago.
Las malamadas, poesía, 1993, Ed. La Trastienda, Santiago.
Desacato al bolero, cuentos, 1994. La Trastienda, Santiago.
Altovalsol, poesía, 1996, Ed. La Trastienda, Santiago.
Casa de citas, poesía, LOM Ediciones, 2000, Santiago.
Además, publicada en diversas antologías en Chile, Estados Unidos, México, España, Francia, Italia y Dinamarca. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano y danés y ha obtenido diversas distinciones tanto en Chile como el extranjero.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…