Murió Monsiváis, el intelectual que exploró la cultura popular

Por Ana Prieto

Investigó la masacre de Tlatelolco y el terremoto de 1985. Tenía 72 años. Fue un escritor público en el mejor sentido: alguien que se formó para actuar en la vida cultural de su país, en la historia de su pensamiento.

Y cómo habrá amanecido México después de haber perdido al enorme Carlos Monsiváis, «quizá uno de los últimos nombres que las multitudes mexicanas sean capaces de reconocer», según dijo alguna vez el escritor Adolfo Castañón. Y es que Monsiváis salía a la calle a la par de sus libros, de sus crónicas, de sus ensayos. Nunca negaba una entrevista. La oralidad de Monsiváis se hizo tan célebre como su pluma, y el sentido del humor, la ironía y los juegos de palabras marcaron sus discursos y presentaciones.

Carlos Monsiváis murió ayer, después de haber pasado dos meses internado, aquejado por problemas respiratorios. Había nacido en Ciudad de México en mayo de 1938.

Fue un escritor público en el mejor sentido: alguien que se formó para actuar en la vida cultural de su país, en la historia de su pensamiento. Monsiváis estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue un profeta en su tierra y fuera de ella durante sus más de cincuenta años de actividad intelectual; aparte de decenas de premios (incluido el Juan Rulfo en 2006) fue reconocido por el esquivo ámbito académico: recibiría tres títulos honoríficos de distintas universidades. Tan grande y constante era su presencia en México que Carlos Fuentes dijo una vez: «El sub-comandante Marcos, me parece, ha leído más a Carlos Monsiváis que a Carlos Marx».

Desde muy joven se desempeñó como periodista, y rastrear la totalidad de sus colaboraciones en diarios y revistas será una tarea a la vez ardua y apasionante para quien decida emprenderla.

Se ocupó de investigar algunos de los momentos más estremecedores de la historia mexicana, como la masacre estudiantes en Tlatelolco del 2 de octubre de 1968, que él recordaría como uno de los días más tristes de su vida. Siguió de cerca los movimientos sociales de México; los vaivenes de esa turbulenta sociedad civil que, sin embargo, tiene a veces la capacidad de ser protagonista de su propia utopía, como ocurrió tras el terremoto de México y que Monsiváis describe en su libro No sin nosotros (2005).

También fue un apasionado por el cine mexicano. Escribió Recetario de cine mexicano y Diez segundos de cine nacional en 1996. Era famosa su admiración por Cantinflas: «un genio que sabía poner el lenguaje al borde del abismo lingüístico gracias al que se concibe la necesidad lógica. Un bien a veces escaso en México».

La cultura popular fue una de sus obsesiones. En Los rituales del caos (1995) se animó a explorar la inefable convivencia de las figuras que configuraban el imaginario popular mexicano, desde Sting a Gloria Trevi, pasando por los coleccionistas de pintura virreinal.

«Ubicuidad» es una de las palabras que más se ha utilizado para describir a Carlos Monsiváis, y no siempre en tono afable «¿Cómo puede ser que pueda hablar sobre todo?», es la pregunta que varios críticos se hicieron. Y la respuesta es que podía porque Monsiváis se consideraba, antes que nada, «un simple lector». Y en la sencilla frase hay una profundidad insoslayable: el simple lector nunca dejó de leer, nunca dejó de estar inmerso en su contexto y nunca dejó de afilar la mirada a medida que ese contexto, tan cambiante, tan enloquecido, se lo pedía. Y si algo le permitió ser uno de los protagonistas intelectuales de América Latina desde el momento de su primera publicación, fue su capacidad para comprender que la realidad no puede ser inmovilizada para defender ninguna causa: hacerlo significa negar de la plenitud del sentido; hacerlo significa no tener vocación para entender nada.

Queda el deseo que el escritor tenía para el momento de su muerte: «Formulo un deseo: que esparzan mis cenizas en el Zócalo para presumir en el más acá o en el más allá de un funeral céntrico.» Ojalá se le cumpla.

 

En: Ñ. Revista de Cultura.