Un merecido galardón

Este artículo del escritor Edmundo Moure se publicará en el periódico internacional «Galicia en el Mundo», el lunes 8 de septiembre

Efraín Barquero, Premio Nacional de Literatura 2008.

Es uno de los poetas vivos más relevantes de la poesía chilena actual. Nació en el poblado campesino de Piedra Blanca, cerca de Constitución, en la Región del Maule, centro-sur de Chile, el 5 de mayo 1931, con el nombre de Sergio Efraín Barahona Jofré. En su poema “La Miel Heredada”, que el crítico Hernán Díaz Arrieta “Alone” incluye en la antología “Las 100 Mejores Poesías Chilenas”, canta el poeta: “Yo nací cuando ardían las fogatas de mayo/ y lo primero que recuerdo/ es la voz del río y de la tierra.” Fue Agregado Cultural en Colombia, bajo el gobierno democrático de Salvador Allende. Desde el golpe militar de 1973, ha vivido entre Francia (Strasbourg y Aix-en-Provence) y Chile.

Para Barquero, la actividad creadora tiene también un sentido religioso de acercamiento entre los seres humanos y debe conllevar una actitud moral ante la poesía, la crítica y el lector. Afirma el poeta: “Poetizar la trascendencia de los actos, de los vínculos, de los gestos, de los valores esenciales de la vida. Pero no sólo ‘poetizar’, sino también fundar un plano de existencia nueva, donde se dé a luz un hombre nuevo capaz de recuperar una esencia vital perdida en el universo”.

Habitante de remotos lugares campesinos del interminable territorio de Chile, el poeta Efraín Barquero nos confirma, a través de su poesía, el aserto de Neruda: “Chile tiene poco paisaje, porque el hombre está aún aquí excedido por la naturaleza, enfrentado siempre a los enigmas de lo telúrico”.

Obra poética: La piedra del pueblo; La compañera; Enjambre; El pan del hombre; El viento de los reinos; Epifanías; El poema negro de Chile; Bandos marciales; La mesa de la tierra; El poema en el poema; Mujeres de Oscuro.

Pocos -muy pocos- como él, no sólo en Chile, sino en el universo de los poetas, han logrado alcanzar esa esencialidad de la palabra poética, desprovista de todo adorno, ajena a la retórica y a cierta ampulosidad difícil de superar cuando se maneja este Castellano nuestro, pródigo en toda suerte de barroquismos.

Allá por los 80′ tuve la fortuna de contactarme, epistolarmente, con Barquero, quien residía en Strasbourg. Conocí el embrión de su libro «Mujeres de Oscuro», cuyas cuartillas iniciales tuve el honor de leer mucho antes de ser publicadas. Asimismo, me envió los libros señeros de Gastón Bachelard, cuya lectura enriquecería mi quehacer.

En Radio Universidad de Chile, por aquellos años, le dedicamos un programa, el que remitimos a su morada en el sur de Francia. De allí se inició un intercambio fructífero que siento hoy como el mejor vino de los sueños poéticos.

¡Albricias, Efraín!

DONDE LA NOCHE ES TAN GRANDE

(Del libro LA MESA DE LA TIERRA))

Allá en la tierra donde los hombres surgen de

la sombra

tan naturalmente como si fuera su casa

y las mujeres, como los ojos de la sombra,

miran

a través de las ventanas el fulgurante verano

y unos y otros se restriegan los ojos

cuando llega alguien, cuando alguien

se despide

como si hubiera mucho humo y vapor en las

cocinas

y mucho sueño en la lluvia, mucho silencio en

las cosas.

Parece que uno fuera de la sombra a la luz

muchas veces en una sola tarde

y tuviera como el recuerdo de la vida.

Porque todos se sientan a comer a la mesa

donde aprendieron a leer y a escribir

a la hora en que las mujeres se ocultan

y los hombres se lavan recordando la tarde

anterior.

Esa es la hora en que brilla lo blanco del reloj

de pared.

Esa es la hora en que se fijan los rostros en la

memoria

y en que somos iguales a los retratos del

Salón.

ESA EDAD MISTERIOSA

Esa edad misteriosa con abuelos y penumbras

ese mundo de cuero y de madera en que

vivimos antes.

Grande era la sombra del hombre subiéndose

al caballo

para llevar las mañanas más allá de los

crepúsculos.

Y las mujeres cruzando habitaciones

con pasos sin pisadas sobre tablas crujientes

y como llevando un traje negro sobre un traje

blanco.

No era la misma mujer afuera que adentro de

la casa.

Eran jóvenes sólo una vez en el rincón del

tiempo.

Jóvenes como son los lechos vestidos de

blanco

Y las ahogadas con hojas de sauce en los

cabellos.

Esa edad misteriosa en que vivimos antes.