Por José Luis Fernández
Las historias que componen este volumen de cuentos se estructuran en torno a universos asfixiantes, dominados por fuerzas destructoras, las cuales, la mayor parte de las veces encuentran su justificación y anclaje en un pasado que demanda una reparación, ya sea como venganza, ajuste de cuentas o restitución de un orden. No faltan los crimenes posibles, los virtuales y aún los morales.
Se me ha encomendado la grata misión de compartir una lectura y desarrollar algunas ideas de entrada que puedan servir para el convite que hoy nos convoca: el lanzamiento de EN LA GARGANTA, el volumen de cuentos que hoy nos entrega Gabriela Aguilera con lograda ambigüedad y potencia contenida desde su misma portada. El flanco del cuello que se ofrece coqueta o desprevenidamente (¿sutil provocación o ilusa candidez?), se limita a insinuar un erotismo que parece connotar, alternativa o complementariamente, los valores asociados a las nociones de indefensión, entrega o desafío, según el lector o potencial agresor halla podido calibrar desde su lente. La imagen se compone sobre un generoso espacio en off dominado por el rojo, a la usanza de los registros fílmicos del cine de terror. El rostro y la garganta misma, prefigurada desde el título, son eludidos por el lente, dejando identidad y referente en el espacio de lo oculto, incrementando su aparente opacidad, dimensión que retomaremos tras una breve revista al libro.
La lectura de estos cuentos puede llevarnos a la tentación de acudir a filiaciones y taxonomías para resolver en poco tiempo una primera entrada al volumen. En efecto, el centro temático en recurrente motivo del asesinato y el tratamiento de la violencia podrían acercarnos a una eventual influencia del neopolicial latinoamericano, en su vertiente más negra; los epígrafes, que insisten en la relación entre el crimen y la obra de arte, nos podría sumergir en una reflexión sobre las fragilidades de lo real y los sinuosos límites de la moral a partir de El Crimen Perfecto, de Baudrillard; el distanciamiento de la voz narrativa, podría retrotraernos a los ecos de la prosa ultraobjetivista de la nueva novela francesa del Robbe-Grillet de los 50′ y 60′. Si bien estos antecedentes podrían servir de antecedentes válidos para rodear la narrativa de Gabriela Aguilera en otra oportunidad, aquí me referiré a algunas dominantes textuales que dan forma e identidad a la obra, para luego proponer algunas preguntas que nos convoquen a su (re)lectura.
Las historias que componen este volumen de cuentos se estructuran en torno a universos asfixiantes, dominados por fuerzas destructoras, las cuales, la mayor parte de las veces encuentran su justificación y anclaje en un pasado que demanda una reparación, ya sea como venganza, ajuste de cuentas o restitución de un orden. No faltan los crimenes posibles, los virtuales y aún los morales. Los relatos bordean, (bien podríamos decir “bordan” por la paciencia y rigor del punto escritural), distintas espacialidades, motivaciones y representaciones sociales, alegorizando un Chile violentado por sus fantasmas y sus traumas a medio resolver.
La diégesis sobre la que se organizan estos relatos prefieren situar en un plano secundario a sus actantes protagónicos; la enunciación narrativa prefiere que éstos se revelen desde su proceder, a veces impulsivo, la mayor parte de las oportunidades orientado por una poderosa obsesión vengativa. Así, los personajes se dejan contar desde su voz o la fría descripción de su proceder, como también por los espacios que habitan y los roles que pueden asumir para acometer el crimen: es aquí donde cobran relevancia la acción misma, los escenarios dispuestos para ello y algunos objetos, cuyo poder destructor da cuenta de la metamorfosisi que experimenta el espacio cotidiano cuando prevalecen fuerzas instintivas junto a la voluntad resolutiva para perseguir la aniquilación definitiva del otro.
No dejan de llamar nuestra atención, la escritura regida por la frialdad y el ensañamiento en “Tacos Aguja”, relato donde el arma de seducción termina consumando la venganza en una escena de lacerante horror. En “Por causas naturales”, de manera imprevista, pasan a constituirse en arma el analísis de probabilidades y la racionalidad del mundo de los negocios en manos del ejecutivo secundón; ello, claro,junto a la conveniente concurrencia de un trauma de infancia de un jefe despótico. Por último, en “Puñados de sal”, el cloruro de sodio pasa a constituirse en la inesperada estación terminal para un marido que tenía sumida a su mujer en el tormento de la postergación y un maníaco control. En lo que también podría leerse como el reverso de un manido comercial en el que el marido le sacaba la sal a la sopa, intentando complacer a una sumisa mujer, aquí, Pilar le puso la sal. Con ello, se abría la imaginación de la Europa invernal, destino cuyas resonancias pueden tomarse como ansiada liberación o descanso eterno.
Tampoco pasan inadvertidas algunas puestas en escena particularmente programadas para lograr distintos efectos sobre el lector. Destacar el tratamiento pictórico del ritual de entropofagia en “Qué sabor tiene la carne”, donde campean las sutiles descripciones de tonalidades y texturas que enmarcan los rigores de la faena del despostado, ensalzando la carnicería en moldes de un modelo estetizante, a la manera de musicalización del Kubrick de La naranja mecánica. Algo similar ocurre con la secuencia final de “Dos en caída libre”, donde la composición visual parece sugerir una planta de movimientos con guiones prefigurados, con detalles visuales sobre objetos y desplazamientos que tienden a acercar la escena del crimen a un diseño coreográfico, solazado en su propia consumación.
Especial mención merece el logrado registro de diario con el acertado empleo de la segunda persona en “Vas por una nueva lágrima”, en cuya enunciación los hechos relatados van cobrando la tonbalidad de un destino signado por un ignoto orden fatal, el cual se insinúa por la adcripción a los códigos de honra del hampa y por los valores que asume el cuerpo, un territorio condenado a vestirse con “los galones” de la jerarquía delictual, la contracara de los papeles manchados que cierran las puertas para una eventual reinserción social. Un imaginario social de cuño similar se delinea en “Lapiz faber nº 2”, donde en el marco de una entrevista a un asesino en serie, se sugieren las genealogías del abandono y el abuso, con su fatal réplica en el mundo adulto. Aquí, la sequedad recurrente de la sequedad en la garganta, transfigura el rechazo fisiológico ante la contemplación de lo monstruoso, que emerge tan lejos y tan cerca.
En una construcción oblicuamente testimonial, “El filo de las preguntas”, se arma sobre un conjunto de preguntas que resultan tan hipotéticas como infructuosas para encarar a un torturador de un aparato represivo. En una modalidad narrativa próxima al monólogo indirecto libre, se encaran las responsabilidades de un verdugo del centro de detención de la DINA de la Avenida José Domingo Cañas. El relato se repliega sobre sí mismo ante la vengaza consumada que no dio paso a respuestas que pudieran restituir sentidos ante el horror evocado. El Chile de la dictadura también es recreado en “La palabra”, donde se bocetean las relaciones impregnadas de dobleces que se daban en el espacio universitario intervenido, al tiempo que los reencuentros inoportunos se plasman como las instancias que impiden diluir los fantasmas de las culpas, restituyendo los escenarios que las traiciones y las cicatrices corporales alegorizan como trazas supurantes de las heridas del cuepo social.
Si el engaño y la traición se constituyen en leitmotivs que tejen la urdiembre de este volumen, tal vez dos de los relatos donde esta trama se visualiza con mayor nitidez, son precisamente dos cuentos que dan cuenta de las rupturas en el mundo de la pareja. Tanto en “Eso otro que araña por dentro” y en “Vien a cobrar lo que me debes”, se recrean metafóricamente las cuitas pendientes en el resbaladizo territorio de los vínculos afectivos: la viscosa envidia ante la amiga deseada o el desquite del marido despechado en su ego herido, son los pies forzados para el montaje de dos historias que traspasan la literariedad de sus argumentos para erguirse como piezas emblemáticas de las contradicciones y desgarros del amor en los escenarios burgueses de la urbe contemporánea.
Esta primera aproximación valga como un sugerente pretexto para introducirnos EN LA GARGANTA…territorio íntimo y oscuro, canal de alcances secretos, por donde nos nutrimos y vocalizamos. En suma, zona de trasvasijes, en donde nos reencontramos con nuestros miedos y algarabías, en la desnudez de nuestras emociones más básicas, en donde intentamos formular nuestros discursos, balbucenado nuestras palabras de amor o esgrimiendo nuestras mentiras y justificaciones.
En la garganta, con momentos de destellos y ansiedad, sé que el lector quedará rumiando con estos cuentos, ajeno a cualquier indiferencia. Este libro nos conecta con la violencia de sus parajes, que no son otros que los fantasmas que asolan nuestro inconsciente, que npueblan el morbo de la massmedia y que desnudan algunos de los paradigmas de la violencia menos visibles del Chile de comienzos del tercer milenio.
16 de diciembre 2008.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…