osicraN

Cuando quieras, Narciso; cae al río y entra en mi mundo. Te estoy esperando.

Versiones

A veces la misma Adela lo cuenta, cuando nos juntamos con Rosalía y la Trini y tomamos café como si fuéramos de ciudad. La misma Adela lo cuenta que al fin y al cabo es a quien le ocurrió y quien sabe cómo pasó todo, quien estaba con el Pluto, que así lo llamaban por cobarde y huidizo. 

Nos encontramos con una vaca en el prado, dice, y el Pluto quiso impresionarme y se acercó a la vaca y mira que le dije, que la vaca era pegona, que a mí no tenía que demostrarme nada pero él empeñado, él decidido, que no era ningún gallina y la vaca que echa a correr hacia él y el Pluto que si me mira que si la encara, pega un resbalón en la tierra blanda  y la vaca lo golpea en la cabeza, la vaca grogui y los mozos tirados de risa y el Pluto en coma más de tres años que cuando despierta pregunta si está la cena y todos se ríen de nuevo como si todo hubiera sido ayer.

La Adela no cuenta que quedó tonto, pero no del todo, que de algo se entera menos cuando se sopla dos chatos y comienza a desvariar. A veces llora hasta que lo echan del bar, balbuceando que fue Adela, dándose con el puño en la frente, Pluto no tienes huevos, a ver qué eres capaz de hacer por mi amor, pero sólo yo le creo, le creo porque a veces lo veo de noche, ciego de chatos, tieso en mitad de la calle, vuelto hacia atrás diciendo mira, verás cómo lo hago, aunque me muera de miedo, y en el fondo de la calle la vaca pegona que corre hacia él.

Trinos

 Es domingo. Pese al cartel, logro que el viejo del parque me venda uno de sus jilgueros. Es un regalo para el abuelo. Creo que le hará compañía, que llenará la casa de sonidos diferentes de los carraspeos constantes y los aires incontenidos. Tres días después, el abuelo muere. De viejo, dicen.

Sé que parece una locura, pero unos días más tarde, para confirmar la duda que, disfrazada de certeza, se ha apoderado de mí, compro otro pájaro al viejo, otro jilguero, blanco y negro, con vetas amarillas y careta rojiza, como el que regalé al abuelo días antes  y se lo doy al vecino del primero, un ser odioso que no puede ocultar su sorpresa y cuya muerte no me hará sentir especialmente mal si son ciertas mis sospechas. No ha pasado ni día y medio cuando el del primero cae fulminado sin que medie enfermedad conocida. De viejo no, oigo que dicen.
Tardo en decidirme pero, al fin, regreso al parque, quiero comprar otro jilguero al mismo viejo que me vendió los anteriores. Negro y blanco, con sus vetas amarillas, careta rojiza. No sólo es el pájaro más hermoso  que he visto nunca sino que su canto hace estremecerse a los muertos. El jilguero trina, engarzando notas en los barrotes de la jaula como si fueran un pentagrama  y todo el mundo se detiene a escucharlo, a admirarlo. El viejo coge la jaula y me la entrega. Alargo la mano libre con el dinero pero el viejo me muestra la palma de su mano derecha, deteniéndome,  mientras niega con la cabeza, con los ojos cerrados.

 

Hostigar

Tan sólo vinieron; tomaron posiciones y nos transformaron en seres nocturnos. Me cansé de preguntarme por qué. Convirtieron en mortal salir durante el día. Por la noche tenías alguna oportunidad; sólo alguna.

Éramos presas, blancos móviles. Como en un juego del gato y el ratón donde el tiempo nos enseñó a ser ratón. Temo comenzar a sentirme cómodo en mi papel.
Hoy he salido en cuanto se ha puesto el sol. Debía ir a la farmacia, necesitaba antibióticos para Berta. Nunca hay certeza pero conozco las posiciones que ocupan. No es fácil llegar a la farmacia sin ofrecer un blanco para alguien que no tenga costumbre de moverse por la noche. Además del antibiótico he cogido vendas, alcohol y aspirinas. 

Al salir de la farmacia he oído disparos que provenían de la plaza. Pese a la necesidad de Berta, me he desviado del camino a casa. No he podido resistirme. 
He llegado hasta los arbustos donde acaba la plaza, justo antes de entrar en la avenida. Nunca había ido tan lejos. Oigo un disparo. 

 

Esperanza

No sabría deciros por qué, de tantos recuerdos, justo me viene éste, de jugar a indios y vaqueros, de él haciendo de indio con mucho respeto y seriedad y muriendo abatido por mis tiros, mi dedo índice humeando, y los del primo Toni y del Babas, el compañero de pupitre. No sé por qué justo pienso en lo bien que se moría el condenado, doblándose sobre el estómago, cayendo de rodillas, retorcido, hasta quedar muerto y bien muerto sobre la hierba del parque, inmóvil hasta que nos acercábamos y lo sacudíamos de los hombros y resucitaba sonriente, borrándonos un poco la cara de susto.

No sabría deciros, pero seguramente por el recuerdo venido, me acerco al ataúd donde descansa sereno, con las manos cruzadas un poquito por debajo del pecho y me inclino sobre él, me acerco a su oído y le digo, ya está bien de hacer el indio, y lo sacudo de los hombros, hasta que me detiene su hijo, ¿pero estás loco viejo chocho?, y después me siento a esperar, aunque creo que no quieren que me quede, para ver la cara que ponen, los demás, cuando se levante.

Paréntesis

Este es un hombre. Pasa por una esquina y la mujer de la esquina le dice (vive). El hombre se pone a vivir, como recién salido del útero materno. El hombre sigue yendo por la esquina y la mujer le sigue diciendo. Le dice (ama), le dice (perdona), le dice (odia), le dice (olvida). El hombre ama, perdona, odia y olvida. Es feliz.

Un día la mujer dice (muere) y después añade un día, una hora, un lugar.
Hoy es el día, el hombre está en el lugar, casi es la hora (espera).

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 Jesús Esnaola

Nací en Donostia en 1966, pero desde hace casi diez años trabajo y vivo en Barcelona. Picoteé del fandom durante los primeros noventa y publiqué mi primer cuento, “Claroscuro”, en el fanzine «El Sueño del Fevre». Tras unos años sin escribir obtengo algunas menciones en concursos a lo largo de 2009 y he publicado en las antologías «Relatos en Cadena 2008-09», «Esa cosquilla molesta» y «Històries del bus i el metro». También he figurado en los números 17 y 18 de la revista literaria digital Narrativas y microrrelatos míos han sido publicados en los blogs de Antón Castro y “La Nave de los Locos” de Fernando Valls.

Blog: El doctor Frankenstein, supongo.