Por Josefina Muñoz Valenzuela
Ernesto Eslava nació en Valdivia en 1914 y murió en Santiago en 1995. Aunque era menor, integró el grupo de Neruda, Juvencio Valle, Diego Muñoz, Orlando Oyarzún, Homero Arce y muchos otros escritores, músicos y pintores. Bondadoso y gran amigo, cuando mi padre quedó herido en un accidente de tren en la cuesta Palos Quemados, Ernesto viajó a hacerse cargo de su atención y a traerlo de vuelta a Santiago. De largos y frondosos bigotes, cuando estaba enojado los mordía rabiosamente, quizás para evitar una explosión que anticipaba letal para quienes lo habían provocado. Fue un colaborador activo de la Alianza de Intelectuales y, más tarde, de la Sociedad de Escritores, espacios donde desempeñó diversos cargos.
Su interés en destacar con generosidad las capacidades de otros se aprecia tempranamente en su libro “La inquietud de un poeta”, dedicado a analizar la obra del poeta Víctor Domingo Silva. También se interesó en el arte pictórico nacional y en 1943 estuvo a cargo de la edición del libro “Pintura mural: Escuela México de Chillán”, que daba cuenta de las razones políticas y las circunstancias que motivaron el encuentro entre Chile y México, abriendo campo a la pintura muralista chilena. Destacó con lucidez la importancia del arte público: “Las pinturas de la Escuela México han constituido el primer contacto objetivo muralista mexicano moderno con el ambiente artístico chileno, y el primer esfuerzo por el arte público en nuestro país”. La Escuela Muralista de México había partido en 1922; luego del terremoto de 1939 que dejó en ruinas a Chillán, los mexicanos ofrecieron hacer un mural en la Escuela México de dicha ciudad. En esa cruzada, junto a Siqueiros se sumaron reconocidos artistas chilenos, entre ellos, Laureano Guevara, Gregorio de la Fuente, Camilo Mori, Luis Vargas Rosas.
En 1971, la Ilustre Municipalidad de Santiago le entregó el premio Beca de Chile de Literatura, una notable iniciativa, que favorecía la activa presencia de escritores a lo largo de Chile, de manera que pudieran desarrollar charlas, clases, recopilaciones, etc., así como su propia escritura, algo que venía haciendo por propia iniciativa en liceos y centros culturales de provincia, y que desde ese momento reforzaría con desmesurada pasión. Desde siempre, estas giras por el país generaban las bromas de sus amigos, que le adjudicaban aventuras amorosas, razón por la cual Ernesto mordía sus bigotes con más indignación que de costumbre.
El brasero y las abuelas tienen un rol importante en la mayoría de los libros de Eslava. En el brasero se calienta el agua para los mates y la comida, porque no en todos los hogares había cocina a leña. Y en torno a su calor se reúnen los grupos familiares, especialmente las abuelas y los nietos y nietas. Allí se comparte una vida que no entrega grandes sorpresas, pero que también encierra peligros y amenazas que hay que aprender a enfrentar -cuando es posible-. La oralidad se despliega alrededor de la calidez de las brasas, donde especialmente las abuelas acogen, abrigan, comparten los mates y comentan los sucesos cotidianos y mágicos, aquellos donde el diablo tiene un rol preponderante y es posible escuchar sus pasos cuando cae la noche.
En su libro “Melillanca”, el cuento El maestro rinde un homenaje a esos profesores normalistas que se esparcieron por todo Chile en una verdadera cruzada educadora. Formados con estrictez y sólidos principios morales, llegaron a las pequeñas ciudades y pueblitos para hacerse cargo de la formación de niñas y niños que, en su mayoría, no tenían otro futuro que seguir trabajando en faenas agrícolas o caseras. Bajo una apariencia temible, reforzada por un recio vozarrón, sus estudiantes van descubriendo la ternura y generosidad con que los conduce a aprender y a conocer mundos desconocidos.
En otro extremo, Batalla de fin de año narra de manera magistral la agonía de los exámenes frente a las comisiones examinadoras, ejemplificado en un estudiante con dificultades de aprendizaje como se diría en lenguaje actual, que es “rajado” (y humillado) sin hacerle ni siquiera una pregunta. Sufrimos con él durante la larga espera, mientras siente que pasan las horas y a cada minuto recuerda menos de lo poco que consiguió retener. Sufrimos más aún cuando sabemos que hará lo que todavía sucede: abandonar la escuela y no regresar jamás.
En la mayoría de los cuentos de este libro se palpa el paso del tiempo en un campo aparentemente calmo, normado por el trabajo cotidiano de sol a sol, el brasero y los mates compartidos que ayudan a tener menos frío, pero donde los patrones no son solo dueños de la tierra sino también de las personas y sus vidas. Las abuelas son grandes figuras acogedoras, que reúnen alrededor del brasero a niños asustados, hambrientos, con frío. Son también quienes les hablan con cariño y les cuentan leyendas conocidas por todos, donde el diablo es el personaje principal, siempre a la caza de las almas que han hecho pacto con él. Hacen que los niños se tapen los oídos cuando se aproximan sus pasos en la oscuridad de los caminos: tac trac, tac trac… porque así se mantendrán a salvo.
En el puente vemos una pareja de años, Violeta y Julián, que se conforman con verse durante algunos momentos, ya que la pobreza de él no le permite casarse y esa es la única relación de amor que pueden tener. Sabemos que él sufre un asalto y lo matan, pero Violeta solo se entera del hecho cuando ya está enterrado. Su vida sin Julián deja de tener sentido y se suicida lanzándose al río.
“Puebla de Granuja o el diablo de Chimbarongo” tiene dos historias paralelas, una estructurada en torno al cura del pueblo y otra por Granuja y su familia. A través del relato, se aprecia el poder de las grandes familias, dueñas de la tierra en general, que deciden sobre la vida y el destino de sus habitantes.
El cura, querido por sus feligreses, vive con una sobrina, pero pronto el pueblo comienza a correr el rumor de que la sobrina es “para todo servicio”. Frente a esto, el cura va a visitar a don Lucas, para decirle que quiere que su sobrina se case con su hijo Roberto. Se casan y el cura les pide que sigan viviendo con él hasta que puedan tener algo propio. Pronto se reanudan las habladurías y los amigos de Roberto le dicen que el cura tiene amores con su sobrina. Vuelve a casa, descubre que es cierto y decide irse del pueblo. Su tragedia se entronca con la de la familia de Granuja, que ha sido despedida del campo porque el hijo del dueño sorprendió a Granuja “manoseando” a Toña, su hermana.
El libro de cuentos “El callejón de la bombilla” incluye aportes de dos artistas plásticos: la portada tiene un grabado de Gregorio de la Fuente y el interior está ilustrado con grabados de la artista española Roser Bru, que llegó a Chile en el Winnipeg en 1939 y obtuvo el Premio Nacional de Artes Plásticas en 2015. En él se describen también las pequeñas y grandes tragedias de los pueblos y ciudades campesinos. El relato que da nombre al libro, muestra el poder del dueño del único almacén, ejercido especialmente sobre las mujeres, porque les vende “al fiado”. Una noche se escuchan gritos de una voz femenina que pide auxilio; sale Marcelo y le da una golpiza al “Turco”, en defensa de la agredida, Lita, joven con la que se encuentra cotidianamente y de la que está comenzando a enamorarse.
En La bella Purísima una joven es violada por el hijo del patrón; queda embarazada y lo encuentra en un camino solitario, donde la ataca de nuevo. Se defiende y todo termina cuando se lanza al río con él, muriendo ahogados ambos.
Esta literatura nos muestra un mundo que no ha desaparecido, ya que a menudo somos testigos de cómo los abusos o transgresiones cometidos por los poderosos terminan sin ningún castigo para ellos, tanto en un espacio rural que se ha ido empequeñeciendo como en un espacio urbano que ha ido aumentando en población y extensión, pero que también ha ido concentrando la pobreza. El conjunto de estas narraciones nos muestra una sociedad en la que los acontecimientos se comentan en voz baja, y los abusos y humillaciones quedan en el silencio porque no hay a quién recurrir. Hoy día las comunicaciones aparentan dar más voz a las poblaciones silenciadas, pero las arbitrariedades están lejos de terminarse. Cuando los problemas reales son convertidos en espectáculo, especialmente por la televisión, no estamos tan distanciados de ese mundo que ingenuamente pensamos que ya terminó, porque la justicia sigue existiendo solo para algunos sectores de la sociedad. Quizás el diablo no está tan presente en la vida urbana, -en las ciudades tenemos otros demonios-, pero en nuestros campos se mantienen vivas las leyendas y relatos relacionados con él, porque sus poderes siguen muy vigentes y siempre se relacionan con quienes detentan la riqueza, es decir, los patrones o las empresas agrícolas.
Sin duda, la literatura es un espacio inagotable de creación, que nos permite acceder a realidades muy diferentes o similares a las nuestras y, por supuesto, a personajes y a historias reales e imaginarias. Desde ella podemos escapar del presente y bucear en el pasado y el futuro. Por eso creo importante conocer y leer a escritores chilenos que quizás nunca fueron “famosos” (quizás nunca buscaron serlo) según la concepción actual de lo que eso significa, pero que recogieron y conservaron para las generaciones venideras parte de nuestro patrimonio cultural y social. En su obra podemos descubrir y reconocer parte importante de nuestras raíces -a menudo ignoradas o negadas-. Por otra parte, continuamos desarrollando nuestras vidas en una sociedad compleja, altamente estratificada, y muy desigual en términos de acceso a bienes económicos, sociales, culturales, educativos, donde los incluidos son muy pocos y la exclusión de todo tipo es casi la norma.
Para terminar, escuchemos al mismo escritor hablando de su obra con gran modestia y sencillez: “He seguido la línea costumbrista porque me parece que logra captar mejor el espíritu de nuestros pueblos. La brujería, la creencia, son casi poesía que el pueblo lleva en el alma y las identifica plenamente. Cada pueblo tiene su propia manera de interpretar estos mitos. Mi obra literaria se construye sobre estas creencias y brujerías, que he recogido en el propio ambiente”.
Principales obras
La inquietud de un poeta. Ensayo sobre Víctor Domingo Silva, 1937.
Melillanca, (cuentos) Ediciones Yunque, Santiago, 1939.
Pintura mural, Escuela México de Chillán, Escuela Nacional de Artes Gráficas, Santiago 1943.
Puebla de Granuja, (novela) Ediciones Cultura, Santiago, 1951.
Callejón de la bombilla, (cuentos) Santiago, 1957.
Algunos premios
Mención de Honor en el Concurso de Novela inédita auspiciado por la Alianza de Intelectuales, 1949.
Diploma de Honor y Medalla de Oro con motivo de la celebración de la Semana Literaria de la Asociación Chilena de Abogados, 1961.
Premio de Ensayo en los Juegos Florales Gabriela Mistral de la Municipalidad de Santiago, 1970.
Trofeo Rali, entregado en el encuentro de Artesanía y Folclore Interamericano, Valdivia, 1972.
Mayo de 2017
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…