El paraíso en los tejados

Será un día tranquilo, de luz fría

como el sol que nace o muere, y el cristal

cerrará el aire sucio fuera del cielo.

Se nos despierta una mañana, una vez para siempre,

en la tibieza del último sueño: la sombra

será como la tibieza. Llenará la estancia,

por la gran ventana, un cielo más grande.

Desde la escalera, subida una vez para siempre,

no llegarán voces, ni rostros muertos.

No será necesario dejar el lecho.

Sólo el alba entrará en la estancia vacía.

Bastará la ventana para vestir cada cosa

con una tranquila claridad, casi una luz.

Se posará una sombra descarnada sobre el rostro sumergido.

Será los recuerdos como grumos de sombra

aplastados como las viejas brasas

en el camino. El recuerdo será la llama

que todavía ayer mordía en los ojos apagados.

Last blues, to be read some day

Era un sólo galanteo,

seguramente lo sabías-

alguien fue herido

hace mucho tiempo.

Todo está igual,

el tiempo ha pasado-

un día llegaste,

un día morirás.

Alguien murió

hace mucho tiempo-

alguien que intentó,

pero no supo.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

-esta muerte que nos acompaña

de la mañana a la noche, insomne,

sorda, como un viejo remordimiento

o un vicio absurdo-. Tus ojos

serán una vana palabra,

un grito acallado, un silencio.

Así los ves cada mañana

cuando sola sobre ti misma te inclinas

en el espejo. Oh querida esperanza,

también ese día sabremos nosotros

que eres la vida y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.

Será como abandonar un vicio,

como contemplar en el espejo

el resurgir de un rostro muerto,

como escuchar unos labios cerrados.

Mudos, descenderemos en el remolino.

En: A media voz

Cesare Pavese, el solitario de las colinas

En una carta que Italo Calvino le envió al crítico Geno Pampaloni en 1951 le decía: «No has tomado bastantes precauciones contra la infección de uno de los males más tristes y comunes de nuestra época: el anticomunismo». Le hacía algunas consideraciones sobre sus comentarios, poco favorables, a la edición de la poesía de Cesare Pavese, y le advertía que no esperara encontrar en su diario, que no había aparecido aún, muchos comentarios políticos: «Pavese quería darnos con su diario un testimonio del antiguo lado trágico de la vida humana del cual nadie escapa», comentaba Calvino.

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