A Carlos Penelas

Hoy se puede obtener, a través de la red virtual de Internet, una enorme variedad de textos de diversos autores… Con esto se va materializando gran parte del sueño de los enciclopedistas del siglo XVIII, que buscaban reunir lo esencial del conocimiento humano en una gigantesca biblioteca, pero también se comete abusos flagrantes en desmedro de los creadores, pues la justa retribución por los derechos del creador no se cumple.

El gobierno de China amenaza hoy con entablar una demanda a la empresa Google y al estado norteamericano, por indebida apropiación y uso virtual de obras de autores chinos que nunca otorgaron su consentimiento para ser incluidos en la red abierta.

Prefiero leer libros de papel, acariciar los folios, oler ese curioso perfume que pareciera surgir del gozoso maridaje de la letra y el árbol. Además, el libro puede acompañarte a donde vayas, otorgándote la ventaja de volver atrás en la lectura, de anotar tus apostillas a pie de página, de introducir entre las hojas pétalos de alguna poetisa extraviada… Pero me voy acostumbrando también a la lectura en pantalla. Ahora estoy leyendo “La Decadencia de Occidente”, de Spengler, y el fin de semana recién pasado devoré “Historia de mi Vida”, del incomparable Anton Chejov… Se puede, aunque no sea lo mismo.

Tengo publicados catorce libros en Chile y decenas de crónicas y artículos en revistas y periódicos. Comencé a perpetrar ediciones en 1981, hace veintiocho años. Jamás he recibido un peso por derechos de autor, salvo los que me llegaron de Galicia, por los cinco libros editados allá y por mis crónicas semanales en “Galicia en el Mundo”. En este mi país de nacencia, la tierra de dos premios Nobel de Literatura: Gabriela y Pablo, sólo he obtenido algunas críticas literarias, más o menos favorables, pero de dinero, ni hablar…

Omití un hecho para mí excepcional. A fines de 1989, cuando habíamos derrotado electoralmente al Gran Canalla, me llamaron del Diario “La Época”, para pedirme una crónica sobre el “realismo mágico” en la literatura. Trabajé varios días en ella. En verdad, se trata de un breve ensayo, que el periódico de marras publicó el domingo 31 de diciembre de 1989 –Año Nuevo, cumpleaños setenta y seis de mi santa madre y cinco días desde mi regreso de Buenos Aires, luego de una temporada de “exilio financiero”- bajo el título de “Valle Inclán y el Realismo Mágico”, porque, según mi humilde perspectiva, creo que el manco gallego de la Puebla del Caramiñal es el precursor iluminado de ese “ismo” que se atribuye a García Márquez por los ignaros de siempre… La edición, a todo color, en la portada del suplemento de letras de “La Época”, me produjo una buena satisfacción, en momentos en que necesitaba un espaldarazo.

Marisol me preguntó: -“¿Y cuánto van a pagarte por este trabajo?”. Me encogí de hombros, pensando que nada, que las palabras, aun elaboradas con dedicación y amor, son gratuitas… Marisol se fue, al día siguiente, a conversar con el director del diario. Luego de un breve intercambio de opiniones que no es del caso relatar aquí, regresó a casa y me dijo: -“Van a pagarte, no sé cuándo, pero lo harán”-. Dos meses más tarde, me llamó la secretaria del director, informándome que había un cheque para mí en tesorería. Volé, raudo y feliz, pensando en un guarismo contundente. Me atendieron con particular amabilidad, extendiéndome el documento a la orden. Eran quince mil pesos chilenos, unos cincuenta dólares, al cambio de aquellos días.

Pensé pegar el cheque en una cartulina, escribirle una buena glosa, llena de ironía mordaz, y dejarlo como un póster para recuerdo de mis futuras generaciones, a ésas a las que estoy en vías de heredar, legalmente, todos mi escritos, sean inéditos o publicados, pero en casa se había terminado la leche, quedaba poco pan, íbamos a elaborar unas empanadas y no quedaban cebollas ni carne molida ni aceite… Cambié el cheque en el banco más cercano, pase al “Rápido”, me zampé dos empanadas de queso y una cerveza de medio litro. Hacía mucho calor en ese febrero del 90’, pero proclamaríamos a un Presidente democrático y las cosas iban a mejorar, sin duda…

Marisol recibió el dinero. –“Aquí falta plata”- me dijo. Es verdad, le respondí, siempre va a faltar plata…

Edmundo Moure