de Revista Nuestros Temas Nº 31, 2008, MINEDUC
Sin duda, el primer aprendizaje escolar fundamental es el de la lectura y la escritura. Las generaciones de nuestro país han aprendido y aprenden hoy día mediante diferentes métodos y textos, con variados resultados. En el pasado, y para un porcentaje muy bajo de matrícula en relación a la población en edad escolar, circularon los Catones (Libros para enseñar a leer mediante lecturas elementales y frases con contenido moralizador), los inolvidables silabarios y algunos libros para apoyar materias como la historia, la zoología, la botánica. Hoy día la realidad es muy diferente, ya que el nivel de educación básica recibe y atiende al 100% de la población escolar y un porcentaje algo menor accede a educación media.
La política de dotación de textos escolares a los establecimientos subvencionados tiene el carácter de universal, y busca que cada niña y niño cuente con un libro de texto para los subsectores definidos como prioritarios, desde 1º Básico a 4º Medio. A los cerca de 8500 establecimientos escolares de educación básica (subvencionados) asisten sobre dos millones de estudiantes. Cada niña y niño –en su paso desde 1º Básico a 4º Medio– recibirá un total de 52 textos escolares para diferentes subsectores, lo que constituye un gran avance en términos de apoyo al alumnado, al profesorado y a los procesos de enseñanza – aprendizaje.
Algo de historia
Prácticamente a nivel mundial existe no solo la percepción, sino evidencias medidas, de que el sistema escolar no está logrando su misión, que se lee poco y mal, en un mundo donde la industria editorial lanza anualmente al mercado cientos de miles de libros de los más diversos tipos y temáticas, soportes, formatos, diseños, etc.
Jean Hébrard,[1] historiador francés ligado al mundo de la educación y la lectura, entrega algunas interesantes ideas sobre este fenómeno. Su artículo destaca hitos del desarrollo histórico en el tema del lenguaje oral y escrito. El ser humano aprende a hablar hace unos 30.000 años, pero la invención de la escritura se produce recién el 3100 a. C. Mucho después, 700 a. C., Grecia inventa el alfabeto con el propósito central de formar ciudadanos, y recién en 1440 d. C. nace la imprenta. En el siglo XIX, las grandes naciones transforman la escolarización en una institución estatal, porque la revolución industrial requiere personas con cierto grado de formación. Y así llegamos al siglo XX, encontrándonos con la llamada “crisis de la alfabetización”. En términos generales, eso significa que la lucha contra el analfabetismo no está terminada, y que la escuela ha fracasado en su tarea central.
Según Hébrard, el contexto va produciendo cambios en el foco puesto por la sociedad y la escuela en el tema de la lectura. Hasta la década del 70 mayoritariamente se leen libros, actividad que es importante en sí y, además, porque se les asigna un rol central para la formación de las personas. Sin duda, esta lectura requiere un esfuerzo, aunque eso no signifique que quien lee no disfrute de ella.
En la década del 70 se produciría un cambio central: ahora lo importante es leer, independientemente de lo que se lea, porque la nueva concepción subyacente es que toda lectura informa y, además, da (debiera dar, más bien) placer. Finalmente, en la década del 80 y hasta nuestros días, se impone la lectura funcional de todo tipo de objetos que no son libros, como periódicos, revistas, recetas, folletos, cuidados de la mascota…
Así, todo lo escrito pasa a formar parte de la cultura escrita y desde los ministerios y otras instituciones comienzan a diseñarse políticas de lectura culturales y escolares que buscan como objetivo central acercar a los libros a los cada vez más esquivos lectores. Editores, escritores, bibliotecas, bibliotecarios, escuelas, se unen para crear nuevos ambientes de promoción y animación de la lectura, y comienzan a crearse los “rincones de lectura”, “la hora feliz”, “la hora del cuento”, para demostrar y consolidar la idea de que no hay nada más placentero que la lectura.
En el año 2006, Fundación La Fuente[2], encargó a la empresa Adimark la realización de una encuesta telefónica para conocer y medir los hábitos de lectura de libros. El grupo encuestado abarcó 1.014 hombres y mujeres mayores de 18 años, de diferentes niveles socioeconómicos, en 16 de las principales ciudades del país.
Sus resultados entregan datos significativos para conocer nuestra realidad respecto a la lectura. Nos encontramos así con un 45% de no lectores, un 34% de lectores ocasionales y un 21% de lectores habituales, entendiéndose por estos a quienes leen un promedio de 7,9 libros al año, cifra que ni siquiera corresponde a la lectura de un libro mensual.
El promedio de libros por hogar entrega datos bastante desoladores; en casi la mitad de los hogares encuestados hay menos de 10 libros y, a menudo, entre ellos se cuentan los textos escolares. Un 8% cuenta con más de 100 libros y solo un 2% tiene más de 500 libros.
Nuestro siglo XXI
Si antes se leía fundamentalmente aquellas obras consideradas “clásicas”, cuyo valor era contribuir a la formación de sus lectores, esta concepción de la lectura apunta al sentido de descubrir “cosas nuevas” en este nuevo mundo de lo escrito, en el cual caben desde las boletas de servicio, hasta folletos explicativos y, también, libros. Y aquí cobran un rol preponderante los profesionales encargados de orientar y acompañar a los potenciales lectores: bibliotecarias y bibliotecarios.
Las tecnologías de la comunicación han avanzado a una velocidad impensable; se han liberado de los cables y se alojan en aparatos cada vez más pequeños y multifuncionales, para que puedan acompañarnos con facilidad en el hogar, en la calle, en el trabajo, en el ocio. Un mínimo teléfono permite practicar todas las habilidades del lenguaje: conversar, enviar y recibir correos, buscar y leer noticias e información en Internet, etc. Y, por otro lado, tenemos a nuestros libros impresos, que -dicho de la manera más simplista- nos “permiten solamente el esfuerzo de leer”.
Frente a estos datos de realidad es necesario hacerse algunas preguntas, quizás muchas, para tratar de entender cómo es o cómo será la vida de los libros y la lectura en este contexto, tanto en los hogares como en los establecimientos escolares y en la vida laboral: ¿Cuánto tiempo destinarán las personas a las variadas formas de comunicación? ¿Ocupará la televisión la mayor parte del (escaso) tiempo libre? ¿Cómo se usará el computador: para informarse, para jugar, para leer análisis y textos complejos de variados contenidos? ¿La lectura de libros impresos será sustituida por la lectura en pantalla?
Habilidades lingüísticas
Retomando el tema del lenguaje y sus cuatro habilidades centrales: hablar, escuchar, leer y escribir, hablamos hace más de 30.000 años, pero escribimos (y leemos) hace apenas 5.000 años. Esto no constituye aún un fenómeno mundial para todas las sociedades actuales, ya que existen culturas de tradición oral y, por otra parte, está siempre presente el llamado analfabetismo funcional que impregna buena parte de nuestro planeta.
Aprendemos a hablar y escuchar fundamentalmente en el hogar, y a leer y escribir en la escuela, en un período de alrededor de dos años. Todas estas habilidades se interrelacionan en cualquier espacio donde se dé la comunicación, y confluyen para mejorar y ampliar el manejo de la lengua, el pensamiento, la necesidad de entender y entendernos.
Respecto al desarrollo de las habilidades del lenguaje y de la lectura en particular, se observa un claro sesgo social, en términos de que, sin duda, los niños y niñas pertenecientes a los quintiles más ricos tienen mayores posibilidades por razones familiares, económicas, sociales, culturales, escolares. Están inmersos e interactúan en ambientes más estimulantes desde el punto de vista del lenguaje hablado y la conversación cotidiana; en suma, están más tempranamente familiarizados con hablar y escuchar y llegan a la educación formal en mejores condiciones lingüísticas. Así, este capital cultural facilita sus aprendizajes, al menos en algunos aspectos centrales. En el caso de quienes pertenecen a los quintiles más pobres, su capital cultural es, a menudo, muy diferente del que la educación formal valora como universalmente deseable; sus habilidades para hablar y escuchar son menores, lo que tiene un impacto negativo en los futuros aprendizajes y posterior aprendizaje de la lectura y la escritura. Sin duda, el nivel socioeconómico no es todo ni determina mecánicamente los procesos de enseñanza – aprendizaje, pero sí es un factor que facilita o dificulta y, en este último caso, el rol de la escuela, del profesorado y de la comunidad educativa será altamente significativo para alcanzar mejores resultados.
¿Qué es leer?
Gracias al alfabeto podemos leer, escribir y disfrutar del mundo letrado, pero la gran paradoja es que también permite que podamos leer (más bien descifrar) correctamente, pero sin comprender nada de los significados y sentidos ocultos en cada palabra y oración. Cabe preguntarse cómo estamos enseñando a leer y a comprender lo leído, cuando, en general, el aprendizaje escolar de la lectura tiende a optar por interpretaciones únicas (en verdad, respuestas a preguntas estereotipadas), que depositan esa capacidad solo en el texto y rara vez en el lector como constructor de sentidos y de nuevas interpretaciones, al poner en juego sus propios pensamientos y conocimientos.
Leer, entre otras cosas, es una actividad que se adquiere siempre en una comunidad, con pares, a través de diversos métodos de enseñanza y puede adoptar muy diferentes maneras: silenciosa, en voz alta, compartida, individual, colectiva, interrumpida, retomada, comentada, relectura, y un largo etcétera. ¿Permitimos que eso suceda en las salas de clase, al menos parte del tiempo? ¿Consideramos que hablar, conversar y comentar dentro del aula sean actividades necesarias e imprescindibles para el aprendizaje de la lectura y para ampliar los límites de la comprensión de nuestro alumnado?
Sin duda, leer es una de las actividades más complejas del ser humano, especialmente hoy. Leer es comprender lo escrito en función de la interacción entre lo leído y los conocimientos previos del lector: es un diálogo entre el pensamiento propio y el de quien escribió lo que leemos. Juega un rol central en la apertura de puertas hacia otros mundos posibles de la vida personal, social y laboral, sean estos reales, imaginarios, virtuales, pasados o futuros.
¿Por qué leemos?
Las razones son casi infinitas, varían de una sociedad a otra y de una persona a otra. Leemos para escribir, para hablar, para escuchar pensamientos y voces diferentes a las nuestras, para seguir leyendo. Y cuando escribimos, aun cuando sea sobre “nuevos” temas, estamos también y de manera fundamental, compartiendo nuestros bagajes de lectura y nuestras particulares interpretaciones.
Leemos también, y con toda justificación, para resolver un problema práctico; para informarnos sobre un tema de especial interés o buscar informaciones específicas; por el puro y legítimo placer; para examinar y confrontar nuestras propias representaciones a la luz de otras; para acercarnos o alejarnos de determinadas concepciones (sociales, culturales, religiosas, políticas); para comparar y escoger nuestras maneras de decir, de explicar, de entender, de convivir con seres humanos parecidos y diferentes a nosotros. Finalmente, para apoyar nuestro derecho a opinar y tomar decisiones, participando en el mundo en que nos tocó vivir y que siempre compartimos y compartiremos con otros…
Cada cierto tiempo resurge la idea de que el libro pronto será algo del pasado, siendo sustituido por Internet y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Umberto Eco[3] afirma que el libro sigue (seguirá) siendo el principal medio de transmisión del conocimiento, y que el texto escolar es una gran oportunidad para educar a niñas y niños en el empleo del libro y en el acceso al conocimiento y al aprendizaje, ya que entrega unos criterios de selección (posible), frente al cúmulo de información disponible. Así, el rol de Internet no es sustituir a los libros, sino complementar el acceso al conocimiento y, además, requiere de usuarios con buenas capacidades de lectura crítica, que no se pierdan en esa “maraña de información” y puedan cuestionar, entre otras cosas, su veracidad.
Aprender a leer y escribir es una tarea central que la sociedad ha depositado de manera específica en la escuela, especialmente durante los primeros años, y es la base para todos los procesos de enseñanza – aprendizaje en cualquier ámbito del conocimiento humano. Para quienes tienen un menor capital cultural, las habilidades previas de hablar y escuchar son vitales para aprender a leer y escribir. El silencio de las salas de clases, la falta de diálogo, de conversación, y la abrupta inmersión de los estudiantes en un lenguaje escrito que no pueden reconocer como propio, porque está muy alejado de su habla cotidiana, atentan contra el aprendizaje de cualquier tipo de lectura, pero más aún, de la necesaria lectura comprensiva, crítica, opinada, interpretada, por estos nuevos aprendices y su profesora o profesor.
El tema de la lectura y la escritura seguirá motivando investigaciones, discusiones, nuevas teorías, lo que es bueno, porque significa generar diálogos sociales y creer –al menos parte de la sociedad– que la lectura tiene un valor, una capacidad para hacernos más humanos, razón suficiente para que continúe siendo objeto de nuestro pensamiento y de nuestros esfuerzos por cimentar condiciones de igualdad de oportunidades, de equidad y de calidad para quienes habitamos en este planeta.
[1] Hébrard, Jean: “El aprendizaje de la lectura en la escuela: discusiones y nuevas perspectivas”, Buenos Aires, 2000.
[2] Institución privada que ha enfrentado el tema de la lectura a través del trabajo en establecimientos escolares, y la instalación de bibliotecas en espacios públicos, entre otras.
[3] Eco, Umberto: El libro escolar como maestro, 2004.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…