Por Gabriel Canihuante**

No fue una puntada ni una molestia en un brazo o una pierna, tampoco una corazonada.  Acudió al cardiólogo porque un año antes su oculista lo había sugerido: Como tiene problemas de presión y hay algún riesgo de glaucoma es bueno que se haga un examen al corazón. Tenía que volver al oculista para su control anual y entonces recordó esta cita pendiente.

Por simple casualidad en esos días visitó a un amigo que había estado al borde de un ataque fatal.  Por suerte le destaparon a tiempo algunas válvulas y lo mandaron a su casa a bajar de peso, a cambiar de alimentación, a descansar, cuestión –esta última- que no era difícil porque su amigo acababa de jubilarse.  Este hombre nuevo le indicó el nombre de un especialista. Está en la guía, es fácil de ubicar, le dijo.

Una semana después estaba el candidato a glaucoma con su mejor ánimo en la sala de espera.  Bono en mano y puntual, llegó a la cita un minuto antes de la hora indicada.  Tuvo un mal presentimiento cuando entró a la consulta porque había otras cuatro personas y todo parecía indicar que visitaban al mismo doctor.  Mientras esperaba, pensó que si le preguntasen por qué venía al cardiólogo, diría que había tenido que ir al oculista y agregaría, con gracia en el gesto, que “Ojos que no ven, corazón que no siente”.  No era un buen chiste, pero de seguro el médico se reiría.

Cuando transcurrió la primera media hora, su ánimo ya no era el mismo.  Pero justo en ese momento salió el doctor e hizo pasar a una pareja.  Quedaban sólo dos personas que venían juntas, era un solo paciente más. Diez minutos después llegó un trío: un hombre que parecía recién operado por la forma de caminar y por sus ojeras; lo acompañaban su esposa y una hija.  A los 50 minutos la secretaria hizo pasar a este recién operado a otra sala y cuando el médico salió por segunda vez, guiñó un ojo a las pacientes que esperaban en la sala y se fue a atender al convaleciente.

Cuando volvió a salir habían pasado 70 minutos. Y el facultativo dio pase a las señoras. El puntual candidato al glaucoma no se aguantó más, encaró al médico y le dijo que llevaba más de una hora esperando, que esto no podía ser. Si no le gusta, respondió el médico, esta sería su primera y última visita. Pero yo llegué puntualmente aquí, esta señora tiene cita para una hora después que yo, argumentaba el hombre.

Voy a consultar a la secretaria, apuntó el cardiólogo y se retiró, Volvió enseguida y dijo que las señoras habían llegado primero. Aquí se atiende por orden de llegada, remató.  Entonces mañana llego a las 12 y usted me atiende a las cuatro, respondió irritado el hombre, esto es absurdo, para qué dan consulta con hora si no la respetan. Si no le gusta, señor, puede retirarse. Claro que me retiro, devuélvame mi dinero porque ya le pagué. Pídale el bono a la secretaria.

Al día siguiente, el candidato a glaucoma sufrió un infarto. Sí, sé que esto parece cuento, pero no, el pobre sufrió un infarto mientras dictaba una charla sobre la importancia de la comunicación en el manejo de las crisis.  Estaba a una cuadra del hospital público de la ciudad y pudieron llevarlo en un par de minutos.  A pesar del paro de los funcionarios, lo dejaron entrar; es que iba mal, en una camilla y su rostro se veía pálido.

Cuando estaba bajo los potentes focos de una sala de atención, el paciente se llevó una sorpresa.  Vestido de blanco delantal y con el típico gorrito, pudo identificar el rostro amable de “su” cardiólogo.

-Nos encontramos de nuevo, dijo sonriente el especialista.

Sí, doctor, pero esta vez no me venga con la tontera del orden de llegada.  O me atiende ahora o me muero.

Fiel a su juramento de Hipócrates, el facultativo se puso en acción.  Salvó esa vida, como había salvado otras antes y seguiría haciéndolo muchas veces más.  Claro que sin el famoso orden de llegada. Era cuestión de criterio, no más, o bien de respetar pequeños compromisos como es la hora convenida para una cita.

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* Dedicado a todos los médicos (dentistas incluidos)  que atienden a la hora convenida.

** Escritor en ciernes, cuyo corazón aún funciona bien.