Por Susana Burotto
Una potente escena que sobresalta es la que inicia el relato: la imagen del juez y el colibrí hace suponer que difícilmente podrá superar su fuerza, plasticidad y belleza la narración que seguirá. Y sin embargo, lo logra.
Mantiene su poder mediante la configuración de una trama que se forma con dos estructuras: la dualidad entre un entorno narrativo que se encarga de un soporte realista (el pueblo, el aire, los perros, el juzgado, la gente, lo nimio, lo cotidiano) en oposición al soporte interno, pesadillesco, deformado, febril, que justamente toma como primer enlace la escena del juez y el colibrí, la puerta de entrada a ese segundo mundo.
En tal sentido, en mi lectura fue imposible eludir la asociación con Desencierro. Hay allí todo un referente- independiente de qué es lo escrito primero o después- que lo da todo el “el aire” del relato: los pájaros, el contacto hombre y animal, la reflexión desconcertada, pensante y reflexiva sobre el mundo. También está la atmósfera opresiva de lo carcelario, la oscuridad, la lobreguez, el encierro -que tiene la inclemencia de sumar elementos externos a lo que ya se sufre en la conciencia- todo lo cual, además, inclina el peso narrativo hacia un mundo que es antítesis del realismo primero que lo constituye, pero que también necesita de éste para enfatizar su atmósfera.
También se hace palpable la distorsión del mundo en esta dualidad entre lo exterior y lo interior, entre la propuesta narrativa menuda, realista, descriptiva, que logra acomodar una atmósfera que sirve de contrapeso al delirio de las otras imágenes: la violencia contra los perros, contra el muchacho, violencia de la demente, la mano desprendida y otras, que tienen elementos de realidad extremada, que traspasa por ello mismo el límite de lo real.
En esta distorsión uno de los aspectos principales esta dado por el pueblo y sus actitudes, que son percibidas por el juez de una manera invertida, absurda, extraña. Es esta extrañeza la que otorga a la narración ese aire kafkeano, que no abandonará más y que puede- o no puede- ser una de las identidades o ropajes más sensibles que adquiere el relato. En forma cada vez más intensa y frecuente la dualidad casa/ objetos- pueblo/ realidad va sumando espesor a la historia y extrañeza al mundo que se narra- punto afortunado- por un narrador externo, que mantiene la corteza de un relato en apariencia temporal y lineal.
Hago hincapié en que este último elemento es fundamental: el detallado realismo que es trabajado desde la perspectiva de un narrador prácticamente omnisciente es traspasado a otra dimensión, la mental, imaginaria, interna, en un trabajo que sólo se logra porque el plano primero- lineal y descriptivo- está presente para hacer la fuerza contraria de lo que está viviendo el personaje. El relato habría perdido consistencia y sugestión si tempranamente se hubiera inclinado por un plano u otro. Pero justamente en este vaivén, en esta incertidumbre, está su verdad literaria.
Otro elemento que viene a sumarse a esta dualidad, a esta suerte de “doble” realidad es el elemento declaradamente ficcional, que aparece en el episodio del librero y la muestra del ejemplar. Es un aspecto que- tal vez- no se trabaja en forma tan exhaustiva como la anterior dualidad, porque es una propuesta dentro de una propuesta que ya está siendo vivida y que ya suma elementos desbordados de su lógica. El juego literario no asume, entonces, un papel preponderante: la narración no lo necesita.
Todo lo anterior va concentrando una atmósfera de opresión y miedo, que es el elemento más determinante y el que brilla hasta el final del relato. Esa extrañeza, ese miedo, esa locura, que lleva la sangre y las heridas como elemento marcador y diferenciador con respecto de todo lo externo y real, que permanece en un silencio- ese silencio de normalidad con que la realidad se defiende de su desmenuzamiento por parte de la mente, es, sin duda, uno de los aspectos que entrega mayor desolación y hondura a la narración.
Creo que la última escena- el diluvio oponiéndose a los objetos cotidianos (paraguas, zapatos) y la voz del protagonista, extrañado ante tantas cosas que aparentan seguir normales frente a una realidad prácticamente desintegrada y las palabras finales de él a un funcionario- completan el círculo magistral del colibrí, el primer elemento iniciador del mundo de la historia.
Hago notar -es un detalle pero no es un detalle- que la decisión de “cortar” la narración o enumerarla es un logro que tiene que ver con una lectura que por eso mismo debe hacerse en forma más detenida, como si fuera una especie de ejercicio de voluntad cercana a la poesía. Lo contrario habría tenido un efecto de agobio para el lector. En cambio, lo que se hace es no sacarlo nunca de ese efecto contagioso de estar también bajo el efecto de lo que le sucede al juez.
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Talca, julio del 2009
Es asombroso descubrir cómo se articulan las ideas y pasiones en torno a la poesía habiendo tanta distancia geográfica -nunca…