Por Martín Faunes A.

 Para mi padre y para esas abnegadas maestras y maestros de la Calle Cantournet.

Tras la paletada, nadie dijo nada, nadie dijo nada…

Carlos Pezoa Véliz.

La noche en que el pájaro pardo cayó al empedrado, el profesor Clímaco estaba en la escuela parroquial enseñando. Lo habían interrumpido pero cuando pudo proseguir, lo hizo de esta manera: “los picaflores son de plumaje multicolor, sin embargo en la hembra dominan los tonos de verde. De tamaño ella es algo más pequeña, además, como en la mayoría de las aves que crían polluelos incesores, caso también de nosotros los humanos, ellos se aparean de por vida. Su relación de pareja, así como su sentido de hogar son también parecidos a los nuestros. Y cosa curiosa, a estas aves que siempre se las podrá ver suspendidas aleteando frente a las flores y muy raramente posadas, tengo la suerte de que en el aromo frente a mi balcón, viva una pareja en que la pajarita tiene una rama frente al nido donde siempre llega y parece pertenecerle. El pájaro por su parte tiene la suya un poco más allá. En nada se diferencian sus ramas de las miles que hay en el árbol, pero ellos jamás las confunden, siempre se posan sobre las mismas, a menos que vayan a amarse, porque entonces también como nosotros los humanos, el macho abandona su rama y pasa a la de la pajarita.

El profesor Clímaco fue interrumpido una vez más: -¿Y a usted, profesor, cuando le dan ganas se va por ahí a alguna rama que conozcamos?

Carcajadas que ignoró, no tenían importancia, aunque sí para el cura Herrera, el director. Iba justo pasando bajo la ventana del aula.

-El problema con usted, Clímaco, es que no se hace respetar –le estaba diciendo después en la oficina de la dirección –la gente que estudia acá es en su mayoría lastre que no terminó sus estudios, y si se dan el trabajo de venir es sólo porque buscan conseguir su licencia secundaria que, esperan, pueda ayudarlos a mejorar sus situaciones laborales. Nada les importa por eso sus estudios de los pájaros. Con ello usted sólo se expone al ridículo. ¿Cómo va a ser tan difícil entender para usted que se le paga para que enseñe Word, Excel, Explorer y correo electrónico, y que se debe remitir a eso y a nada más que a eso?

El profesor se defendió: -Aquí hay gente valiosa, incluso algunos que siguen de cerca mis experimentos. Algún día voy a descubrir algo importante que…

Fue interrumpido por el cura: -Supongo que se refiere a Violeta, la que acomoda gente en el teatro. Todos sabemos que…

Esta vez el profesor interrumpió al cura: -Eso no es cierto, y si lo fuera a usted no le importa.

-Mire, Clímaco, Violeta…

-Violeta es una muchacha humilde que trata de superarse.

-Pero déjeme decirle que…

-No me diga nada, no tiene ningún derecho.

-Pero usted es tres veces mayor que ella.

-Eso a usted tampoco le importa y no veo por qué tenga que darle explicaciones.

-Yo sólo quería decirle, Clímaco, que su clase deberá permanecer ordenada y…

-Y podría conseguirlo fácilmente si usáramos la palmeta como cuando estaba el padre Renato. Él sí entendía el concepto de autoridad.

-¡Pero qué está diciendo, Clímaco, por Dios! Esta es ahora una escuela nocturna y nuestros alumnos gente adulta.

-Bastaría con expulsar a un par de indeseables.

-¡A nadie, Clímaco!, ¡a nadie! No por culpa suya vamos a truncar la esperanza de esta pobre gente.

-Recién eran lastre, ahora pobre gente. ¿No será que le preocupa el par de aportes que le dejarían de pagar los del gobierno?

  -Mire, Clímaco, eso es una insolencia que no estoy dispuesto a aceptarle.

-¿Y pobres dijo? Para pobres ostentan con toneladas de billetes.

-¿Es que no entiende que ahora la gente aunque tenga dinero igual debe acreditar instrucción, cómo podrían de otra manera exigirle a sus hijos que…?

-¿Hijos?, ésa no es de la gente que cría hijos.

-Mire, Clímaco, voy a dar por agotada esta conversación.

-Al menos podría llamarme “Profesor Clímaco”, así me trataba el padre Renato.

-¿Conversaba con aliento a vino con el padre Renato?

-¿Qué insisúa?, no he bebido, es la mezcla que uso en taxidermia.

-¿Se la come, Clímaco, o la pone usted a sus animales?

Salió de ese sermón mascuyando maldiciones. Se encontró con Violeta muy compuesta en su uniforme de acomodadora del cine. Caminaba presurosa.

-¿Puedo acompañarla hasta su pensión, Violeta?

-No gracias, profesor. Debo ir esta noche donde mi hermana, así que no asistiré a la última clase.

-Está bien, pero no se quede hasta muy tarde porque creo, lloverá. Por favor, llévese mi paraguas.

Cruzó el patio de la parroquia, salió rumbo a su cuarto-salón-laboratorio en el altillo que arrendaba en un caserón frente al mercado. “Un trago de vino va a venirme bien” murmuró buscándose el llavero en el bolsillo. Fue entonces, cruzando la puerta, cuando descubrió al pajarito pardo que yacía botado en el umbral, por poco lo aplasta. “Curioso lugar para que un pájaro muera”, dijo mientras lo levantaba para ponerlo en la mesa. “Lo voy a estudiar después de la copa, o mejor después de la otra.

“No es más que un gorrioncillo corriente”, fue su primera conclusión mientras se ponía los anteojos, pero después de girarlo, agregó: “vaya, pero si tiene el pecho rojo… un pajarito de pecho rojo. Quizá fue una herida que le hicieron, pero no, esto no parece sangre, las plumas le nacen rojas de raíz y no es petirojo ni tampoco loica”. Después, sin decidirse todavía a revisarlo, dijo para sí “a este pobre pajarito la única herida que probablemente le hicieron ha sido alguna de las miles que a mí me han hecho desde que me acuerdo”.

Se quedó examinándolo un momento más. Fue cuando exclamó: “¡pero qué estúpido soy!, ¿y si se tratara de alguna especie nueva?, ¿no es lo que anduve buscando siempre?, qué lástima que no esté vivo, aunque igual es un logro, será la coronación a mis desvelos, por fin alguna recompensa”.

Ingresó al sitio National Geografic con su password reservada sólo para miembros prominentes, uno de sus pocos orgullos. Debió repetirla porque con los dedos temblando la digitó con error. Cuando al final la password fue aceptada, puso en su query: “brown bird” and “red chest”, “neither petirojo nor loica”. Los segundos de la búsqueda demorada que no da resultados comenzaron a dilatarse en proporción directa al aceleramiento de los latidos del corazón de Clímaco. National Geografic respondió “hits not found”, lo que decía en otras palabras, que no había un registro para un pájaro pardo de pecho rojo. Clímaco decidió insistir, bien podía ser que su utilitario estuviera erróneo. Esta vez ingresó: “bird” and “red chest”, y el National Geografic repletó su pantalla con fotos de loicas, petirojos y un sin número de aves exóticas de Borneo, Sumatra, Madagascar y las selvas paraguayas, aves todas cantoras pero ninguna que correspondiera a la del pájaro pardo que mantenía en sus manos.

Abrió su correo profesorclimaco@esperanza.com, haría un mensaje para registrarlo. Le puso por nombre “Red Chest Clímaco Elquis”, pájaro pardo chileno de pecho rojo, propio de la Región de Coquimbo descubierto en La Serena, salida del Valle del Río Elqui por el Profesor Clímaco. Las imágenes y sus palabras fueron tragadas por la red y sus fantasmas.

Otro vaso de vino: “voy a comentarle al cura Herrera mi descubrimiento y recuperaré finalmente mi prestigio”. Se tomó un vaso más: “¿por qué tendría que participarlo de mis éxitos?, ¿y si el bribón tratara de robármelos?”  El quinto vaso: “voy a contárselo a Violeta, ya debe haber vuelto. Para eso su cuarto tiene entrada directa de la calle, no molestaremos a nadie. Que sea ella la primera en saberlo, se va a convertir en la esposa de un hombre famoso. Lo será porque esta vez sí voy a proponerle matrimonio”. Se terminó la botella de un trago hasta atrás: “¿y si Violeta me premiara?, no me atrevería a pedírselo pero pudiera ser que ella misma insinuara algo. ¿No es acaso el picaflor el que debe acudir a la rama de su hembra?

Subió corriendo Cantournet como un colegial, la lluvia no le importaba. En cuatro pasos estuvo frente a la pensión donde Violeta arrendaba el cuarto. El golpe que dio en la puerta resultó exagerado y al parecer la habían dejado mal cerrada pues, en medio de un crujido se abrió dejando al descubierto a uno de los tipos que le estropeaban sus clases: copa en mano esperaba por su turno o eso parecía, porque mientras tanto Violeta atendía al otro en el camastro. El profesor Clímaco logró sobreponerse, se devolvió corriendo sin escuchar que la muchacha le gritaba que era pobre y necesitaba el dinero.

No apareció en la noche siguiente por la escuela, tampoco en las sucesivas. El cura Herrera le dijo al sacristán: “no es más que un viejo inútil y encima alcoholizado”. Dos días pasaron antes de que forzaran su puerta. Yacía espalda al suelo como borracho durmiendo el agua ardiente. A su lado yacía también el pájaro pardo que lo había deslumbrado con el éxito. Al parecer lo estaba embalsamando, sin embargo el que tenía clavado el cuchillo no era el pájaro sino el viejo, la sangre le había teñido el pecho de rojo y así lucía tal cual como el pájaro pardo.

Y sus destinos continuaron paralelos pues, con cargo a la parroquia, pusieron al viejo en un ataúd de palo sin pintar y al pájaro pardo, para no tener que barrerlo, la mujer del aseo lo echó al cajón por un costado, nadie se dio cuenta de ello. El cura Herrera les dio cinco minutos  de sermón en la iglesia San Antonio, llovía a caudales. Violeta los acompañó por la subida de Colo-Colo hasta el camposanto, se cubría con el paraguas del viejo. La pobre iba sola, nadie más tras la carroza, nadie…