Por Pedro Pablo Guerrero
Ambientado entre 1879 y 1910, «El ángel de la patria» es el más reciente libro de este narrador que hurga en los «miedos, rencores y redenciones pendientes de nuestras historias familiares».
Si la narrativa chilena fuese una «escena literaria», como dice el cliché, Jorge Marchant Lazcano (1950) sería uno de esos actores que no necesitan gritar para hacerse oír, ni buscan los focos para robar cámara. Un intérprete eficaz que se mantiene vigente más allá de modas y polémicas. Su primera novela, La Beatriz Ovalle (1977), publicada en Buenos Aires, conmocionó a la sociedad chilena e impresionó a la crítica. Desde entonces, sus libros han merecido distintos reconocimientos. Sangre como la mía (2006) obtuvo el Premio Altazor y se editó en España y Francia.
En su nueva ficción histórica, El ángel de la patria, Marchant ilumina rincones de la sociedad chilena a fines del siglo XIX y comienzos del XX, tanto de sus barrios aledaños al Mapocho como de las mansiones de la Alameda. A través de un narrador, de nombre Ángel, que evoca sus años de infancia en el Asilo de la Patria, Marchant se adentra en la institución creada por la Iglesia para acoger a los huérfanos de la Guerra del Pacífico. Orfanato que acabó rodeado por el escándalo y enfrentó a liberales y conservadores, como recuerda el historiador David Home en su libro Los huérfanos de la Guerra del Pacífico (2006); «uno de los pilares de esta novela», según reconoce Marchant.
-¿Cómo nace la idea de escribir El ángel de la patria?
-La idea original surge de la lectura de Mourning Becomes Electra, de O’Neill, y la trasposición de los personajes de la tragedia griega a la Guerra del Pacífico. La decadencia de una familia de Nueva Inglaterra en tiempos de la Guerra Civil norteamericana y la «neurosis» de Electra podían tener un buen desarrollo en nuestro gran conflicto bélico del siglo XIX.
-Nuevamente escarba en secretos de familias respetables. ¿Por qué esta vez el punto de vista es el de un huérfano o huacho?
-Allí entra el Asilo de la Patria que bien podría vincularse con el fanatismo religioso que ya había planteado con el incendio de la Compañía en mi novela La joven de blanco. El huacho es un observador despojado de todo, un buen puente para cruzar los miedos, los rencores, los reproches, las redenciones pendientes de nuestras historias familiares.
-¿De qué manera el Ángel de Chile y el complejo de Electra conforman nuestra idiosincrasia?
-El «Ángel» es un símbolo invocado por la Iglesia para estremecer la sensibilidad religiosa de aquel tiempo. De ahí mi interés en convertirlo en un carácter relativamente pasivo, a la sombra de dos poderosas mujeres. En cuanto a Electras, nuestro machismo ha impuesto desde siempre la adoración al padre.
-Es muy crítica su visión de la Guerra del Pacífico.
-Tengo la sospecha -sólo la sospecha, porque no soy historiador- de que nuestras peores características de crueldad, nacionalismo y racismo surgen a partir de dicha guerra. Éramos superiores moralmente a nuestros vecinos. No fue casual que diez años después estuviéramos matándonos nuevamente.
-¿Se parece la sociedad chilena de hoy a la de 1910?
-David Lodge se ha preguntado sobre la complicación al escribir acerca de la vida en el pasado, cuando esa vida ha sido memorablemente descrita por sus contemporáneos. ¿Cómo se puede competir con ellos? Simplemente no se puede. Lo que sí se puede es proyectar una perspectiva de nuestro tiempo sobre aquellos comportamientos, ironizando tal vez, teniendo menos piedad, o poniendo un espejo en el que nos vemos con nuestros defectos y virtudes. La verdad es que hemos cambiado poco.
-¿Qué autores chilenos caracterizan mejor la época en que se ambienta el libro?
-Luis Orrego Luco, absolutamente, incluida la crisis matrimonial de la que me hago cargo. Hay un guiño a Orrego Luco en el apellido Orbegoso de una de las protagonistas.
-El incesto, el adulterio, la locura y el suicidio son materias de la tragedia clásica y las telenovelas. ¿En qué se diferencia un abordaje «literario» del tema de uno «melodramático»?
-Materias también de la ópera de la cual soy cada vez más asiduo, de autores que leo frecuentemente como Auster, Irving o Styron, y de cineastas como Sirk, Visconti y Almodóvar. Cuando me lanzo al abordaje literario, por tanto, no le temo en absoluto al melodrama.
-¿En qué proyectos literarios y audiovisuales trabaja?
-Audiovisuales, ninguno. La televisión terminó conmigo. En lo literario, volver a los años 50 y 60 y los suburbios chilenos en la línea de Richard Yates. Sigo en deuda con esa época que me marcó.
-¿Cree que volverá a romper la marca de La Beatriz Ovalle y sus siete ediciones?
-Eso sucedió hace treinta años. En estos últimos diez he escrito cinco sólidas novelas con las que no he roto ninguna marca, pero con las que me siento más seguro y reconciliado en mi rol de hombre y escritor.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…