Homenaje a Poli Délano I

Poli Délano: El Hombre de la Alcancía

Por Iván Quezada E.

La aventura chilena de Poli Délano comienza fuera de Chile. No sólo por haber nacido en España o criarse en Estados Unidos.

La ironía, la vitalidad, el escribir sin teorizar fueron, desde siempre, las grandes novedades en sus historias y con las cuales se opuso, sin proponérselo, al decadentismo criollista —aferrado a un país antiguo, ya inexistente en su época— y a la versión más intelectual de los revisionistas del cincuenta. Nada mal para quien el castellano era casi su segunda lengua. Como González Vera, quien según Manuel Rojas contaba las palabras como chauchas, Poli toda su vida ha tenido una alcancía de la cual, como un mago, saca el dinero para vivir, la sensatez para escribir todos los días y algunos pequeños reliquias (sin valor monetario) con las que va armando sus cuentos como si fueran un mecano.

Existe un Poli perfectamente inimaginable para quienes lo conocimos como un hombre reposado: el de los riesgos extremos, el viajero impenitente, el primero entre nosotros que creyó en la juventud eterna (el auténtico descubridor de Eldorado y de la Ciudad de los Césares). La ecuación que, luego de intrincadas operaciones, da como resultado una prosa dinámica, consciente de su fecha de vencimiento pero no por eso resignada a su suerte, está escrita en sus libros como una cábala.

Entonces Chile no estaba en las solemnes declaraciones de los próceres, ni en la prematuramente avejentada élite experta en todos los libros del mundo. Se hallaba más acá, incluso, del habla cotidiana. La creciente complejidad del nuevo país no se resolvía tratando de imitar a Proust o a Joyce, sino con una fuerte dosis de sencillez, que sólo alguien descomprometido con los prejuicios de la sociedad (tan recalcitrantes como arbitrarios) podía conseguir. Por eso digo que su aventura chilena viene de otra parte, como el viaje de Aniceto Hevia a sus raíces en Hijo de Ladrón. Surge de su ser más elemental, del que gusta de la buena comida, de los viajes bien acompañados, de las conversaciones sin retórica: el sentido común al servicio de relatar sin ambigüedades la supervivencia y las relaciones entre las personas.

Desde Nueva York trajo el cosmopolitismo y de México los sabores fuertes. Es un chileno de otra especie, que nace de las correrías por el mundo de sus progenitores, pero eso no le resta un ápice de su identidad. De todo saca una historia, aunque hasta el día de hoy se resiste a la memoria: prefiere el presente, el momento sin intermediarios, o con la menor transición posible entre la realidad y el papel. Su credo libertario se afinca en la experiencia: a medida que su visión alcanza más lejos, gracias a sus viajes iniciáticos, su oportunidad de ser libre al escribir es mayor. Este hedonismo es, a la vez, humanista por la influencia del padre, Luis Enrique Délano, quien desde pequeño lo indujo a las ideas sociales. El anhelo de emular al patriarca le gana al complejo de Edipo, si bien las lecciones de Lola Falcón son importantes.

Poli Délano fue un pionero en las lecturas de los estadounidenses, por el hecho de vivir sus primeros años escuchando el inglés. Con Antonio Skármeta y Carlos Olivárez discutió sobre la Beat Generation, Hemingway y William Faulkner. Con su estilo deshilvanado a veces, vibrante a menudo, se ganó algunos años de juventud cuando era joven, y en vez de encasillársele en la Generación del Cincuenta fue a dar al grupo de los Novísimos, inventado por su amigo José Donoso. Parece que en la vida de Poli han transcurrido dos siglos enteros, con sus dos mundos y sus muchas mujeres. Incluso en sus relatos recientes se percibe el misticismo por la liberalidad sexual de los años sesenta y setenta, convirtiendo en sinónimos el sexo y la vitalidad (antes de que la publicidad y la televisión se aprovecharan de las buenas intenciones). Sin embargo, el desengaño consustancial al paso del tiempo marca un contraste con ese límpido «optimismo de la voluntad», y así muchas veces sus historias tienen finales amargos.

Vale la pena mencionar otra vez la palabra «vitalidad». En la casa literaria del Poli, ella constituye los cimientos. Se trataría de ir más rápido que el tiempo al escribir, en una vertiente menos surrealista y arbitraria de la muy mentada «escritura automática». Le tiene cariño a los viejos experimentos, a las viejas vanguardias. Como a propósito se rodea de jóvenes en sus talleres literarios, para sacarle nuevo lustre a sus propios deseos de hacer una literatura rupturista con los dogmas, desapegada de la moralina e intrépida en la forma. Lo vital vence a todas las ideologías, incluso las que él mismo profesa, y de ese modo el próximo libro que lee o escribe, siempre será el más placentero.

Me gusta el efecto de humor que consigue Poli cuando se pone serio o demasiado preciso en el significado de las palabras, pareciendo ingenuo ante los ojos de los incrédulos y manipuladores. Da la impresión de decir: «¿Por qué, si me pides ir por debajo del puente, después me esperas arriba?». La paradoja es doblemente bien recibida por los muchos engaños en que subsistimos en esta época de nadie. Su punto de vista nos devuelve a la honestidad simple de las conductas venidas de fábrica con nosotros. Esta enseñanza psicológica cala hondo especialmente entre sus compatriotas, ya que se opone a la hipocresía y la envidia nacionales, deformaciones que en último término alienan a quienes las practican.

Otra manera de ir contra la corriente, al menos en sus comienzos como escritor, fue empeñarse en la primera persona. Esto después se hizo un lugar común, especialmente entre los escritores más jóvenes de la Nueva Narrativa Chilena. Pero en su momento fue un desafío a las convenciones que situaban a este recurso por debajo del narrador omnisciente. Con Poli nunca ha significado hacerse el gracioso, ni exacerbar el ego hasta la antipatía. Sino poner a prueba la franqueza personal y el compromiso del autor con su vida por sobre sus recuerdos. Es una ironía de la historia que muchos escritores posteriores se autocensuraran de mil modos y continuasen como si nada nombrando a su «yo» y tuteando al lector. Sin embargo, creo que las confusiones no hacen verano, y el trigo sigue siendo el resultado de una trilla (o lectura) bien hecha.

La ironía, en cualquier caso, no incomoda a Poli. Recuerdo una entrevista en que se declaró «cínico» con los intentos por mejorar el mundo y simultáneamente partidario acérrimo de la Unidad Popular. La contradicción sólo es aparente, creo yo. El sarcasmo no se dirige en contra de sus convicciones ni de los esfuerzos de la política por no degradarse a sí misma, sino del propio Poli, ya que se cuestiona su capacidad para corresponder a tan altos ideales. Por esto no creo que se vea como un autor canónico, sagrado, sino que continúa rindiéndole honores a sus dudas adolescentes, y en ese sentido es uno de los «viejos» más humanos que he conocido entre los escritores chilenos. A diferencia de otros grandes escritores con quienes he departido, él nunca asume un papel de «maestro» y no porque le falten aptitudes para serlo, le sobran; pero prefiere rejuvenecer y hablar de «tú a tú», así como escribe de «yo a yo». Sus inquietudes e incertidumbres no han cambiado en cincuenta años, aunque ni con unas ni con otras es tan extremista como un gurú, o un hombre sin esperanza, o un escritor que sólo vive para los premios.

De manera que con Poli se puede hablar de todo y nunca fingirá saber algo por experiencia, ya que en su pensamiento íntimo el cambio lo determina todo, y también la propia experiencia. No escribe para ser sabio, ni para acumular elogios en un frasco de formaldehido. En sus amenas Memorias Neoyorkinas recupera la respuesta que se dio a sí mismo acerca de por qué escribía, anotando:

Todo ser humano necesita expresarse de una manera u otra. Escribir para mí es una necesidad vital. Una idea, un personaje, un tema llegan a mí, quitándome la tranquilidad. Cuando logro verter estos elementos, me siento más liviano, menos nervioso.

Y luego dice que ahora desconoce por qué escribe, o si acaso lo hace para responderse una pregunta que ni siquiera sabe cuál es. El afán por expresarse, sin embargo, es un motivo válido, sobre todo para quien no se eleva como un vidente. Con otro ánimo podría decir que se ha hecho a sí mismo a través de la escritura, más aún si consideramos que muy joven la identificó como su oficio. En la capacidad de unir dos palabras y lograr más que el significado aparente de las palabras, no necesariamente hay un elemento esotérico, o tan esotérico. La magia no requiere explicaciones, como le explicaba el profesor Rubén Azócar a su pupilo Poli Délano, con alguna impaciencia.

«Más liviano, menos nervioso»… Sus narraciones reflejan lo primero, aunque guiadas por una mano nerviosa. Podría decirse que contagia al lector con su mal interno, que puesto sobre el papel cumple un rol positivo al apuntalar la entretención. Si algo le agradezco a Poli son las muchas horas de entretención que he obtenido leyendo sus libros. Es cierto que los medios de comunicación masiva han rebajado esta virtud, convirtiéndola en una excusa para satisfacer a la bestia humana con violencia y grosería. Pero no toda la gente vive en esa dimensión (yo mismo cada vez que apago el televisor siento un placer que me eriza el pelo, y cuando permanece apagado semanas o meses, el nirvana empieza a mandarme mensajes). En suma, la posibilidad de irse de aventura por África o China con Poli es una apuesta segura de nuevas emociones.

Con pocos autores me ha ocurrido esta experiencia de leer sin detenerse. Por ejemplo, con Graham Greene, Charles Bukowski, Raymond Carver, Manuel Rojas, González Vera o José Miguel Varas. Con las ya citadas Memorias Neoyorkinas me planteé el desafío de leer cien páginas seguidas, como quien aguanta la respiración bajo el agua, y el resultado fue tan estimulante como una carrera de cien metros planos. En el caso de Poli, pienso que afinó esta habilidad con su conocimiento de la literatura norteamericana. Al igual que Hemingway o Larner, lucha contra lo accesorio y superfluo, aunque sin restringirse excesivamente con las correcciones. Los contrastes reflejan los cambios de ánimos, los cuales a su vez dan una señal de los altibajos de su oficio literario: así, en sus libros de cuentos fácilmente se encuentra una historia en un párrafo y sin puntos apartes, al lado de otra que obedece a todas las convenciones clásicas del género. Esta ductilidad demuestra la libertad del autor, como asimismo las diversas necesidades materiales de su inconsciente para expresarse con fidelidad a sus principios.

Quizás la imaginación de Poli no se contenta con imaginar. Ella, la imaginación (desde luego, es una mujer, género humano que Poli consigue retratar exactamente), querría verse a sí misma mediante las palabras, pero sin pasar por el tiempo, como en esas películas en que el protagonista se reencuentra con su «yo niño» cuando ya es adulto, por un intrincado sortilegio. Los hechos y la ficción se vuelven una sola cosa y por ello no asombra que a veces el narrador mire desde afuera una y otra entidad para dar su opinión. Los lectores seríamos los privilegiados en este predicamento, debido a que no tenemos que sufrir los rigores del desdoblamiento para recrear y convivir con los personajes de Poli.

«Y al cabo, nada os debo; debéis me cuanto he escrito». Este verso de Antonio Machado podría ser el lema de Poli. Él siempre se pone en el lado del lector y vuelve a ser niño, si escribe un libro para niños, como en la serie de Policarpo o en la primera entrega de sus memorias. También fue un adolescente en Cero a la Izquierda, o una gringa de visita en Chile en la novela Este Banco del Parque. Busca la identificación con la gente real, cotidiana, y no le cuesta dar con el lenguaje que todos compartimos. Naturalmente, en su imaginario no cabe pontificar y por tal motivo siempre es un autor cercano, dubitativo y con quien uno incluso puede discrepar en la calle, fuera del almidonado Parnaso. De modo que tampoco se le debería culpar si indicó mal la dirección que uno le preguntó. Y la persona de Poli Délano, la circunstancial y corporal, es todavía más fácil de tratar que el escritor, porque siempre tiene la edad de con quién habla.

Texto leído por el autor en el Homenaje a Poli Délano, en el Instituto Cultural BancoEstado, viernes 4 de diciembre del 2009.