Por Ramiro Rivas
“Quintrala caribeña” pertenece al libro de cuentos “En Malos Pasos”, de Ramiro Rivas, editado por Bravo y Allende. Son diecinueve relatos de corta extensión y gran intensidad. El libro fue ganador del Premio Municipal de Literatura, género cuento, 2010.
Si la vieras así, patijunta, cruzada de muslos, con V de victoria dibujada en la entrepiernas, arañita, arañaza oculta, arrinconada ahí abajo, aguardando paciente al gusanote calvo y rojo de vuestro señor, el mismo, observador diligente de vuestra presencia en reposo, damisela de la noche, de las mil penurias, las mías, no las forasteras, porque con esos evasivos papeles de colores todo es comprado, alquilado, saboreado en esta pulcra y corruptible casa de citas, de enfrentamientos no programados, todo es posible, mi reina de la oscuridad, la de los labios de mullido carmesí, por lo socarroneros y avezados en mil batallas de mordidas y besos que no cualquiera, es verdad, es el lema del puterío, pregonan, no aluden, o susurran o se carcajean con los advenedizos o neófitos sandungueros, como el propio recurrente, que pretenden arribar a sus orillas carnosas, tan prietas, Dios mío, a lengüetear esos dientes mordedores y destripadores de hasta lo más oculto de la hombría ajena, no la mía, es la verdad, es menester reconocer, cuando un servidor ha afanado tantas madrugadas, adoquinado suelas, humedecido plantas en umbrales prohibidos, extenuado horas por merecer un ósculo de negra ambrosía, Marlene de nombre, falso como Judas, Marlene de ébano para zarandear a la Dietrich de zarandeados muslos que valen el peso en oro, y tú indiferente con tus soportes de reina, cruzados sobre la felpa roja del sillón pecaminoso en que aposentas tus descomunales nalgas que ni el cielo ni el espanto del infierno me son posibles tocar o lamer o besuquear por unos míseros minutos, Marlene, barragana la fatídica, la sádica de este pobre mortal que te ventea el ego, manceba inalcanzable, Afrodita tercermundista de estas finiseculares noches santiaguinas, última diosa devoradora de hombres impíos sin Dios ni ley que te abanican con billeteras colmadas y dólares brujos sobajeados con descaro, con lujuria que ni tanto, digo yo, el desamparado de vuestra gracia aduladora, de vuestras redondeces bien pagadas, de tus que no, muchacho, cada meneo vale oro, sonríes, sacudiendo los melones alborotadores, insinuando pezones pálidos y el vientre que ondula ni terremoto grado siete en la escala de Richter, mulatona, toda dientes, los labios desplegados en carnosidades de morder y sangrar, negra de mis delirios, las hembras de color me acaloran, proclama Luis Rafael Sánchez con razón antillana, ni con todo lo reunido alcanzo, imploro, y no, mi lindo, mi poeta, y meneas el rabo, el suculento rabo que ni cuándo, inquiero, que ni te aprontes, dices, y mi orillar cauteloso te hace sombras, te recorro con encendidos ojos, pienso, cuando pienso, el cerebro culebrea por galaxias olvidadas desde cuándo, ni pienso, es cosa de darle a la prohibida, me digo, te digo, y te carcajeas bribona y sudorosa, meneas los caprichos míos y los de los caídos a tu infierno, pero no cejo en mi empeño, ahora menos, mi reina del trópico, ahora que puedo volar sin plumas por sobre el escenario en que desarticulas el culo que es una fiesta al son del bongó del mulato Gabriel que suelta babas en los cueros maltratados, ahora voy, malparida, ábrete en cruz para mi aterrizaje en seco, para ni última condena, negra, ahora que la cabeza es un estorbo, mulata, ahora que la sangre se me arremolina en los ojos, maldita, ahora que me voy de bruces y sin vergüenza entre tus piernas, sobre tus zapatos de charol rojo que fatigan y enloquecen el tablado, ahora que el cuerpo se me va sin haber logrado arribar a tu centro, mulata, renegada por los siglos de los siglos.
Ahora es ella, la temblona, la sudada, la experta de la carne ardiente que mira y remira al muchacho despaturrado entre sus tacones altísimos de acharolado rojo, y ay, pobrecito, se reventó de calentura, o voladura, gargajea el agriado cafiche al pedo mordisqueando un habano que ni dónde por lo endeble y putrefacto de olor que ni las putas más aguerridas soportan, no hay decencia, murmuras, y le desordenas el pelo rizado y yacente y ausente del bullicio que se apagó hace rato, y una ambulancia gritonea en el callejón, nunca es tarde, pensaría el muerto, debí de darle la oportunidad, lagrimeas, nada te costaba, afirman, tanta carne dura y abundosa alcanzaba para todos, dicen, sonríen mierdosos, no es hora de burlas, reclamas, descuelgas goterones negros de rímel que dibujan telarañas en tu rostro mate abrillantado por el sudor del meneo que debe seguir, ordenan, una vez que el cuerpo se va a mejor vida, acotan, y tú sueltas un sollozo que no va al caso, negra, por lo tardío, pensaría el muchacho, pensó el hembraje envalentonado, pensaron los machos heridos en su hombría, pensó el narrador aquí presente, negra, mulata calentona, que a mí no embaucarás como a los otros.
Ni un respeto por el muertito, cachondeas, desvalida, las piscolas en hilera te bailan en la cabeza que sacudes de a poco, casi cediendo a la música que retorna en gloria y majestad, a rey muerto, rey puesto, dice alguien, no obstante el difunto, piensas, aún te quedan lágrimas, de veras compungida, de veras hurgadora de sentimientos, ay, Dios mío, te afliges, cristiana al fin a pesar del pecado, de los pecados capitales que has ido cobijando en tu corazoncito que no tiene dueño, que se remata a la billetera más provista, no hay respeto, criticas, tú eres la culpable, parecieran decir todos, la Quintrala en negro, la Quintrala caribeña que varó en estas costas, en este muelle prostibulario, en esa barca de cuatro patas que sabes timonear como ninguna, en ese ring de cuatro perillas que soñó el muerto y tú ni ahí, sin comprender o comprendiendo a medias el estado calamitoso del muchacho, los fuegos que lo consumían, los ojos desparramados en tus redondeces amulatadas, en tus corcoveos sin pudor y nostalgias africanas, todos tus ancestros ahí en tu culo a todo ritmo en el tablado terroso, sin piedad a sus ardores que lo arrimaban a una muerte anunciada, bellaca en tus desplazamientos, qué te costaba, la Nelly, bastaba con echarle una, la Polaca, con desprecio, tú eres la culpable, el cafiche a destiempo, ahora, ahora que no respira, ay, maldito, tú lo prohibías, lloriqueas, parecía un pajarito, el pobre, la Polaca, yo le habría dado candela y chao, Marlene, dice, hasta el nombre no te calza, negra, hasta en eso no das bola, negra, la Polaca, airada, y tú, flacuchenta, ni forma que te mirara, replicas, despreciativa, y las garras de la Polaca buscando tu rostro lagrimeado, poco, es cierto, pero ay, quítenme esta lesbiana, aúllas, alejándola, no es mi culpa, repites, no iba a suponer un desenlace así, ¿verdad?, preguntas al aire y tu voz se pierde con la música que poco a poco se apropia de la casa y avienta la muerte y la desgracia puertas afuera, mulata. Pero no lo suficiente como para que te sientas libre de culpa y fregada hasta lo último, negra, es lo que dijeron.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…