Por Lilian Elphick
Dos personajes. Un escenario construido en base a entarimados de diferentes niveles, mínimo, con una dificultad desolada a modo de cuerda floja. Por ahí caminan Jorge (Hernán Vallejo) y Rodrigo (Ricardo Zavala), el viejo y el joven, el rico y el pobre, el que da y el que recibe, el agonizante y el saludable, respectivamente.
La obra trasciende sus propios límites superficiales para ingresar en un juego de profundo espejo, donde un personaje representa a Cronos y, el otro, a Aión [1], el tiempo ilimitado, placentero y sagrado, aunque sea ilusorio. Jorge deviene en ese tiempo poroso por donde se fuga la vida; está construido de horas y, por lo tanto, de muerte. Enfrentado a esta realidad, se sumerge en el laberinto de su vida: sólo tiene un presente de dolor y soledad, y debe cargar su pasado -como Sísifo con la roca- una y otra vez, enarbolando la culpa de lo que no fue, de lo que no hizo; en suma, de sus elecciones. Rodrigo, el polo opuesto, está condenado a la vida y al amor, a los quehaceres, a la acumulación de bienes. Sujeto al Aión engañoso, atrapado en el sin tiempo de la juventud, con esa sensación de infinito y permanencia, extiende su mano para recibir los objetos de su felicidad: dinero, un automóvil, una chaqueta de cuero. Rodrigo comienza con mameluco de trabajo y termina con terno. Jorge, en cambio, se va desprendiendo de su máscara, de esos ropajes que tanto lo incomodan, para iniciar lo que Julio Cortázar, en su poema “Encargo”, llama “la ceremonia del tajo”: desnudarse para pasar a la otra orilla, donde lo espera el silencio; no otra vida, sino la brutal desaparición del cuerpo y del espíritu.
La obra es ése silencio. Un andamio inestable atravesado de pausas y de claves que permiten vislumbrar –a través de los haces del espejo dramático- que estos dos personajes son uno solo, y que el que mira por la ventana también es el que está abajo, trabajando. Jorge y Rodrigo, entonces, son las dos caras de una misma moneda, sujetos a distintos tiempos y situaciones socio-culturales. Uno, pierde la batalla contra la muerte; el otro se mira en las veleidosas aguas de la eterna juventud. Que Rodrigo le regale un reloj al agonizante significa que le está revelando su fin: tiene las horas contadas.
Por mientras, y en su propia orilla, el espectador escucha los murmullos del río Mapocho, perfectamente adecuados para la gran temática que se está tratando; al decir de Jorge Manrique: Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar/ que es el morir.
Felipe Arellano, joven director de Tras una puerta cerrada, así como los actores Hernán Vallejo y Ricardo Zavala, nos brindan una excelencia y una sensibilidad fuera de serie, y logran conmover y calar al espectador hasta los huesos.
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Tras una puerta cerrada, de Egon Wolff
Teatro del Puente.
Parque Forestal s/n. entre puentes Pío Nono y Purísima.
Metro estación Baquedano. Teléfono 732 4883
Compañía QUINTA ESENCIA
Elenco: Hernán Vallejo y Ricardo Zavala
Dirección: Felipe Arellano
Dramaturgia: Egon Wolff
Diseño Integral: Paula Castillo
Música original: Cristóbal Ibar y Oscar Barra
Diseño Gráfico: Elisa Vial
Horario de funciones: Viernes y sábado a las 20:00 hrs. Domingo a las 19:30 hrs.
Valores: Estudiantes $3.000, entrada general $4.000
VIERNES POPULARES $2.000
[1] Para los griegos existían dos clases de tiempo: el tiempo Cronos y el tiempo Aión. “Kronos es el tiempo del reloj, del antes y el después. Aión, el tiempo del placer y del deseo, donde el reloj desaparece”. (Ver: Amanda Núñez http://www.artediez.es/exchange/kronos/tiempo.pdf ).
Justito hoy leí un artículo acerca de lo poco que reconocemos y divulgamos a nuestras y nuestro autores. Este "valdiviano"…